complejo proyecto del matrimonio y se proponen caminos para “reparar” y prevenir las dificultades que atentan a su realización en el largo plazo. En este contexto se sitúa mi aporte entregado en este libro.
El matrimonio en nuesto país
La actitud de nuestra sociedad frente a la relación de pareja, la convivencia, el matrimonio, la separación y el divorcio, es sumamente heterogénea y un tanto confusa.
En Santiago de Chile, un 60% de las personas considera que la calidad de su matrimonio se mantuvo respecto de cuando se casó. Un 25%, que empeoró; y sólo un 12% estima que su matrimonio mejoró. Muñoz y Reyes señalan en su libro Una mirada al interior de la familia (1997) que la vida conyugal parece ser satisfactoria para el 65,4% de los maridos, y para el 49,5% de las esposas (84).
Las investigaciones descritas por Carlos Cousiño en su trabajo Divorcio y opinión pública, realizadas en 1993, demuestran que el 87,2% de los encuestados en un estudio, y el 83,7% en otro, están de acuerdo con que “el matrimonio es un compromiso para toda la vida” (32). Sin embargo, las rupturas conyugales hablan de cifras que van desde un 15,3 a un 22,6% (48). Algunos centros de estudios dedicados al tema señalan que el 50% de los matrimonios terminan en separación, cifra que coincide con las de países europeos y de Estados Unidos (116). Por otro lado, según el Instituto Nacional de Estadísticas (INE), en Chile las nulidades matrimoniales han aumentado un cien por ciento en comparación al año 1980 (61).
La interpretación de estas estadísticas no es fácil. Por una parte, parece existir la idea de que la relación de pareja y el proyecto de matrimonio constituyen una alternativa convincente. Por otra, apenas un 12% de las parejas encuestadas en el estudio de Cousiño considera que ha vivido un proceso de crecimiento, en un proyecto que solamente puede ser calificado de bueno cuando se da esa evolución positiva.1 Además, la mitad de las mujeres, y un poco menos los hombres, no valora su relación conyugal al interior de la familia. Y por último, las cifras duras de rupturas conyugales alcanzan montos cercanos al 25%; esto es, un cuarto de la población fracasa ostensiblemente en el proyecto matrimonial, aunque se comparte la opinión de que la mitad de las parejas terminan separándose (116).
También la institución del matrimonio como alternativa para realizar un proyecto de familia ha sufrido un grave deterioro durante los últimos años en nuestro país. Así, las cifras oficiales del INE demuestran que el número de matrimonios ha bajado a la mitad entre 1988 y el 2000. Por su parte, en la encuesta del Centro de Estudios de Opinión Pública (CEP), publicada en julio de 2003, sobre el tema “Mujer y trabajo, familia y valores”, un 68% de los encuestados estuvo de acuerdo con la afirmación: “Es aceptable que una pareja conviva sin tener la intención de casarse”; y un 66% estuvo de acuerdo con la afirmación: “Es una buena idea para una pareja que tiene intención de casarse vivir juntos primero” (30). El año pasado, la mitad de los niños nació fuera del matrimonio en Chile, cifra significativamente menor en la década de los 90, cuando —de acuerdo al INE— llegaba a un 33% (62).
Todos estos son datos empíricos que nos deben motivar a reflexionar en torno a los temas relacionados con la constitución de la pareja. Qué significa el pacto del matrimonio por sobre las uniones de hecho, qué ventajas y desventajas tiene la convivencia previa, en qué momento estamos mejor capacitados para elegir pareja, qué responsabilidades subyacen a la decisión de tener un hijo y construir una familia, y qué tipo de compromiso es más conveniente asumir: civil, religioso, ambos, o sólo de palabra. También debemos incorporar al análisis de este complejo proceso de hacer pareja, el rol que juegan la sexualidad, la planificación familiar, los preservativos y los métodos anticonceptivos.
