Ricardo Capponi

El amor después del amor


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la variabilidad adaptativa, más allá de las condiciones que favorecen la de carácter genético. Esto hace necesario que parte del crecimiento mental se realice en el vínculo con la madre y con el padre desde temprano.

      • Debido a los cambios climáticos, disminuyó la dimensión de la selva y nuestros antepasados fueron desplazados hacia la llanura, hacia la sabana. En estas circunstancias, debieron cargar alimentos para llevarlos a lugares protegidos de los depredadores, y portar ramas y piedras tanto para atacar como para defenderse. Se hizo necesaria, entonces, la bipedestación. Adoptando esa postura corporal, los hijos ya no pueden colgar de sus madres; estas deben llevarlos en los brazos y, además, vigilarlos constantemente, pues en espacios abiertos y sin la protección de los adultos, las crías quedan indefensas frente a ataques inesperados. En estas condiciones la hembra no puede dedicarse tranquilamente a acopiar vegetales y a coger raíces. Se hace necesario que entre en escena el esposo y padre.

      • El macho, en la sabana, a campo abierto, por la exposición y el desguarecimiento que este medio implica, no puede hacerse de un territorio y proteger a un número grande de hembras —que es la base de los harenes—; por lo tanto, opta por tener una sola pareja (28).

      El cambiar de pareja una vez que se ha tenido un hijo tiene ventajas para la especie, en cuanto produce una variedad genética que favorece su sobrevivencia cuando se ve enfrentada a demandas ambientales difíciles y extremas para su adaptación. La condición genética distinta aumenta las probabilidades de la especie para sobreponerse a dichas exigencias y, así, para sobrevivir y perpetuarse.

      Los machos pueden elegir permanentemente a las hembras más jóvenes y más sanas, capaces de dar a luz hijos, a su vez, más saludables. Por su parte, las hembras pueden elegir mejor a sus machos, entre los más fuertes y más capaces de darles provisiones y protegerlas.

      La monogamia en serie también reporta ventajas culturales y sociales, pues los nuevos matrimonios eran los medios que tenían las tribus primitivas para crear y mantener alianzas entre distintos grupos de la vecindad. Mientras más nuevos vínculos se crean, más negociaciones y asociaciones se realizan.

      Una base en parte biológica que da sustento a la monogamia en serie es que el enamoramiento es pasajero, el estado psíquico de exaltación correlacionado con la producción de anfetaminas naturales no puede sostenerse con el paso del tiempo, el cerebro no puede tolerar esa estimulación continua y las terminaciones nerviosas se agotan o se vuelven inmunes. El estado de enamoriento no puede durar más de dos a tres años.

      A lo anterior se suma otro factor motivador del cambio de pareja, como es la saturación que se experimentaría en ese estado de paz y tranquilidad sostenido en el tiempo, que es propio del estado de apego posterior al enamoramiento. O sea, también se crearía tolerancia e inmunidad a la secreción de endorfinas, esto es, los neurotransmisores relacionados con los estados propios del apego. Esta es la que Bischof llama “respuesta por empacho”, a la que llega estudiando el comportamiento de las aves (97).

      Construir una relación de pareja, separarse, posteriormente conocer y armar otra pareja, y así sucesivamente, requiere la capacidad de perder vínculos mantenidos por un tiempo, e invertir en nuevas relaciones que reemplazan a las anteriores. Las pérdidas inherentes a dejar la relación previa requieren de un duelo que permita construir una nueva. Pero, aun así, tal como concebimos la familia hoy, el cónyuge tendrá que integrar a la nueva relación al ex marido o a la ex esposa, por cuanto ellos siguen a cargo de los hijos en común. Además, los miembros de la nueva pareja deben ser capaces de realizar el paternaje y maternaje necesarios ante hijos que no son los propios (biológicos), lo cual exige mucho tiempo y energía. Por último, este tipo vincular requiere mantener compromisos de crianza, aunque no se viva en el mismo espacio físico con los hijos.

      La motivación que subyace a tener parejas en serie es la de llenar la expectativa del preenamoramiento, enamorándose y creando una relación intensa y apasionada con otro, pero limitada en el tiempo, para después quedar en libertad y adquirir un nuevo compromiso. La tarea de la crianza se extiende más allá del tiempo que dure la relación de pareja, pero no se realiza en el triángulo familiar original.

