único y con identidad personal propia de tipo ontológico, aun tratándose de gemelos, porque cada uno de ellos es distinto.
Ese carácter sustantivo y original hace de cada ser humano un sujeto individual, único e irrepetible, en la unidad de su propia existencia, de su propio ser, que no será nunca pasivo, sino eminentemente activo, como lo muestra toda la etapa de gestación y de desarrollo biológico, anatómico, genético y de crecimiento personal a lo largo de la vida, debido, entre otros factores, a la naturaleza corpóreo-espiritual que le es propia. Los seres humanos siempre estamos en movimiento y en ese dinamismo esencial se manifiesta nuestra vida y personalidad, así como la libertad que al golpe de nuestras acciones va forjando nuestro destino, que no implica predeterminación sino autodeterminación en su ejercicio.
Imagen 2.4. El ser humano desde el vientre materno es una persona.
Por ello la expresión “sujeto individual de naturaleza racional” aplicada al ser humano tiene un sentido ontológico, y es la base para hablar con sentido de “sujeto moral” o “sujeto jurídico” en la vida político-social, sin que sea la única fuente de inspiración para hablar así de los seres humanos, sin embargo, sí es un antecedente relevante.
Nuestro planteamiento, que se inscribe en una filosofía abierta a la verdad, proyecta un alto aprecio hacia el ser humano en su doble dimensión individual y colectiva, e impacta necesariamente en ámbitos como el de la ética, en donde podemos hablar plausiblemente de “sujeto moral”, haciendo referencia al ser humano que mediante sus acciones conscientes y libres es sujeto de responsabilidad, compromiso y solidaridad, y es capaz de ser un hombre o una mujer honesto, justo, responsable, bueno… o, si se lo proponen —en el uso de su libertad no orientada por la verdad— cometer acciones que les alejan del bien y de la verdad e incluso caer en la delincuencia y en aberraciones morales de índole diversa, entre las que se encuentran los crímenes de lesa humanidad o diferentes tipos de esclavitud moderna, como la trata de personas y la prostitución.
Algo semejante acontece en el terreno del derecho, donde es muy frecuente el uso de la expresión “sujeto jurídico” para hacer referencia a los derechos y obligaciones que —a priori— otorga la ley a las personas en un Estado de derecho. En el campo del lenguaje, cuando se habla del “sujeto” ocurre algo similar, porque el sujeto o sustantivo de la oración continúa desempeñando una función principal y no adjetiva, como acontece con el predicado, que es algo que se dice del sujeto.
Esto nos permite afirmar que, en los diferentes casos mencionados, hablar de sujeto humano en el sentido que lo hemos hecho, es referirnos a su alta jerarquía como existente real en la aldea global. Esto indica que empleamos la expresión con un sentido ontológico específico referido a alguien personal, que puede ser cualquier ser humano: mujer, hombre, niño, niña, sano, enfermo, en plenitud de facultades o discapacitado, pobre o rico, de cualquier raza, creencia, país o condición, a quien se atribuyen una serie de características esenciales que emergen de su propio ser y personalidad.
¿Y qué sucede con la segunda parte de esta formulación boeciana, que es la idea de que “la naturaleza humana es racional”? Con ello queda manifestada otra nota esencial propia del hombre como especie humana. Para entenderlo, no ha de olvidarse la conexión semántica que se da entre logos y ratio.
Logos es un vocablo griego que admite múltiples sentidos: espíritu, razón, palabra, concepto y tratado, o estudio en su sentido gramatical.33 Ratio es su traducción latina, que casi siempre está referida a la razón humana, en el sentido del animal racional aristotélico con lo que —si le damos ese único uso y sentido— perdemos la enorme riqueza del logos griego que incluye al espíritu. ¿Es esto lo que quiso expresar Boecio? No podemos afirmarlo con certeza, porque en la interpretación del medievalista Clemente Fernández, lo que dice es ambiguo,34 y por lo mismo puede admitirse que al expresar que “la persona es sustancia individual de naturaleza racional”, la voz logos, en su plurisignificatividad en sentido griego se pierde, o al menos se limita. Es por esto que sostengo que la formulación más completa del ser humano a nivel ontológico-estructural es la de un ser integrado de cuerpo y alma en la unidad de su propia existencia, y a quien de modo propio llamamos persona, posición que nada tiene que ver con el dualismo cartesiano.
