Ricardo Capponi

El amor después del amor


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En esta modalidad, la pareja establece un vínculo afectivo que tiene las características de lo que describiremos más adelante como el estado de enamoramiento, un amor destinado fundamentalmente a la procreación y a la crianza de los hijos (46).

      En él las relaciones son simétricas: basados en el proyecto en común de criar a la descendencia, el hombre y la mujer se reparten las tareas. Originalmente se trataba de sociedades nómadas, cuya supervivencia se sustentaba en la recolección, y donde las mujeres adquirieron mucha importancia en las labores de acopio y suministro del alimento nocturno. Ellas salían rutinariamente del campamento para trabajar y llevar a la casa bienes preciosos e información valiosa.

      Los investigadores Bachofen, Morgan y Engels plantean una relativa igualdad entre los sexos como regla en muchas sociedades preagrícolas antiguas. La antropóloga Eleanor Leacook, con información proveniente de todo el mundo, demuestra que en las comunidades prehistóricas, hombres y mujeres tenían las mismas libertades, “derechos” y obligaciones (46).

      De lo descrito anteriormente se desprende que la mujer cumplía una importante función dentro del grupo social y en la relación monogámica en serie. Si bien durante el período de crianza debía abocarse a la tarea de amamantamiento y cuidado de la criatura, dentro de la economía doméstica de las sociedades nómadas —donde no hay cultivos—, era de su responsabilidad el acopio de los alimentos. Por su parte, el macho se ocupaba de salir a cazar animales.

      Como señalábamos previamente, en este período la mujer se mueve con mucha más independencia dentro de su clan y, al no estar comprometida en un vínculo para toda la vida, una vez cumplida la labor de crianza queda en libertad para unirse con otro hombre. La relación de pareja se sostiene mientras se cría al hijo, hasta que este alcanza la suficiente habilidad e independencia para integrarse a los grupos de niños de los cuales la comunidad se hace cargo. Tal situación cambiará con el sedentarismo y la introducción del arado.

      Todo esto nos hace pensar que, durante varios millones de años, el ser humano mantuvo relaciones de pareja monogámicas, pero varias en el transcurso de su vida.

      • El tipo de relación de pareja en este período es la monogamia única con infidelidad principalmente masculina.

      Para Helen Fisher, la antropóloga que publicó Anatomía del amor —y de quien he tomado varios aportes en este capítulo— la invención del arado marca la diferencia desde una relativa igualdad entre los sexos a una relación marcadamente desigual.

      El arado pesaba y requería ser arrastrado por un animal grande que, a su vez, exigía la fuerza de los hombres. Para la supervivencia de la comunidad, los hombres cazadores eran importantes, pero como labradores de la tierra se vuelven esenciales. Las mujeres, por su parte, pierden el papel vital que mantenían como acopiadoras de alimentos, pues ahora no interesan tanto las plantas silvestres como las cosechas de las plantas cultivadas. Durante siglos ellas habían sido las proveedoras del sustento diario, pero a partir de la incorporación del arado realizan tareas secundarias, como arrancar la maleza, cosechar y cocinar. Así, pues, el control por los hombres de los recursos vitales de producción contribuye a hacer declinar el poder femenino.

      A partir de entonces, ni la mujer ni el hombre podrán divorciarse. Trabajan la tierra juntos; ninguno de los dos puede abrir a solas los surcos y, al mismo tiempo, abonar y sembrar la tierra, como en cambio sí pueden hacerlo juntos. Quedan ligados a la propiedad común y nace la monogamia permanente o única.

      Fisher cita una revisión de 42 etnografías acerca de pueblos diversos del pasado y del presente, y en todos se verifica que el adulterio estuvo presente, incluso en aquellas culturas en que era castigado con la muerte. No existe cultura en la cual el adulterio sea desconocido, ni hay recurso cultural o código alguno que haga desaparecer la aventura amorosa. La infidelidad parece ser parte de nuestro arcaico juego reproductivo.

