Leonardo Boff

Reflexiones de un viejo teólogo y pensador


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encontramos como primates, que formaban un tronco común del que salieron los chimpancés y otros grandes simios por un lado, y nosotros, los seres humanos, por otro. Vivían en las selvas africanas, adaptándose a los cambios climáticos, en algunos momentos de lluvias torrenciales, en otros de tórridas sequías.

      Hace 7 millones de años hubo una decisiva bifurcación a causa de una enorme depresión terrestre, el valle del Rift, que atraviesa de norte a sur buena parte de África. Por un lado, en la parte más alta, quedaron los grandes primates chimpancés y gorilas (con los que tenemos 99% de genes comunes) en las selvas húmedas y ricas en alimentos, y por otro, en la parte baja, surgieron las sabanas y regiones secas, y los australopitecos, ya en camino de la hominización. Por vivir en un hábitat escaso de alimentos tuvieron que desarrollar más el cerebro y usar solo dos piernas para poder ver más lejos.

      Entre 3 o 4 millones de años, en la depresión del Afar etíope, el australopiteco tenía características humanoides. Hace 2,6 millones de años surgió el homo habilis, que ya manejaba instrumentos (piedras pulidas y palos) como una manera de intervenir en la naturaleza. Hace 1,5 millones, ya andaba sobre las dos piernas, y el homo erectus era capaz de realizar una elaboración mental. Pero mucho antes, hace 330 millones de años, ya había surgido el cerebro reptiliano, que regula nuestros movimientos instintivos como el latido del corazón, el pestañeo y las reacciones defensivas ante algo que puede herirnos. Y después, hace 220 millones, surgió el cerebro límbico, común a los mamíferos y a nosotros, que responde por nuestro universo interior de sentimientos, cuidados, amor, deseos y sueños.

      Para completar el proceso, hace 7 u 8 millones de años se estructuró el cerebro neocortical, responsable de nuestra racionalidad y conexiones mentales. En esa secuencia, hace 200.000 años irrumpió en escena el homo sapiens ya plenamente humano, con un tipo de vida social, lenguaje y organización cooperativa para la subsistencia. Finalmente, hace 100.000 años surgió el homo sapiens sapiens moderno, cuyo cerebro es tan complejo que es portador de autopercepción consciente e inteligencia.

      Esta es la base biológica de la percepción consciente de que somos parte de un todo mayor y que captamos esa energía de fondo que llena el universo, llenándonos de respeto y veneración ante el misterio que se revela y se esconde en el mundo, en el cosmos y en cada uno de los seres. Somos conscientes de que un engranaje une y reúne todas las cosas, y podemos entrar en comunión con él mediante ritos, danzas, cantos y palabras.

      Surgido en África —por eso todos somos africanos—, ese hombre comenzará su peregrinación por los continentes hasta ocupar todo el planeta y llegar hasta hoy, cuando comienza el gran regreso a la casa común, dando origen a la fase planetaria de la humanidad y de la propia Tierra.

      A partir del Neolítico, hace cerca de 10.000 años, empezó a vivir de forma organizada, construyendo pueblos, ciudades, estados, culturas y civilizaciones, e interrogándose sobre el sentido de su vida, de su muerte y del universo, como podemos ver en los grafitos y pinturas rupestres. Empezó a organizar su visión del mundo en torno de aquella energía poderosa y amorosa que sustenta y penetra todo, descubriéndose a sí mismo como un ser abierto a la totalidad y habitado por un deseo infinito. El misterio se vuelve más y más sacramental; esto es, se intuye cada vez más en la conciencia humana, que percibe que los hechos son más que meros hechos, descubriendo en ellos más significaciones y valores.

      El ser humano traduce su respuesta al misterio con mil nombres que nacen de la reverencia, del éxtasis y del amor. Se siente inmerso en ese misterio que da sentido a la vida. Se abre al mundo que lo rodea, al otro, a las diversas sociedades, al Todo, a Dios. Nada le sacia. Su grito de plenitud es eco de la voz del misterio que lo llama. Él puede ser un compañero en el amor, oyente de la palabra, anfitrión del misterio percibido dentro de sí. Puede acoger, utilizando el lenguaje de la comprensión cristiana, el Dios-comunión-y-amor, y este Dios se puede comunicar con él.

