Luz María Guadalupe Pichardo García

Bioética recobrada


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la quiero, ha representado mucho sufrimiento para mí”. Aun considerando un contexto vital así, hay que luchar por erradicar esa visión pesimista de la existencia humana, de la que se deriva un mayor sufrimiento y una actitud derrotista que aniquila las esperanzas y vitalidad humanas. Por ello, el precepto sabio, “es mejor ser que no ser” es una divisa de orientación existencial de la vida.

      Originales: cada ser humano que viene al mundo es alguien nuevo y original, totalmente novedoso, porque no hay otro como él o ella a nivel existencial aun cuando se tenga un gemelo; por lo mismo, es único e irrepetible con una identidad personal indiscutible en la singularidad de su propio ser, como lo muestra, a nivel biológico, por ejemplo, su código genético que solo a él (ella) le pertenece y a nivel personal, su insustituibilidad existencial se hace evidente, por ejemplo, ante la realidad de la muerte, donde nadie podrá reemplazarlo(a) como la persona única e irrepetible que ha sido y fue. En el campo operativo/funcional, sin embargo, otra persona sí puede realizar la tarea o labor que desempeñaba el ser humano que muere, por ejemplo, en una oficina, si muere el jefe nombrarán a otra persona en el cargo, en el hospital pasa igual, alguien sustituirá al médico, a la enfermera…

      La opción a favor de la vida humana será siempre plausible, como lo muestran las razones siguientes: a) sólo los hombres vivos garantizan vitalmente la supervivencia de la humanidad; b) representan el capital humano, la riqueza, de los distintos pueblos y naciones; c) en la jerarquía de los derechos humanos fundamentales, el derecho a la vida se convierte incuestionablemente en el primer derecho que imperativamente debe ser custodiado por el orden jurídico y social en las sociedades democráticas, ya que sin él no existirían los demás derechos, sin el cual ni siquiera se tiene la opción de decidir.

      Este modo de proceder responde al código de ética de los buenos profesionales de la salud, actitud que no implica falta de misericordia o de humanidad ante el paciente que sufre sino —paradójicamente— un respeto sagrado hacia la vida humana que se está extinguiendo. Y es que la vida humana tiene un fin natural que no hay que acelerar mediante acciones suicidas. La vida humana tiene un enorme valor, nunca precio, como nos lo recuerda Kant. Eso indica que, desde la práctica del buen profesional de la salud, el respeto y derecho a la vida y la contribución a la recuperación del enfermo merece toda la atención, infraestructura médica, investigación y sacrificios que sean posibles. Aquí destaca el gobierno y su apoyo a este rubro de interés capital. Los enfermos son personas cuya fragilidad o disminución física, emocional, psicológica y frecuentemente espiritual claman a gritos o en silencio que se les atienda con dignidad, competencia, solicitud y respeto.

      Originantes: las mujeres y los hombres son creadores innatos, potencialidad activa que se manifiesta en los diversísimos ámbitos de la vida: pueden engendrar a otros seres humanos si así lo desean; también son artífices de su vida en el presente y futuro en diversa medida, vía los recuerdos, la tradición, el arte, la ciencia, la tecnología, el emprendimiento e iniciativas diversas en el inmenso campo de acción humana, por ejemplo, en el hospital, la familia, las amistades, el manejo de la economía personal, etc., así como en la visión prospectiva y estratégica que se tenga en referencia a su proyecto de vida, individual o comunitario.

      Tal creatividad puede apreciarse en los diversos avances e inventos de la raza humana a lo largo de la historia. El espíritu emprendedor (o iniciativas con rumbo) ha llevado al ser humano a la realización de hazañas increíbles pero también de otras que pueden quedar enmarcadas en la frase “no repetir por favor” por el daño causado que, en diversas ocasiones, ha sido irreversible, como lo es, por ejemplo, el problema del cambio climático y calentamiento global, la extinción de ecosistemas enteros, la contaminación del aire y del agua, que a nivel geopolítico empobrece aún más a las naciones y al planeta en general.

      Para terminar este apartado recojo un texto profundo y significativo de Hannah Arendt, la gran filósofa alemana, que refleja la originalidad y el milagro que representa la vida de cada ser humano:

      3.3. Concretos, no abstractos

      Como personas somos individuales, pero siempre abiertas a la comunicación por la sociabilidad inherente a nuestro propio ser. Eso indica que tenemos la capacidad de relacionarnos con familiares, amigos, colegas o desconocidos, como acontece en el primer contacto del médico o la enfermera con sus pacientes, que a priori desean recibir un buen trato y los cuidados médicos y de atención que les permita recuperar la salud.

      Si así sucede, ese buen trato es personalizado, empático, concreto, dedicado, amistoso, amoroso, plasmado de servicio al otro. Si no acontece así, el profesional de la salud puede manifestar cualquiera de los dos siguientes perfiles:

      a) Atender al enfermo por obligación: realiza lo que tiene que hacer por sentido del deber y eventualmente puede teñirlo de compasión, que podría ser un paso muy importante para la aceptación y apertura al otro, al paciente, y tratarle de modo amable y cordial.

      b) Ignorar las necesidades del enfermo y caer en un cumplimiento del deber frío y distante que ante el menor pretexto puede convertirse en indiferencia, olvido del paciente, maltrato físico, emocional y psicológico, al no atenderle de acuerdo con los requerimientos clínicos que el caso amerite, porque al fin al cabo —es la autojustificación— es un desconocido con quien se tiene un trato circunstancial o casual. Se da una evidente pérdida del sentido humanitario, que es esencial en la buena práctica médica y atención a los enfermos.

      No hay que olvidar, sin embargo, que el derecho a la salud es uno de los derechos básicos consagrados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos (dudh), y no es suprimible ni negociable ni intercambiable por bienes menores.

      En síntesis, los seres humanos somos personas con una serie de características, entre las que se encuentran:

       Su alta dignidad antropológica, que se proyecta en la unicidad e irrepetibilidad de cada ser humano como fin y nunca medio,42 contando con su fragilidad y fortalezas, en un ámbito de libertad creativa.

       Racionalidad y relacionalidad, es decir, somos abiertos al conocimiento de lo que existe y a su cultivo amoroso, así como a la constitución de comunidades básicas (la familia), intermedias (la escuela, la empresa), nacionales (el Estado) o globales (la comunidad internacional), con quienes el diálogo y la comunicación abierta y sin prejuicios