monogamia única; sin embargo, por la carga filogenética que portamos en nuestros instintos, el abanico de posibilidades las congrega a todas. Hay personas promiscuas y otras que aún mantienen harenes (o a varias concubinas o amantes simultáneas). La monogamia en serie múltiple es casi la regla entre los famosos del espectáculo. La monogamia en serie doble es opción de casi el 40 a 50% de la población mundial, y las ocurrencias de monogamia única leales y desleales son entre el 30 y 40% respectivamente (95).
Hemos descrito los determinantes filogenéticos, la herencia de nuestros antepasados, quienes, por la forma en que fueron resolviendo el dilema de hacer pareja y familia, tuvieron mayor capacidad de sobrevivir y nos legaron sus genes con dichas tendencias instintivas grabadas. Pero la cultura sacrifica el placer de gratificar el instinto, en pro de obtener formas de vida más “refinadas” o más sublimadas o, tal vez, podríamos decir con un mayor grado de “realización”.
Estar casado con la misma persona toda la vida y mantener la fidelidad afectivo-sexual, exige ser capaz de sostener la investidura libidinal y el atractivo del vínculo a través del tiempo sin que este se agote. Para que ello ocurra, es necesario elaborar la ambivalencia extrema de amor-odio que se activa en toda relación cercana, resolver el agobio que se despierta en la relación íntima, y tener la creatividad suficiente para superar el tedio que emerge inevitablemente en la rutina.
La motivación que subyace al compromiso leal con otro para toda la vida, es la posibilidad de resolver las ansiedades de separarse mediante la creación de un vínculo, no circunscrito a un tiempo limitado y que tiene carácter de incondicional, con la confianza, desprendimiento y gratuidad que ello implica. Se busca en este encuentro permanente un camino de realización personal, con la idea de que sólo se accederá a él en una relación con otro para toda la vida, como veremos a continuación en este mismo capítulo. Los riesgos de este ambicioso compromiso son equivocarse en la elección de la pareja, o vivir circunstancias que lleven a que la relación se transforme en una experiencia insoportable y, a pesar del fracaso, se siga insistiendo en el cumplimiento de aquel compromiso inicial, con consecuencias negativas tanto para los miembros de la pareja como para sus hijos.
Este tipo de relación vincular se da entre las partes con mayor simetría que las descritas antes, lo que a veces implica mayor grado de confusión en cuanto a los roles, los deberes y derechos de los cónyuges. Por tal razón, esta forma de hacer pareja requiere de una elaboración mutua permanente. Como veremos, es la alternativa escogida por el mayor número de parejas a partir del siglo XXI, aunque por ahora este exigente proyecto sólo es logrado, en su propósito, por un porcentaje relativamente bajo.
Las parejas que eligen constituirse como monogamias únicas leales pueden formar parte del grupo de parejas modernas que Philippe Turchet, en su libro Pourquoi les hommes marchent-ils à la gauche des femmes? Le sindrome d´amour (¿Por qué los hombres caminan a la izquierda de las mujeres? El síndrome del amor), ha denominado como “des couples rares” (las parejas diferentes), que corresponderían a un 14,2% de todas las parejas en la cultura occidental. O sea, una de cada siete. El autor plantea que las seis restantes sostienen el vínculo por necesidades infantiles de dependencia no resueltas, o por cumplimientos obsesivos-narcisistas de la norma y de la apariencia social correcta. Infiere estas conclusiones de un estudio empírico en un grupo de tres mil parejas, las cuales fueron observadas en un área de su comportamiento vincular (115).
CAPÍTULO III
Condicionantes sociales y culturales de los distintos tipos de pareja
En el ser humano, sobre los determinantes filogenéticos que señalé actúa la sociedad, la cual regula la descarga del instinto y da origen a una determinada cultura. Esta, a su vez, modula las formas de relación política, familiar, militar y religiosa de un grupo. A continuación describiré los condicionantes sociales y culturales que han influido en las diversas modalidades de pareja en la cultura occidental, desde nuestros ancestros más primitivos. Para cada período en que hemos evolucionado, precisaré el tipo de relación de pareja, las características afectivas de la relación, el poder y el control que se ejerce en ella, la valoración de la mujer por parte del hombre y la sociedad, la posibilidad de disolución del vínculo y cómo se da esto en caso de existir.
