que la divergencia con nuestros antepasados más remotos, los gorilas, se produjo hace catorce millones de años atrás, y que incluso el eslabón perdido que dio origen a la especie de los gorilas ya vivía en harenes y no en promiscuidad.
Hay evidencias de parejas monogámicas en homínidos desde hace tres y medio a cuatro millones de años atrás, lo cual nos puede llevar a suponer que la relación de pareja monogámica empieza a coexistir con la vida en harenes hace por lo menos cinco millones de años.
La promiscuidad como forma vincular de pareja, desde el punto de vista del funcionamiento mental, nos induce a pensar a los especialistas, en una alteración psicopatológica en estructuras mentales narcisistas o borderline o sintomáticas a estados de exaltación maniformes o de erotomanías psicóticas.3 Sin embargo, algunos movimientos místicos del siglo XIX en Estados Unidos practicaron el “amor comunitario”, que es una forma relativamente organizada de promiscuidad. Un regla se erigía infranqueable entre sus miembros: de dichas relaciones no debían nacer hijos. La eyaculación estaba prohibida a los hombres. A decir verdad, estos movimientos de masas estaban promovidos por un gurú delirante.
También durante los años 60 a 70 en el oeste de Estados Unidos, los grupos hippies plantearon un modo de vida familiar comunitario libre que incluía la promiscuidad, como “matrimonios grupales” o “amores en comunidad”, a manera de alternativa a la organización familiar judeo-anglicana predominante. Algunos de estos grupos se organizaban en torno a un jefe carismático que imponía ciertas normas y, en realidad, no todo estaba permitido. Otros se abrieron a una total y completa promiscuidad, agregando drogas al poco andar; mas estos grupos fueron pronto disgregados por considerárseles insalubres (16).
Otra forma enmascarada de un actuar promiscuo, que se ejerce en algunos sectores de nuestra sociedad, es el “intercambio de pareja”. La idea es que esta se permita tener aventuras con otros partners, a condición de que no haya mentiras ni engaños en tales procedimientos, y que habitualmente sean compartidos. El riesgo de estos intercambios —a menudo impuestos por uno de los miembros de la pareja al otro, que no se niega a la proposición por miedo de perder a su compañero(a)— es la degradación progresiva del vínculo sexual maduro a formas pervertidas de relación, o al establecimiento de un nuevo vínculo con un partner “que se encontró en el camino” (66).
Una modo de promiscuidad que el profesor de Psiquiatría de la Universidad de Ginebra, Willy Pasini, denomina “perversión soft”, es la que se da entre grupos de jóvenes que en una fiesta o en una ocasión aislada, y con un carácter lúdico y ocasional, se permiten experiencias eróticas múltiples y comunicativas entre ellos. No tienen el carácter perverso de la repetición, y quedan en la memoria, a la manera de los carnavales, esas grandes fiestas anuales que alteran el orden establecido, especialmente en cuanto a las prohibiciones sexuales, y permiten —por un día— aquello reprimido todo el año. Vale decir, la perversión soft ofrece una promiscuidad liberadora ocasional, acompañada de una fidelidad monogámica el resto del año (90).
2. Poligamia
Es posible que desde la promiscuidad habitual en nuestros ancestros, poco a poco se fuera instalando el rechazo a tener relaciones con los propios padres, y de parte de estos, con sus hijos. Ello pudo suceder tras la constitución de los harenes: relaciones poligámicas que conforman la primera forma de vida sexual surgida en reemplazo de la promiscuidad, y que aparecen por primera vez con la especie que conocemos con el nombre de “eslabón perdido”. Este dio origen a los chimpancés, a los orangutanes y a los hominoides, que más tarde se desarrollaron en los ancestros de donde proviene la raza humana. Tal proceso, ocurrido hace nueve millones de años, lleva a pensar que los gorilas y los hominoides simplemente mantuvieron este sistema de apareamiento. Y mientras los chimpancés reinventaron la promiscuidad, los hominoides inventaron la monogamia.
En esta forma vincular, la poligamia, el hombre debe tener la capacidad de mantener varias relaciones íntimas en forma paralela, sin sentir que son incompatibles.
