Carlos Enrique Corredor Jiménez

Formas dignas de co-existencia


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giving for four years in the framework of the “Agroecological Forum for Sustainable Cities” and on which the category of “worthy forms of coexistence”.

      Keywords: development, good living, dignifying forms of coexistence, resistance - re-existence, unconventional politics, counter-democracy, hybridization

      Desarrollo insostenible

      El concepto de desarrollo aparece hacia los años cuarenta del siglo XX, y desde ese momento hasta hoy su uso se ha extendido por todo el planeta, ya que es la expresión de un proyecto civilizatorio; es decir, un modelo ideal de sociedad al que se aspira, pero también, de una determinada manera de interpretar y entender al mundo, el cosmos y la naturaleza que llamamos modernidad (Morales, 2004).

      Para el mundo construido con esta perspectiva, los conceptos de desarrollo y progreso se oponen a la idea de conservación, al igual que lo urbano y lo rural son contrapuestos. Así, en las relaciones que establecen las sociedades modernas con su entorno también se considera que el mundo en estado natural posee poco valor, y, en contraste, el desarrollo busca transformar este mundo para valorizarlo (Morales, 2004). La mirada moderna hacia la naturaleza deja una profunda ruptura que alcanza un punto de no retorno en el que esta última pasa de ser la herramienta para un futuro brillante a la tragedia; o, como lo enuncia Berman, “Encontrarnos en un entorno que nos promete aventuras, poder, alegrías, crecimiento, transformación de nosotros y del mundo y que, al mismo tiempo amenaza con destruir todo lo que tenemos, todo lo que sabemos, todo lo que somos…” (1989, p. 1). Esta crisis civilizatoria ha obligado a la reavivación y la construcción de otras miradas y otros conceptos que buscan reemplazar la hegemonía moderna cuestionando esa concepción dual del mundo; principalmente, la dualidad naturaleza-cultura, que ubica lo humano por fuera de la naturaleza y su orden (Maya, 1995).

      Esta crisis ambiental también ha llevado a la reflexión sobre el lugar del conocimiento y la ciencia en el mundo; así, la crisis ambiental es también una crisis de la ciencia y la tecnología, que han pretendido negar los límites de la naturaleza, una crisis del conocimiento (Leff, 2006). Una situación que, vista como oportunidad, invita a pensar en otras formas de conocer, a romper con la creencia de ideas absolutas y de la voluntad de un conocimiento unitario, y que propone, en cambio, la posibilidad y la apertura hacia la dispersión del saber, la diferencia y el principio de incertidumbre sobre lo que se conoce.

      Hablamos de crisis porque no ha sido la reflexión la que nos ha llevado como sociedad a los cambios: hasta el momento hemos optado, y seguimos haciéndolo, por improvisar respuestas a desastres que nosotros mismos hemos provocado, en lugar de prevenirlos. Así, aunque el despertar de la conciencia ambiental ha surgido de múltiples maneras como respuesta natural al amor y el respeto por la naturaleza, la mayor parte de autores sitúan este llamado como respuesta a diversos desastres ambientales.

      Estas mismas situaciones son las que, además, ayudan a que el discurso ambiental pase de ser considerado meramente científico a irrumpir en los discursos sociales y políticos, más o menos, desde la década de 1960. Y así se ha logrado, desde los hechos científicos, generar serias críticas en la opinión pública hacia el desarrollo y abrir el camino a la ecología como propuesta política permeando las instituciones en busca de una salida para la crisis ambiental y el reconocimiento a la importancia de un cambio cultural e institucional. Los nexos entre lo social y lo humano son más evidentes que nunca; después de sentirnos dueños de la naturaleza, ahora entendemos que nuestro devenir está aunado al del planeta; la naturaleza, antes distante, se ha vuelto presente, se ha transformado en un importante actor político.

