Ricardo Capponi

El amor después del amor


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la política, a las artes y a todas las actividades humanas. Asimismo, se dan cada vez más garantías a la mujer para que pueda conjugar trabajo con crianza de los hijos, y el hombre asume cada vez más labores que eran tradicionalmente femeninas. Las decisiones son compartidas por ambos cónyuges, mientras el poder económico y las libertades individuales tienden a ser simétricas.

      Se produce un acercamiento de los sexos como no había ocurrido antes en la historia de Occidente. Nace el concepto de que una identidad lograda es aquella con predominio de los rasgos característicos del género, sin exclusión de su contraparte. En esta perspectiva, un hombre realmente viril es aquel que es capaz de integrar los aspectos femeninos; y la feminidad no es sinónimo de fragilidad, pureza y candor, sino aquello que se da en la mujer que sabe integrar a su identidad rasgos de carácter masculino, como son la iniciativa, la actividad y la racionalidad. En este contexto se recomienda un ejercicio conjunto y solidario de las funciones parentales, estableciendo lo ventajoso que resulta para el crecimiento sano del niño el que dichas funciones estén escasamente diferenciadas y, por lo tanto, puedan ser desempeñadas por ambos padres con eficacia semejante.

      Para este período, podemos describir un interesante estado social donde la mentalidad de la mujer ha llegado a veces a ser valorizada por sobre la aproximación de la razón instrumental masculina. Es “la voz diferente”, como la llama la profesora de Harvard Carol Gilligan. Esta razón, que funciona con un acento más reparador que instrumental, pasa a tener un espacio fundamental en la sociedad. Las mujeres van siendo cada vez más apreciadas por las características personales de sus formas de funcionamiento como género, tanto en las labores productivas como en las tareas afectivas de crianza, manejo y conducción grupal y política (52).

      Georges Eid, sociólogo francés, en su libro L‘intimité ou la guerra des sexes. Le couple d’hier à demain (La intimidad en la guerra de los sexos. La pareja de ayer hacia la de mañana), plantea que la cultura occidental ha pasado a través de los siglos, del “despotismo doméstico” caracterizado por el hombre como propietario de la mujer y de los hijos, a la “monarquía doméstica”, en la cual el hombre es el jefe de familia y el príncipe encantador, “nobleza obliga”. A partir del siglo XX se establece la “democracia doméstica”, donde dicho príncipe se puede transformar en padre estricto y en un compañero capaz de brindar o generar intimidad (41).

      Después de la década de los 50 surge el movimiento feminista, y entre los años 1960 y 1980 se duplica el número de mujeres que trabajan fuera de su casa. Esto lleva de la mano, como hemos señalado anteriormente, una duplicación de los índices de divorcio. En 1981, la tasa de segundos matrimonios alcanza los niveles que tenemos en la actualidad (17).

      Podríamos decir que la generación actual de jóvenes aspira a la monogamia única con fidelidad, pero en el marco de una sociedad que acepta la alternativa de la separación.

      La aceptación social y legal a la disolución del vínculo es lo que permite el acceso a una relación de amor auténtica, ya que esta exige como requisito básico la libertad. Y sólo se es libre cuando hay posibilidad de optar. Es a partir de mediados del siglo XX que la sociedad crea las condiciones para la construcción de una pareja en genuino amor sexual estable, porque este se puede dar en verdadera libertad amorosa y eso exige contar siempre con la posibilidad de partir. Es en este contexto que el compromiso adquiere su sentido más esencial, y no se traduce en un amarre conjunto que termine asfixiando.

      La alternativa de vivir solo, de optar por la soltería, es cada vez más aceptada y valorada por la sociedad. Esto reduce la angustia y la desesperación por no estar acompañado, permitiendo cultivar desde la propia soledad un mundo interno que, sin desesperación, más tarde tal vez buscará a un otro. La base de la unión será compartir mundos distintos y no llenar huecos con impaciencia, precipitándose en la búsqueda de cualquiera. Esta posibilidad de elegir la soledad como una alternativa válida y aceptada, da lugar, a su vez, a la posibilidad de elegir la compañía para compartir en el amor.

      Y otro elemento, no poco significativo, que ha contribuido a este crecimiento en la libertad de opción —el cual crea las condiciones para una relación de pareja en amor auténtico—, es la tolerancia de la sociedad de comienzos del siglo XX a las diferentes formas de abordar la existencia y, en este caso, la relación de pareja y la familia. Se aceptan distintas formas de convivencia, entre las cuales están: pareja monógama única leal, pareja monógama única con infidelidad ocasional, parejas monógamas con infidelidad sostenida, parejas monógamas con hipersexualidad, parejas monógamas sin sexualidad, familia monoparental mujer-hijo, familia monoparental hombre-hijo, hombre solo sin sexualidad, mujer sola sin sexualidad, hombre solo con sexualidad ocasional, mujer sola con sexualidad ocasional.

      Se aceptan alternativas de parejas que viven separadas por distancias, que viven en casas distintas, en habitaciones separadas; de parejas homosexuales y lésbicas, de parejas que no desean tener hijos, de parejas que adoptan hijos, de padres que han procreado a partir de reproducción asistida, de “nuevos padres” que se incorporan a la familia, de parejas hombres o mujeres que contribuyen al cuidado de hijos de otros hombres y de otras mujeres. Incluso, está en la agenda de la sociedad actual la aceptación de padres gay, o de madres lesbianas.

      Esta flexibilidad y tolerancia social a distintas alternativas de relación de pareja y familiar es diferente a la normativa impuesta hasta mediados del siglo XX. La sociedad de esa época planteaba como única alternativa viable el matrimonio monogámico heterosexual con las características que hemos descrito, imposibilitando así la construcción de dicha relación en libertad, porque la impone. Hemos ido transitando desde un paradigma de la simplicidad a uno de la complejidad (17).

      Hoy en día, una pareja que construye una relación monogámica heterosexual única para toda la vida, está optando en libertad por uno de los caminos que se le ofrecen. En este contexto, resulta muy atingente intercambiar desde distintos vértices el sentido profundo de tales opciones, contribuyendo así a enriquecer la mirada y a dotar de aún más libertad a la decisión.

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