      A lo largo del proceso de antropogénesis se dieron las condiciones para que sucediera esto. El ser humano es una apertura infinita que clama por lo infinito. Lo busca insaciablemente en todos lados y bajo todas las formas, pero solo encuentra lo finito. ¿Qué infinito vendrá a su encuentro y lo llenará? Un vacío infinito exige un objeto infinito que lo lleve a su plenitud.

      A la luz de esa visión antropogénica, podríamos decir que el ser humano es una manifestación de la energía de fondo, de donde proviene todo (vacío cuántico o fuente originaria de todos los seres). Es un ser cósmico, parte de un universo, posiblemente entre otros paralelos, articulado en once dimensiones (teoría de cuerdas), formado por los mismos elementos físico-químicos y por las mismas energías y por el polvo cósmico que componen todos los seres. Somos habitantes de una galaxia media, una entre dos billones; circulando alrededor del Sol, estrella de quinta categoría, una entre otros 300.000 millones, situada a 28.000 años luz del centro de la Vía Láctea, en el brazo interior de la órbita de Orión. Vive en un planeta minúsculo, la Tierra, considerado como un organismo vivo que funciona como un sistema que se autorregula permanentemente, llamado Gaia, y que nos da todo lo que necesitamos para vivir, nosotros y toda la comunidad de vida.

      Somos un eslabón de la corriente sagrada de la vida; un animal de la rama de los vertebrados, sexuado, de la clase de los mamíferos, del orden de los primates, de la familia de los homínidos, del género homo, de la especia sapiens/demens. Estamos dotados de un cuerpo de 30 billones de células y de trillones de bacterias, renovado continuamente por un sistema genético que se formó a lo largo de 3700 millones de años, la edad de la vida; portador de tres niveles de cerebro, el reptiliano (de las reacciones instintivas), el límbico (de las emociones) y el más reciente, de hace 7 u 8 millones de años, el neocortical (del lenguaje y de la ordenación de los conceptos).

      El ser humano es portador de una psique tan ancestral como el cuerpo, que le permite ser sujeto, psique habitada por todo tipo de emociones y estructurada por el principio del deseo, con arquetipos ancestrales y rematada por el espíritu, que es aquel momento de la conciencia por el que se percibe a sí mismo y se siente parte de un todo mayor, que lo hace permanecer siempre abierto al otro y al infinito. Es capaz de intervenir en la naturaleza, cuidando o dilapidándola y, así, capaz de hacer cultura, de crear y captar significados y valores y preguntarse sobre el sentido último del todo y de la Tierra, hoy en su fase planetaria, rumbo a la noosfera por la que mentes y corazones convergen en una humanidad unificada, habitando todos juntos la casa común, en el sueño ya mencionado por el papa Francisco y otros teólogos.

      Nadie mejor que el matemático y filósofo Pascal (1623-1662) para expresar el ser complejo que somos: “Qué es el ser humano en la naturaleza? Un nada ante el infinito y un todo ante la nada, una unión entre la nada y el todo, pero incapaz de ver la nada de donde viene y el infinito que le atrae”.

      En él se cruzan los tres infinitos: lo infinitamente pequeño, lo infinitamente grande y lo infinitamente complejo (Teilhard de Chardin y Morin). Por ser todo ello nos sentimos enteros pero incompletos, y aun naciendo, pues nos reconocemos llenos de virtualidades que quieren venir por nada, pero aún no llegaron. Estamos siempre en la prehistoria de nosotros mismos.

      No podemos olvidar un dato fundamental de la condición humana. No es un defecto de creación, sino de su naturaleza. El ser humano es diabólico y simbólico, cruel y tierno, caos y cosmos, sapiens y demens; es decir, tiene inteligencia y sabiduría y, simultáneamente —subrayemos esto: simultáneamente— tiene también excesos y actos de demencia.

      Esa realidad compleja y contradictoria pertenece a la estructura del universo y de cada ser. Venimos de un inconmensurable caos (el big bang), y la evolución/expansión/auto-creación/auto-organización es una forma de poner orden en medio de ese caos. Pero no es solo caótico, sino también generador de nuevos órdenes, de donde viene el cosmos (belleza y armonía).

      Como todo tiene que ver con todo y está ininterrumpidamente envuelto en redes de relaciones, el ser humano emerge también como un ser de relaciones totales.

      Por ser descriptivos, y sin querer definir la naturaleza humana, ella emerge como un nudo de relaciones que miran en todas direcciones: hacia abajo, hacia arriba,