Marc Levy

Una chica como ella


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y la cabina se elevó despacio, con un ligerísimo soplido.

      —¿Ves? —añadió Deepak—, toca una partitura, una nota diferente en cada rellano, las reconozco con los ojos cerrados, me indican dónde me encuentro, en qué instante tengo que bajar esta palanca para que la cabina aterrice suavemente.

      El ascensor se detuvo en el quinto. Inmóvil, Deepak aguardaba una muestra de admiración; parecía tan importante para él, que Sanji fingió estar impresionado.

      —El descenso es aún más bonito, y exige mucha destreza, por el contrapeso, que pesa más que nosotros. ¿Entiendes?

      Sanji volvió a asentir. Pero cuando la cabina se puso en movimiento, sonó el móvil de Deepak. Este detuvo el ascensor moviendo la palanca.

      —¿Hay una avería? —preguntó Sanji.

      —Calla, que estoy pensando. Me llaman al octavo —dijo, volviendo a mover la palanca.

      La cabina subió, mucho más deprisa que antes.

      —¿Se puede regular la velocidad incluso?

      —Debe de ser el señor Bronstein, pero no es su horario habitual. Quédate detrás de mí y no digas nada. Si te saluda, le devuelves el saludo, como si fueras un simple visitante.

      Una joven en silla de ruedas esperaba de espaldas en el rellano del octavo para entrar marcha atrás.

      —Buenos días, señorita —dijo Deepak cortésmente.

      —Buenos días, Deepak, pero ya nos hemos saludado dos veces esta mañana —contestó ella entrando en la cabina.

      Sanji se arrimó por completo a la pared, detrás de ella.

      —¿No detiene el ascensor para dejar al caballero? —preguntó Chloé cuando dejaron atrás la primera planta.

      Deepak no necesitó justificarse, el ascensor acababa de detenerse en la planta baja. Abrió la reja y, en el último segundo, retuvo a Sanji, que se disponía a ayudar a Chloé a salir. Deepak se precipitó al vestíbulo para abrirle la puerta.

      —¿Necesita un taxi, señorita?

      —Sí, por favor —contestó ella.

      Entonces se sucedieron toda una serie de acontecimientos. Un mensajero se presentó con un paquete, mientras detrás del mostrador sonaban tres timbrazos. Deepak le pidió al mensajero que esperara un momento, lo que pareció disgustarle sobremanera.

      —Tres timbrazos, es el señor Morrison —masculló Deepak—, bueno, primero me ocuparé de su taxi.

      —Y de mi paquete ¿quién se ocupa? —protestó el mensajero siguiéndoles hasta la acera.

      Chloé lo cogió, lo dejó sobre su regazo y firmó el albarán.

      —Ah, es para los Clerc. ¿Qué habrá dentro? —exclamó con malicia.

      Deepak le lanzó una mirada imperiosa a su sobrino, que seguía bajo la marquesina. Sanji avanzó hasta colocarse delante de Chloé y se apoderó del paquete.

      —Voy a dejarlo sobre el mostrador, a menos que quieras abrirlo tú —le dijo.

      Hizo lo que había dicho y volvió a salir enseguida. Deepak estaba en mitad de la avenida, con un brazo levantado y un silbato en los labios, al acecho de un taxi. Sin embargo, acababan de pasar tres Yellow Cab con las bombillas encendidas.

      —No quiero meterme en lo que no me importa, pero siguen llamando —le informó Sanji.

      —Deepak, vaya a buscar al señor Morrison, puedo arreglármelas sola —intervino Chloé.

      —Yo me encargo del taxi —propuso Sanji acercándose a su tío.

      —Ojo, no uno cualquiera —murmuró Deepak—, solo los que tienen una puerta lateral corredera.

      —¡Entendido! No sé quién será ese tal señor Morrison, pero no parece muy paciente.

      Deepak vaciló y, al ver que no le quedaba otro remedio, volvió a entrar en el edificio, dejando a Sanji con Chloé.

      —¿Estás bien? —le preguntó este.

      —¿Y por qué no iba a estarlo? —contestó ella con frialdad.

      —Por nada, me parecía haberte oído murmurar.

      —Debería haber salido antes, voy a llegar tarde.

      —¿Una cita importante?

      —Sí, mucho…, bueno, eso espero.

      Sanji saltó a la calzada y paró a un taxi… que no era del modelo que le había indicado su tío.

      —Todo un detalle que por poco te dejes atropellar —dijo Chloé avanzando hacia él—, y no quisiera parecer ingrata, pero no me va a ser fácil meterme en este taxi.

      —Llegas tarde, ¿no?

      Sin más demora, Sanji se inclinó sobre ella, la levantó en brazos y la dejó en el asiento trasero con delicadeza. Después plegó la silla, la guardó en el maletero y volvió a cerrar la puerta.

      —Ya está —dijo muy satisfecho.

      Chloé lo miró fijamente.

      —¿Te importa que te haga una pregunta?

      —En absoluto —contestó él inclinado sobre la puerta del taxi.

      —¿Cómo hago cuando llegue?

      Sanji se quedó perplejo.

      —¿A qué hora es la cita?

      —Dentro de quince minutos, justo lo que se tarda en llegar, si no hay mucho tráfico.

      Sanji consultó su reloj, rodeó el taxi y se sentó al lado de Chloé.

      —Vamos allá —dijo.

      —¿Adónde? —preguntó Chloé inquieta.

      —Depende de adónde vayas.

      —A la esquina de Park Avenue con la 28.

      —Yo también voy en esa dirección —contestó cuando ya arrancaba el taxi.

      Se creó un silencio. Chloé volvió la cabeza hacia la ventanilla y Sanji hizo lo mismo por su lado.

      —No tenemos por qué sentirnos incómodos —dijo por fin—. Te acompaño y…

      —En realidad estaba pensando en mi broma en el parque hace un rato, espero que no la malinterpretaras. Lo siento, no pensaba que fuéramos a coincidir de nuevo en una ciudad tan grande, y menos aún el mismo día. ¿Qué hacías en mi ascensor?

      —Subir y bajar.

      —¿Es uno de tus pasatiempos favoritos?

      —¿Cuál es esa cita tuya tan importante? Si no es indiscreción.

      —Una prueba para conseguir un papel. ¿Y a ti qué se te ha perdido por la calle 28?

      —Una prueba también, pero en mi caso con unos inversores.

      —¿Trabaja en finanzas?

      —Y ese papel ¿es para la tele o para el cine?

      —No sabía que tuviéramos ese punto en común con los indios.

      —¿Tuviéramos?

      —Soy judía. Atea pero judía.

      —¿Y qué punto en común tenemos?

      —Responder a una pregunta con otra pregunta.

      —¿No se puede ser indio y judío?

      —¡Acabas de darme la razón!

      El taxi aparcó junto a la acera.

      —¡Puntualidad absoluta! Te explicaré a qué me dedico si el azar nos brinda la ocasión de volver a vernos —contestó Sanji