      La pareja de la monogamia en serie limita la relación al cumplimiento de una tarea. Esta relación carece del desprendimiento y la gratuidad que expresa un compromiso incondicional y sostenido en el tiempo. Disminuye la posibilidad de sentirse contenido y protegido. Tranquiliza en menor medida las “ansiedades persecutorias”4 básicas que todos los seres humanos padecemos. El hombre pierde las posibilidades de desarrollar una paternidad más profunda y cercana, ya que habitualmente es despojado de los hijos, aunque gane en libertad para incorporar a su vida a una nueva pareja. La mujer, en cambio, mantiene a los hijos a su lado y puede realizar una maternidad más comprometida, pero pierde en libertad para incorporar a una nueva pareja.

      La monogamia única es una forma de apareamiento que previene tanto el abandono de los hijos genéticos como su entrega al cuidado de otro progenitor, o tener que hacerse cargo de los genes de otro padre. Y, dado que en la especie humana el período de cuidado de un hijo antes de que pueda hacerse autónomo e incorporarse a otro tipo de cuidado grupal es de cuatro años, cuando se tiene más de dos hijos predominan los factores de apego por sobre la búsqueda de diversidad. En este proceso, del enamoramiento se pasa a un estado psíquico caracterizado como de estabilidad, en el cual la producción de endorfinas —según Liebovic— aporta con las sensaciones de bienestar y paz. Su origen está en la necesidad de que macho y hembra se encariñen durante el tiempo suficiente como para permanecer juntos durante una crianza prolongada más allá de los cuatro años (46).

      A lo anterior debe agregarse que, a partir del descubrimiento del arado, el hombre y la mujer dependen recíprocamente, y esto facilita la creación de un lazo permanente. Al respecto, es necesario recordar que en los vínculos adultos la relación de cuidar y ser cuidado en un solo sentido, es más débil que cuando se da en ambas direcciones. Con el aumento de la edad cronológica, conviene a la pareja hacerse cargo mutuamente uno del otro y ver crecer a los nietos como un sustituto del instinto de tener hijos.

      Sin embargo, esta relación para toda la vida, sustentada en el proyecto común de criar a los hijos, de dar cumplimiento a un mandato social, de la dependencia mutua y del afecto, no exige de por sí la lealtad sexual tal como la entendemos hoy. En muchos hombres, la tendencia filogenética a la infidelidad se vive de diversas maneras según lo permitan la sociedad y la cultura, implícita o explícitamente. Dicha disposición proviene tanto del impulso primitivo promiscuo que subyace en nuestra condición animal, como de los largos períodos de evolución de la especie en que los machos vivieron en poligamia, en harenes, y las hembras sostenían relaciones paralelas para reasegurarse el apoyo, la protección y la provisión de un macho en caso de faltar o morir el padre de sus crías.

      Esta forma vincular tiene exigencias, motivaciones y limitaciones parecidas a las de la monogamia única fiel que describiremos a continuación, pero con la diferencia de que el mundo afectivo-sexual se vive disociado. Ello daña la relación por el carárter de mentira que la atraviesa, por la asimetría con que se plantea y por la pérdida de toda la fuerza y atractivo que potencia a una relación de pareja con una sexualidad exclusiva. Además, no sólo se ve afectada la sexualidad; también la comunicación, la pasión y, en parte, los proyectos y compromisos acordados. El o la amante consume los recursos, la energía psíquica y la preocupación a ese miembro de la pareja, restándoselos a su cónyuge.

      Por otro lado, contiene un riesgo: perder el control del aspecto sexual disociado, que el cónyuge se enamore y la pareja se haga trizas (106).

      La lealtad a la relación monogámica es un agregado cultural que exige la renuncia de la pulsión, el sacrificio de la tendencia natural a la infidelidad. Esta exigencia de fidelidad es de tal monta, que la sociedad se la plantea como posible de cumplir sólo recién a partir de fines del siglo XX. Antes no era sino una intención loable, coherente con la doctrina planteada por la religión católica, pero únicamente exigida a la mujer.