Ricardo Capponi

El amor después del amor


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en juego en dicha elección, es necesario revisar el proceso que va desde el enamoramiento al amor sexual estable. Estos dos temas serán el contenido de la segunda y tercera parte de esta obra.

      Finalmente, como tantas veces no logramos estar a la altura de los modelos que ordenan nuestra conducta, y ni la elección de pareja ni los procesos que de ello se derivan se cumplen y elaboran de la manera que hubiéramos querido, la cuarta parte del libro está dedicada a las consideraciones relativas a las condiciones en que una separación puede ser recomendable; es decir, cuando el modelo del matrimonio para toda la vida no pudo alcanzarse.

      La familia separada es una alternativa en sí misma —como lo es una familia intacta—, pero con un grado de complejidad diferente. Esta requiere, entre otras cosas, un lugar definido en la sociedad actual, la que debe afinar cada vez más los instrumentos de ayuda y apoyo a las diferentes formas de funcionamiento en que puede desplegarse, incluidos obviamente los casos en que los cónyuges intentan con nuevas parejas un nuevo matrimonio para toda la vida. Son tantos los cambios que han incidido sustancialmente en la forma de realización del vínculo matrimonial en las últimas décadas, que el desafío que enfrentamos en este siglo XXI es indagar en ellos, intentar comprenderlos, y buscar respuestas a las exigencias que nos plantean.

      PRIMERA PARTE

       ¿Una pareja o varias?

      CAPÍTULO I

       La revolución de los jóvenes hoy: Un mundo auténtico

      Cuando inspeccionamos las variables en juego en la relación de pareja proyectada para perdurar, nos damos cuenta de la tremenda complejidad, exigencia y dificultad que tal camino implica. De hecho, por ahora podemos decir que sólo entre un 15 y un 20% logra, en mayor o menor medida, realizar de manera exitosa un matrimonio para toda la vida (115).

      Los asuntos humanos complejos exigen arduos procesos de desarrollo, con estrategias y tácticas planteadas a largo plazo. Y aquí nos enfrentamos con un elemento central: a veces es tan a largo plazo, que consume a varias generaciones.

      Es muy distinto abordar un problema social con el objetivo de resolverlo en un determinado período de gobierno que durante toda una promoción y, más aún, proponerse un camino que implique sucesivas generaciones. Por ejemplo, salir del subdesarrollo en los países latinoamericanos necesariamente nos ha tomado y nos va a tomar varias generaciones. Los procesos de duelo social habitualmente involucran también a varias generaciones (22).

      Lo anterior significa que el traspaso del problema que hagamos a la generación siguiente, es clave en el desarrollo progresivo del tema en cuestión. El progreso en la justicia social a partir de la Revolución Francesa en Europa ha significado una permanente tensión entre generaciones de jóvenes y adultos mayores: las generaciones más adultas entregan los problemas con su perspectiva ya acotada a las nuevas estirpes, las que los cuestionan y proponen cambios a veces peligrosamente rupturistas.

      Por las razones que ya hemos esbozado y otras que expondremos en el desarrollo del libro, estamos recién expuestos al desafío de construir una relación de matrimonio según el modelo de amor sexual estable que plantea la monogamia única con fidelidad. Lo interesante es que la nueva generación parece haber recogido el guante y está dispuesta a asumir el desafío. Pero esto también nos exige a nosotros, como sus padres, ayudarlos responsablemente.

      Pero, ¿cuál es la revolución de los jóvenes hoy?

      El surgimiento de los países y naciones cumplió con el anhelado sentido de pertenencia que requerían las sociedades en el siglo XIX, y las ideologías totalitarias lo hicieron en su medida durante el siglo XX. Frente al fracaso de esta última alternativa, la búsqueda de sentido y de pertenencia está encaminada por otro sendero y, por supuesto, quienes la lideran son las generaciones actuales, cuya característica más común es, quizá, el perfil individualizante.

