Leonardo Boff

Reflexiones de un viejo teólogo y pensador


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nos es inaccesible. Es de Dios para Dios.

      Pero en términos humanos teología es la reflexión sobre Dios y sobre todas las cosas a su luz. En otras palabras: nada escapa a la esfera divina. Por eso siempre cabe la pregunta: cómo es la política a la luz de Dios y cómo se revela o se empequeñece Dios en la política? Cómo es la tecnociencia desde la perspectiva de Dios? Sirve a la vida o al enriquecimiento corporativo? Cómo participa Dios, interior y exteriormente, en la liberación histórico-social de los oprimidos? Dicho de otro modo, se puede hacer teología acerca de todo, siempre que se contemple desde la perspectiva de Dios.

      Por esta razón las iglesias participan en la política, en la economía, en el orden social y en otros campos, partiendo siempre de la perspectiva teológica y también de la ética inspirada en dicha óptica. No hablan políticamente de política, sino que lo hacen de manera teológica o evangélica, pues ese es su campo específico. Fuera de ahí pierden su legitimidad.

      Dios como misterio en sí mismo y para nosotros

      Se ha dado mil nombres a la realidad “Dios”. Y todos ellos insuficientes, porque las palabras adecuadas no aparecen en ningún diccionario de ninguna lengua. Por eso, como ya hemos dicho, la palabra misterio sería la más adecuada.

      Pero cuidado: misterio no es sinónimo de enigma que, una vez resuelto, desaparece. Misterio es aquello que podemos conocer pero no se agota en ningún conocimiento sino que permanece siempre como misterio en todo conocimiento. Como bien observaba Albert Einstein: “El hombre que no tiene los ojos abiertos al misterio pasará por la vida sin ver nada”.

      Esta comprensión es la más adecuada al hablar del misterio de Dios. Por eso el misterio es siempre dinámico. Nosotros lo conocemos solo en parte. Al ser siempre dinámico, podemos atrevernos a decir que Dios es un misterio incluso para sí mismo. Esta es su verdadera naturaleza, como ya afirmaron algunos místicos. Apenas hay una diferencia entre nosotros y él: su propio conocimiento de su naturaleza de misterio es constantemente entero y pleno; el nuestro, siempre limitado y parcial.

      Por ser dinámico, el misterio divino está siempre abierto a una nueva plenitud, a la vez que permanece siempre como misterio eterno e infinito para sí mismo. En este sentido, Dios-misterio tiene futuro. Él puede ser aquello que no ha sido nunca antes, como su encarnación en el hombre Jesús de Nazareth.

      Acogemos el testimonio de quienes conocen a Dios por experiencia, los místicos. Con frecuencia afirman que, al hablar de Dios, negamos más que afirmamos y expresamos más mentiras que verdades. A pesar de ello debemos hablar de él, con reverencia y unción, porque, como ya dijimos en el capítulo anterior, planteamos cuestiones que solo apelando a la categoría “dios” pueden ser vagamente respondidas.

      En la palabra “dios” se contiene lo ilimitado de nuestra representación y la utopía suprema de orden, de armonía, de conciencia, de pasión y de sentido supremo que mueven a las personas y culturas. La palabra “dios” solo posee significado existencial si encamina los sentimientos humanos hacia esas dimensiones, en su realidad infinita y de suprema plenitud.

      Como atestigua la historia de las religiones, de la teología y de la mística, hay muchas maneras de hablar de Dios. Nosotros queremos seguir un camino contemporáneo, relativamente nuevo, proveniente de la nueva cosmología (la ciencia del cosmos), pues los propios científicos se encuentran con el misterio a través de ella y lo expresan de forma explícita.

      En primer lugar, lo que fascina a los científicos es la armonía y belleza del universo. Todo parece haber sido montado para que, a partir de la profundidad abisal de un océano de energía primordial, surgiesen las partículas elementales, después la materia ordenada, a continuación la materia compleja, que es la vida y, finalmente, la materia en sintonía completa de vibraciones, formando una suprema unidad holística: la conciencia.