Además, debe poder relacionarse rápidamente con cada esposa y separarse de ellas con la misma facilidad, lo que supone una gran capacidad para los desplazamientos y sustituciones del objeto de deseo.
La mujer, por su parte, debe ser capaz de tolerar las separaciones y el abandono, con el agravante de no tener la posibilidad de sustituir a su pareja por otro hombre. También debe estar capacitada para aceptar la exclusión, cuando es otra la preferida del harén. Los celos y la competencia entre mujeres que lo integran les exige el buen manejo de la agresión al servicio de la defensa. Además, deben ser sumisas y resignarse a que el hombre posea el control.
En el vínculo poligámico, el hombre resuelve las “ansiedades de separación” teniendo a varias mujeres a su servicio, evitando de esta forma el contacto con angustias, ligadas a la soledad y el abandono. Se gratifica en la omnipotencia y en el poder de poseer a su antojo a la mujer que quiere, cuanto quiere y cuando quiere.
Ellas, a su vez, no tienen que hacerse cargo en forma exclusiva de las demandas afectivas y de servicio sexual de un hombre, sino compartirlas con otras mujeres, dejando así tiempo y energía para los hijos. Se gratifican en la relación con un hombre idealizado, poderoso, que protege y que es, además, valorado por las otras mujeres.
La forma poligámica de relación tiene varias limitaciones: los miembros que componen este vínculo conocen al otro más en extensión que en profundidad; la relación es asimétrica: el hombre lleva el control y maneja más poder a la hora de la toma de decisiones; refuerza en el hombre los rasgos de actividad de independencia y de superioridad; refuerza en la mujer los rasgos de pasividad, sometimiento, dependencia e inferioridad.
Para el psiquiatra y antropólogo Phillipe Brenot, la poligamia institucionalizada es un tipo de poligamia al que sólo tienen acceso los ricos y poderosos, quienes se imponen, o imponen la idea que detentan, por la fuerza (16).
3. Monogamia
La evolución hacia la monogamia no es exclusiva de los hominoides; también evolucionan a esta forma de relación varios primates superiores: además del hombre, los jibones y por lo menos cinco grupos distintos de monos. La forma de apareamiento propia de los harenes también evoluciona en al menos ocho grupos de primates. Y, como ya señalamos, la promiscuidad es retomada por los chimpancés y por otras dos especies de monos.
La pareja monogámica es poco frecuente en la naturaleza y es bastante rara entre los mamíferos, porque al macho le conviene esparcir al máximo sus genes, en distintas hembras y en lugares distantes. Y tanto la promiscuidad como el apareamiento en harenes facilitan este objetivo (46).
También para las hembras es mejor vivir con otras hembras y copular con los machos que las vienen a visitar. Hacerse cargo de un macho más bien les trae complicaciones…
¿Qué sucedió y qué hipótesis se han planteado para entender la evolución del sistema de harenes hacia la monogamia en los hominoides, nuestros parientes más cercanos?
Como decía, la monogamia en la naturaleza es poco frecuente. Si bien el 90% de las aves hace parejas, sólo el 3% de los mamíferos se vincula a largo plazo con un solo cónyuge. La mayor parte de las parejas de aves y mamíferos se constituyen para cuidar y criar a los vástagos, que nacen muy indefensos y requieren de un período de ayuda para conseguir el alimento y protegerse frente a los depredadores (36).
Los estudios arqueológicos han revelado que hace tres o cuatro millones de años un tipo de hominoides, los australopitecus afarensis —nuestros ancestros más remotos después del eslabón perdido— ya se desplazaban en parejas monógamas.
Algunos de los factores que empujaron a este tipo de relación son los siguientes:
• El canal pélvico se hizo estrecho para el grado de crecimiento que fue adquiriendo la cabeza del hombre, que debía alojar una masa encefálica cada vez mayor, por las necesidades del uso de la mente. Por ello los bebés nacen muy inmaduros y necesitan al menos cuatro años de protección, apoyo, alimentación y crianza antes de poder ser autónomos.
• La rapidez del crecimiento de las habilidades mentales