      Los jóvenes sospechan de las proposiciones que vienen de las instituciones —llámense Iglesia o Estado— o de las ideologías y partidos políticos. Esta búsqueda de respuestas desde una perspectiva no grupal, no social, si bien favorece el desarrollo de soluciones individuales creativas —disminuyendo la natural coerción y limitación que significa la pertenencia a un grupo—, implica el riesgo de perderse entre derroteros personales estériles. Además, es una alternativa solamente para quienes tienen una identidad más o menos estable y sólida.1

      Debemos precisar cuál es el contenido de esta modalidad más bien individual de enfrentar los conflictos propios de la adolescencia, en relación con las ansiedades que ese período de la vida despierta, la necesaria ruptura con la generación anterior y la agresión rebelde que ello implica.

      ¿Qué pretende?, ¿hacia dónde va encaminada la revolución generacional a la que hoy asistimos?

      La generación de los padres de los adolescentes de hoy en día participó de la revolución que significó denunciar a sus propios padres por no haber asumido el ideario —develado a fines del siglo XVIII y desarrollado durante el siglo XIX— que facultara una modificación de las estructuras sociales y la construcción de una sociedad más justa (concepción que se concretó en las ideologías de corte socialista y en las de carácter totalitario). La rebelión de los jóvenes actuales, en cambio, consiste en culpar a la generación de sus padres por no llevar a cabo, por no asumir y no cumplir el ofrecimiento de una forma de existencia más elaborada y auténtica, propuesta y declarada durante el siglo XX. Nos referimos a la corriente de pensamiento que impregna toda la cultura de Occidente, y que dice relación con el mundo interno y las relaciones interpersonales, con el existencialismo y los aportes de la psicología profunda. Son estas las visiones que instituyen la importancia de la relación íntima con otro, de la crianza de los hijos, así como de las variables emocionales que esta supone. De ahí las exigencias psicológicas en que se enmarca el desarrollo del mundo interno para procurar la estabilidad afectiva de la persona y la elaboración requerida para evitar la tendencia al autoengaño, junto a la valoración de la autenticidad y la búsqueda de la verdad en su sentido amplio (25).

      En resumen: la revolución de los jóvenes del siglo XX buscaba la justicia social; la de los del siglo XXI persigue la autenticidad.

      Insistimos en el carácter individualista de la búsqueda emprendida por las nuevas generaciones, donde las figuras de líderes o de conducciones grupales en torno a propuestas ideológicas sobre el tema en general no interesan. Todo esto, con las desventajas que recién señalábamos propias de aquellas identidades más frágiles, con poca tolerancia a la incertidumbre, que terminan canalizando la agresividad en grupos que tienden a despreciar al resto de la sociedad. Estos adolescentes acaban en sectas fanáticas, poseedoras de “la verdad”, con respuestas rígidas e irracionales, o en tendencias autodestructivas como las drogas, la promiscuidad, la violencia, el suicidio abierto o solapado.

      Pero la mayor parte de los adolescentes de hoy —criados en la importancia de una relación familiar afectuosa, preocupada de su educación, de su bienestar emocional y psicológico, con un padre más cercano y una madre menos sobreprotectora y, por lo tanto, desarrollados con una identidad más sólida, más sana y menos reprimida que las generaciones pasadas— quiere llevar a la práctica lo que les ofreció un pensamiento elaborado durante el siglo XX, el cual las generaciones anteriores no hemos sido capaces de implementar, encandilados aún por las ideologías “salvadoras”. La proposición que se ha ido cristalizando a fines del siglo XX y comienzos del XXI, es la del camino de realización personal a través del conocimiento del mundo interno, que solamente puede ser llevado a cabo por medio de las interacciones afectivas profundas, íntimas y comprometidas con un otro. Entre estas relaciones, las más importantes son las familiares —paternales, filiales, fraternales— de amistad y, por sobre todo, dado el carácter especial que ocupa en el concierto social, la relación de pareja.

      La revista francesa Psychologies, en su número de febrero del 2003, trae un artículo que titula “Mariage d’amour ou amour du mariage?” (¿Matrimonio por amor o amor por el matrimonio?) (98). Allí, el sociólogo François de Singly, propone una reflexión ante un curioso