      Esta incursión fue generada por hechos heterogéneos que, si bien aislados, tenían dos denominadores comunes: 1) todos eran problemas causados por el desarrollo y 2) todos habían alterado el equilibrio de la naturaleza, con consecuencias negativas tanto para la sociedad como para el ecosistema. León (2007) lista algunos de estos hechos o hitos despertadores de la conciencia mundial: el esmog de Londres y la muerte de 4000 personas a causa de la lluvia ácida (1954); el derrame de 177.000 toneladas de petróleo del buque Torrey Canyon en aguas de la costa sur de Inglaterra (1967); Rachel Carson escribe The silent spring, primera crítica científica a los plaguicidas (1962); Bophal (India) sufre el desastre causado en una planta de la empresa Union Carbide por el escape del gas tóxico metil isocianato, un químico usado para la elaboración del insecticida Sevin, que causó más de 30.000 muertes directas e innumerables indirectas (1984). En la actualidad, temas como el cambio climático o el declive en las poblaciones de abejas también son los detonantes que continúan dinamizando la política internacional y nacional y cuestionando el desarrollo, que, pese a su denominación de “sostenible”, sigue profundizando la problemática ambiental.

      Otro punto importante aquí es la forma como los problemas ambientales han logrado que la sociedad civil se movilice —especialmente, los jóvenes— y actúe frente a las propuestas gubernamentales que amenazan el futuro. Ejemplo de esto es el reciente discurso de Greta Thunberg (2019):

      Me han robado mis sueños y mi infancia con sus palabras vacías. Y, sin embargo, soy de los afortunados. La gente está sufriendo. La gente se está muriendo. Ecosistemas enteros están colapsando. Estamos en el comienzo de una extinción masiva. Y de lo único que pueden hablar es de dinero y cuentos de hadas de crecimiento económico eterno. ¿Cómo se atreven? Por más de 30 años, la ciencia ha sido clarísima. ¿Cómo se atreven a seguir mirando hacia otro lado y venir aquí diciendo que están haciendo lo suficiente, cuando la política y las soluciones necesarias aún no están a la vista?

      Consideremos ahora la discusión ambientalista de las décadas de 1950 y 1960: estas se centraron en el tema fundamental de los límites del planeta y de los recursos que este provee a la humanidad, dado el crecimiento demográfico y la necesidad creciente de consumir mayores niveles de energía y materiales por la propuesta universal del desarrollo, pues el crecimiento económico implica mayores tasas de consumo de materiales (Tamames, 1980). En este escenario se crearon dos posturas definidas, las cuales, aunque con múltiples matices, marcan el imaginario de qué es conservación. Por una parte, los ecologistas partidarios del crecimiento “cero”; por otra, los desarrollistas partidarios de la continuidad del modelo imperante, con la idea de que la ciencia y la tecnología resolverán a futuro los problemas ambientales (Tamames, 1980).

      Por lo anterior, se generalizó la idea de que si se quería conservar la diversidad y la funcionalidad de los ecosistemas se debía abandonar el desarrollo. Dicha propuesta generó enormes conflictos

      […] y colocaba a los partidarios de la ecología al margen de las aspiraciones de la mayor parte de las comunidades, especialmente de aquellas de los llamados países del Tercer Mundo, donde las malas condiciones de vida de un gran porcentaje de habitantes se atribuyen a la falta de desarrollo. (Wilches-Chaux, 1997, p. 58)

      Se pensaba entonces que los ambientalistas eran enemigos del progreso, y, por lo tanto, de los intereses de las clases más pobres; o, visto de otra manera, que la conservación y la lucha por el medio ambiente eran cosa exclusiva de los países ricos. No obstante, el auge del pensamiento ambiental desde países no desarrollados y las críticas a los ideales del desarrollo y el progreso, como alternativa única para conseguir el bienestar humano, han transformado la visión inicial de la conservación y el ambientalismo como un asunto de “ricos”.

      Muchos científicos del denominado “Tercer Mundo” han contribuido a deconstruir esta visión. Entre ellos podemos citar a: Augusto Ángel Maya (colombiano), quien plantea una nueva visión de la relación sociedad-naturaleza; Arturo Escobar (colombiano), con su obra La invención del Tercer Mundo; Amartya Sen (indio), premio Nobel de Economía en 1998, por su trabajo sobre la economía del bienestar; Manfred Max-Neef (chileno), con su propuesta de desarrollo a escala humana y famoso por su frase “La economía está para servir a las personas y no las personas para servir a la economía”, y, finalmente, Miguel Altieri (chileno), con su propuesta de la agroecología para lograr una agricultura sustentable.

      Todos ellos, aunque desde diversas disciplinas y enfoques, convergen al indicar la imposibilidad del desarrollo como se lo ha planteado desde las Naciones Unidas, y, por tanto, sugieren la