      ¿Por qué esta conducta infiel tiene tanta fuerza? A pesar de los azotes, los garrotazos, mutilación de genitales, amputaciones, divorcios, abandonos, muertes en la hoguera, por asfixia o por estrangulamiento, y todas las crueldades que la gente ha sufrido por la infidelidad, ella persiste.

      Es fácil explicar por qué los hombres se interesan en la variedad sexual: su motivación instintiva los lleva a esparcir su carga genética, a querer depositar su semilla en distintas mujeres y en distintos lugares geográficos. Según esta hipótesis, las mujeres estarían menos motivadas biológicamente a la variedad sexual. El antropólogo Donald Symons proporciona un interesante argumento al respecto: estudiando la conducta de los homosexuales, advierte que muchos tienden a vincularse sólo por una noche, buscando el sexo fácil, anónimo y sin compromiso; las lesbianas, en cambio, que buscan relaciones más duraderas y comprometidas, tienen menos amantes, parejas semejantes y una sexualidad precedida de afecto más que de sexo por sexo (46).

      Así, si los machos que gustaban de la variedad sexual fecundaron más hembras, procrearon más crías y enriquecieron su linaje genético, su infidelidad era adaptativa.

      En el caso de la mujer hay cuatro razones que explican que pueda tener una determinación biológica hacia el adulterio:

      • La subsistencia complementaria. Con una segunda pareja, la mujer podía conseguir más resguardo y alimento adicional, lo cual aseguraba su supervivencia y la de sus hijos.

      • Si un marido abandonaba a su mujer o se moría, existía otro varón al que podía convencer para que la protegiera y ayudara.

      • Si estaba emparejada con un cazador débil, con problemas físicos, enfermedades o trastornos de carácter, la mujer tenía la posibilidad de mejorar su línea genética teniendo hijos con otro hombre.

      • El tener descendencia con distintos hombres aumentaba las posibilidades de sobrevivir que tenían los hijos dada la variedad genética para enfrentar los cambios del entorno.

      Desde esta hipótesis, podemos pensar que aquellas mujeres que se escapaban al bosque con amantes furtivos sobrevivían más que las que no consiguieron compañeros ocasionales, y dejaron además de herencia para la mujer moderna la tendencia a ser infiel. Un antropólogo plantea incluso que la capacidad multiorgásmica de la mujer se relaciona con una táctica evolucionista ancestral de copular con múltiples parejas, para obtener así de cada varón la inversión adicional de protección paternal capaz de prevenir el infanticidio (esto es, llegar al coito con múltiples varones para hacer amistad). Posteriormente, las hembras pasaron de la promiscuidad a las cópulas furtivas, y lograron mantener el beneficio de mayores recursos y, al mismo tiempo, una mayor variedad de genes para sus descendientes (46).

      En esta monogamia única con infidelidad, el amor de pareja presenta las características de una sociedad por conveniencia, a la cual nos referiremos más adelante cuando hablemos de la historia de la elección de pareja en Occidente.

      Los hombres cazadores-acopiadores tienen poderosas tradiciones de equidad y solidaridad. Para gran parte de la humanidad, en este período las jerarquías formales no existen. Sin embargo, con el correr del tiempo la organización de la cosecha anual, el almacenamiento, la distribución, la planificación del comercio y la representación de la comunidad en las reuniones, dan pie al surgimiento de los líderes. Cabe inferir que los jefes de aldea adquieren poder con la aparición de los primeros asentamientos de comunidades no agrícolas. Y, más tarde, con la vida sedentaria, la organización política se hace más compleja y también más jerárquica. Sedentarismo, monogamia permanente y jerarquías masculinas van de la mano.

      La guerra es otro factor que gravita en la declinación de los derechos de la mujer. A medida que aumenta la población se empiezan a defender las propiedades y los territorios; los guerreros adquieren gran relevancia, a la par que incrementan su poder sobre las mujeres (46).

      En el lapso que describimos, el patriarcado se expande a través de toda Euroasia. El sistema predominante de relación es de tipo patriarcal, característico de las sociedades agrícolas, donde las mujeres se convierten en propiedad que debe ser vigilada, guardada y explotada.

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