Este carácter corpóreo-espiritual otorga al ser humano trascendencia, apertura, comunicación, relacionalidad con otros seres humanos, el cosmos físico y Dios. Le permite ser heredero de grandes civilizaciones, como la griega, la china, la egipcia, y prehispánicas como la azteca, la maya y la inca, por ejemplo; asimismo, le potencia para el conocimiento y la innovación en el campo de la ciencias y la tecnología; le vuelve creador de arte y cultura; descubridor, apreciador y forjador de valores; artífice de su presente y constructor del futuro que todavía no existe, es decir, le abre un horizonte intemporal y eterno, un mundo de posibilidades infinitas, que deberá concretar con sus decisiones. En suma, el ser humano es inventor de proyectos e innovador permanente en el campo de la ciencia, la tecnología, el arte, y la cultura, en el ámbito político, social, etcétera.
En esta línea de exposición, entonces, una persona es:
3.1. Sujeto, no objeto
El sujeto humano —la persona— no es un objeto, no es cosa que pueda ser usada al arbitrio de otra, lo que indica un deber moral de no manipular, instrumentalizar, cosificar o descartar a un ser humano como acontece en tantas situaciones de injusticia, como el maltrato y abuso en cualquiera de sus manifestaciones: físico, verbal, psicológico, en la familia, en la escuela (bullying), en el trabajo (mobying), en las redes sociales (ciberbullying);35 en la comunidad política, laboral y social; promoviendo el trabajo infantil o la carencia de empleo en quienes debieran tenerlo; a escala interregional, e incluso global, el narcotráfico, el comercio de personas, las amenazas de funcionarios públicos a países más débiles en el escenario mundial, y muchas otras situaciones inaceptables que nos recuerdan el deber moral de tratar a los seres humanos —hombres o mujeres, niños o personas de la tercera edad, pobres o ricos, sanos o enfermos— como fines y nunca como medios.
Este carácter de ser tratados como fines es una manifestación de la dignidad de las personas, y lo apreciamos de manera práctica en los hospitales cuando médicos y enfermeras, una y otra vez, venciendo el cansancio y la rutina, atienden solícita y generosamente a los pacientes, a fin de que recuperen la salud. ¿Qué pueden esperar de estas personas sufrientes estos profesionales de la salud? Quizá una sonrisa, cierta empatía, y —no es descartable— agradecimiento por la atención y cuidados tributados.
Esto indica que, para estos profesionales de la salud, los pacientes son seres humanos, personas, a quienes hay que tratar con la solicitud propia de quien espera de sus servicios salir de la enfermedad. Otra actitud (atenderlos por el frío cumplimiento de deber profesional, o “porque no pude estudiar otra cosa”), no es digna de la nobleza de esas profesiones que tienen como inspiración el deseo de colaborar en la recuperación de la salud de los pacientes que como el don de la vida— son regalos invaluables que debemos custodiar, cultivar y valorar. Quizá por esto Séneca expresó: Homo, sacra res homini,36 lo que significa que el hombre es —o debería ser— alguien sagrado para los demás hombres.
3.2. Alguien, no algo
Ante este panorama otra forma legítima de referirse a las personas es preguntar por “alguien” y no por “algo”. El pronombre indefinido alguien se usa únicamente para aludir a personas,37 como cuando se llega a casa después de trabajar y se pregunta “¿hay alguien en casa?” o al entrar al hospital y preguntar “¿hay alguien de guardia?”; esto muestra que al hablar del ser humano, nunca podremos calificarlo como algo, expresión que hace alusión a cosas, a instrumentos, que no tienen un nombre propio sino común; las personas somos “alguien”, porque desde esa expresión se habla de seres humanos que son originados, originales y originantes.
Originados, porque el ser humano —de manera natural— ha sido engendrado por sus padres y la existencia que posee es