1. Desde la era de los primates hasta el elabón perdido (20.000.000 años —> 10.000.000 años a.C.)
• El tipo de relación de pareja es la promiscuidad. La relación es movilizada exclusivamente por la descarga del instinto, motivando una sexualidad entre todos los miembros de una comunidad, sin importar lazos sanguíneos. El vínculo afectivo es reducido, aunque el primate mantiene las conductas de apego observadas en los animales.
El control de la relación se obtiene por la vía de la fuerza y del instinto. Este último coopera con todas aquellas conductas predeterminadas biológicamente, que ayudan a seducir sexualmente a la pareja y, posteriormente, a criar a los hijos. La fuerza se aplica en la competencia, en la lucha con los demás, a veces por parte del macho para imponerse a la hembra, o por parte de la hembra para rechazar al macho. La hembra es considerada como objeto del deseo sexual y como medio de esparcir los genes a través de sus descendencia.
Prácticamente no podemos afirmar que ocurra disolución del vínculo, pues este es muy rudimentario.
2. Período del eslabón perdido (10.000.000 años —> 7.000.000 años a.C.)
• El tipo de relación de pareja es el harén. Un macho tiene a su disposición a varias hembras, quienes se le entregan sexualmente y crían a sus hijos. A cambio, él otorga protección, cuidado, alimentación y un espacio de territorio.
Las variables afectivas de la relación se caracterizan por el intercambio y la conveniencia mutua: el macho “provee” un afecto predominantemente paternalista; la hembra “provee” un afecto más bien filial e idealizador.
La relación es asimétrica, con el poder y el control por parte del macho —él es el dueño de los bienes y del territorio— y tiene la potestad de decidir la pertenencia o la exclusión de sus hembras en el harén; por consiguiente, su valoración respecto del aporte individual de la mujer que vive con él es mínima: lo que ella entrega puede ser sustituido por lo que suministra otra. Además, el hombre tiene una capacidad limitada de establecer vínculos profundos y comprometidos.
3. Período de los homínidos y de los humanos gregarios (7.000.000 años —> 3.000 años a.C.)
• El tipo de relación de pareja es la monogamia en serie. Tiende a establecerse por los factores que ya mencionamos en los condicionantes filogenéticos, a los que agregamos la necesidad de formar pareja sólo durante el tiempo suficiente para que las crías superen la etapa de absoluta indefensión.
Tal como sucede en muchas especies, los vínculos humanos de pareja se desarrollaron en un principio para extenderse únicamente por el lapso que lleva criar a un hijo dependiente; es decir, por los primeros cuatro años, a menos que un segundo hijo sea concebido. Estos primeros hominoides que permanecían unidos hasta que su vástago era destetado y criado, posiblemente sobrevivieron en mayor número en relación a los otros, y prepararon el terreno para una monogamia en serie, como tendencia instintiva, con su base genética y biológica.
Hay varios elementos que confirman esta hipótesis. Según señala H. Fisher, entre los miembros de las tribus de África meridional las madres mantienen una relación muy cercana con el hijo, y para evitar quedar nuevamente embarazadas realizan gran cantidad de ejercicios físicos, consumen una dieta baja en calorías, amamantan en forma permanente a sus hijos e incluso les ofrecen el pecho a modo de chupete, interrumpiendo así la ovulación. Todo esto, más o menos por tres años. En consecuencia, los bebés kung nacen cada cuatro años, el mismo período que entre los nacimientos de los aborígenes australianos que practican el amamantamiento continuo, y entre los gainj de Nueva Guinea. También los niños son destetados al cuarto año por los yanomamos de la Amazonía, los esquimales netsilik, los lepcha de sikkim, y los dani de Nueva Guinea (46).
Todos estos antecedentes han llevado a concluir,