El proyecto de pareja: búaqueda de nuevas perspectivas
La desarmonía entre la valoración, las intenciones y los resultados de las uniones conyugales, está relacionada con diversos factores que comienzan a adquirir peso a partir de fines del siglo XIX y comienzos del XX. En la práctica, se vincula con el cuestionamiento al concepto tradicional de la familia, producto —entre otros— de la incorporación de la mujer al trabajo y a los derechos civiles; la importancia que adquieren la subjetividad y las relaciones simétricas en la pareja, que cuestionan el machismo tradicional; la preocupación creciente por el desarrollo y crecimiento psicológico de los hijos, y su relación con la calidad de la cercanía y trato por parte de sus padres. A todo ello se agrega que la prolongación de la vida de las personas crea un nuevo marco temporal al compromiso conyugal. Asimismo, el descubrimiento de los anticonceptivos redunda en que la sexualidad ya no sólo se practica con fines procreadores. Sobre todo en la perspectiva societal, a lo anterior se suma el debilitamiento del poder de la cristiandad como fuente normativa, y la globalización, industrialización y urbanización, que imponen la cultura de consumo y crean una mentalidad que fácilmente sustituye e intercambia, toma y desecha... Y así, sumándose estas a otras variables que han influido en el proceso de cuestionamiento del concepto tradicional de familia, nos encontramos en un momento de transición entre una noción de proyecto matrimonial que ya no parece responder a las sociedades actuales, y otra que aún no cristaliza. En esta situación, nos vemos exigidos a recrear la relación de pareja y el matrimonio como proyectos coherentes con la etapa de desarrollo de la modernidad que nos encontramos viviendo.
Avanzar en este tema implica entrar en diálogo con las generaciones jóvenes, de forma que podamos entregar nuestro criterio y experiencia en un lenguaje comprensible. Este debe incorporar los elementos centrales de la modernidad, la metodología científica como abordaje esencial de los problemas, la importancia de la variable subjetiva en la descripción y comprensión de los fenómenos relacionados con la humanidad, y los principios incuestionables de respeto democrático como concreción del valor absoluto del ser humano, cualquiera sea su condición.
Pienso que sólo a través de una reflexión fundamentada en los aportes de la disciplina científica, vinculada a las ciencias humanas, a la psicología —y al interior de esta, a los conceptos psicoanalíticos modernos—, a la etología y a la sociología, podremos ordenar y dialogar con cierta rigurosidad en esta materia, insertándola en el debate público de la sociedad actual. En este sentido, advierto al lector que se encontrará con ideas que tal vez requerirán de él un cierto esfuerzo por entenderlas. Mas eso es inevitable si queremos ir un poco más allá en la comprensión de un tema de por sí complejo, evitando los lugares comunes y los asuntos obvios que tiende a plantear el convencionalismo social, vía los medios de comunicación masivos.
Así, hemos elaborado los conceptos planteados en este libro en el marco teórico de los términos psicoanalíticos actuales, sumados a los aportes de Otto Kernberg sobre las relaciones amorosas en la pareja; a los de Henry Dicks y la teoría de las relaciones objetales en las tensiones maritales y las formas inconscientes de vincularse; a los aportes de Puget y colaboradores respecto del estudio psicoanalítico del funcionamiento de la pareja; a los de Willis en relación con las formas de colusión que unen a las parejas de manera inconsciente, y a los estudios de Eiguer sobre la clínica psicoanalítica de la pareja. A esta mirada desde la psicología psicoanalítica, añadí los aportes de diversos autores a la historia de la cultura, la antropología y las ciencias cognitivas, integrando al modelo los datos observados por estas disciplinas. Con el fin de familiarizar al lector respecto de algunos temas psicoanalíticos que atraviesan todo el texto, he agregado al final del libro un apéndice sobre conceptos psicoanalíticos actuales.
Desarrollo del libro
En El amor después del amor comienzo tras la comprensión de por qué creemos que el matrimonio debiera ser para toda la vida. Tras toda intención hay un modelo, y el que subyace a esta es el que intento describir aquí. Los modelos, tal como los ideales del yo, son muchas veces irritantes, pues tienen un carácter coherente y perfecto que nunca podemos cumplir. Por eso deben ser tomados “simplemente” como proposiciones a las que aspiramos, de carácter transitorio, que se modifican ante los nuevos aportes de las ciencias y del conocimiento humano. El asumirlos como tales nos permite ser flexibles y comprensivos cuando, desde nuestras limitaciones, no podemos alcanzarlos.
Pero como la tendencia de la sociedad occidental en su conjunto es a sacar adelante el proyecto de relación