LOS RAYOS DEL VATICANO
Después de todo lo ocurrido, el Vaticano decidió finalmente tomar medidas contra aquella oveja cada día más negra. Sus pecados de herejía, apostasía y muchas cosas más no admitían perdón. Entre ellos, se había permitido en febrero «consagrar» obispos por lo menos a tres sacerdotes juramentados (en realidad, parece que fueron catorce) para reemplazar a los refractarios y a los que habían emigrado. En sus memorias Charles-Maurice se justifica aseverando que lo hizo para asegurar la continuidad del catolicismo en Francia y evitar que cayera en las garras del presbiterianismo. De todos modos, aunque fingía indiferencia, empezó a temer por su vida, que veía amenazada desde los dos extremos.
Los realistas radicales le dirigían veladas amenazas de muerte en la prensa reaccionaria por haber traicionado a la Iglesia y a su clase. En el otro extremo, el odio de la calle contra la jerarquía riquísima de la Iglesia, que no había dejado de existir, y el de los que no se fiaban de las conversiones sospechosas e interesadas para salvar la piel y seguir animando subrepticiamente la contrarrevolución, también lo tenían en su lista de «enemigos del pueblo». Tanto miedo tenía que un día se presentó en casa de Adélaïde, que nunca dejó de ser una ultrarrealista, y le entregó un sobre que, según dijo, contenía su testamento, en el que, con toda seguridad, no se olvidaba de reconocer a su hijo.
En cuanto a su curiosa relación con la Iglesia, decidió ponerle fin de una vez por todas. La Iglesia le facilitó las cosas. En un breve del 10 de marzo de 1791 el papa le manifestó su dolor por cuanto había hecho hasta entonces y en otro del 13 de abril lo amenazó con la excomunión si no se retractaba, pero ¿por qué iba retractarse? Los rayos con que Roma lo fulminaba servían a su propósito final: romper todos los vínculos que lo ligaban a un estado que, al menos en teoría, aborrecía. El Moniteur publicó el último de los breves, y Charles-Maurice escribió a su amigo Biron, el duque de Lauzun, gran organizador de fiestas nocturnas y un habitual en los desayunos de la Rue de Bellechasse:
¿Conoces la noticia? ¡La excomunión! Ven a consolarme y a cenar conmigo. Todo el mundo va a negarme el agua y el fuego, de modo que esta noche tendremos viandas frías y vino frappé.
¿Cabe mayor insolencia?
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