      Tal como dicen quienes formulan el principio andrópico (en qué medida el ser humano forma parte de la interpretación del universo) fuerte y débil, Brandon Carter, Hubert Reeves y otros: si las cosas no hubiesen ocurrido como ocurrieron (la expansión/ explosión, la formación de las grandes estrellas rojas, las galaxias, las estrellas, los planetas, etc.) no estaríamos aquí para decir todo esto que estamos diciendo.

      Esto es, para que nosotros podamos estar aquí fue necesario que, en los 13.700 millones de años de la existencia de nuestro universo conocido, todos los factores cósmicos se articularan y convergieran de tal forma que fuera posible la complejidad, la vida y la conciencia. En caso contrario no existiríamos ni estaríamos aquí para reflexionar sobre tales cosas.

      Por tanto, todo está relacionado con todo: cuando recojo un bolígrafo del suelo entro en contacto con la fuerza gravitacional que atrae o hace caer todos los cuerpos del universo. Si, por ejemplo, la densidad del universo en los diez segundos posteriores a la expansión/explosión no hubiese mantenido su nivel crítico adecuado, el universo no habría podido ser constituido: la materia y la antimateria se habrían anulado y no habría cohesión suficiente para la formación de las masas y, por tanto, de la materia.

      Constatamos un minucioso cálculo de medidas, sin las cuales las estrellas no se habrían formado ni habría surgido la vida en el universo. Por ejemplo, si la interacción nuclear fuerte (que mantiene la cohesión de los núcleos atómicos) hubiese sido un 1% más fuerte, jamás se habría formado el hidrógeno que, combinado con el oxígeno, nos dieron el agua, imprescindible para los seres vivos. Si hubiese sido mayor, por poco que fuera, la fuerza electromagnética (que confiere cohesión a los átomos y moléculas y les permite los enlaces químicos) quedaría descartada la posibilidad del surgimiento de la cadena del adn y, por tanto, de la producción y reproducción de la vida.

      En cada cosa encontramos el todo, las fuerzas interactuando, las partículas articulándose, la estabilización de la materia realizándose, nuevas relaciones surgiendo y la vida creando órdenes cada vez más complejos. En cada cosa podemos encontrar registrada la marca divina y de la naturaleza, una firma que trasmite mensajes que a nosotros nos toca descifrar.

      La verificación de ese orden del universo hace surgir sentimientos de asombro y de veneración en científicos como Einstein, Bohm, Hawking, Prigogine, Swimme y otros. En todas las cosas hay un orden implícito que es invadido por la conciencia y el espíritu desde el primer momento. Como enfatizaba David Bohm, discípulo predilecto de Einstein, ese orden implícito remite a un orden supremo subyacente. La conciencia y el espíritu indican que hay una conciencia más allá de este cosmos y un espíritu trascendente.

      ¿Cómo explicar la existencia del ser? Qué había antes del universo en expansión y del big bang? Hablamos del muro de Planck, último límite que nos impide ver el otro lado de las cosas. La ciencia no puede decir nada acerca de eso, pues parte del universo ya constituido. Pero el científico, como ser humano, no deja de plantearse tales preguntas. Max Planck, quien formula la teoría cuántica, escribió: “La ciencia no puede resolver el misterio último de la naturaleza, porque, en definitiva, nosotros mismos formamos parte de ella y, por tanto, del misterio que intentamos desvelar”.

      Sin embargo, el silencio de la ciencia no ahoga todas las palabras. Hay aún una última palabra que viene de otro campo del conocimiento humano: de la teología, de la espiritualidad y de las religiones. En ellas, conocer no es distanciarse de la realidad para desnudarla en todas sus partes. Conocer es una forma de amor, de participación y de comunión; es descubrir el todo más allá de las partes, es descubrir la síntesis previa al análisis. Conocer significa descubrirse dentro de la totalidad, interiorizarla y sumergirse dentro de ella.

      En realidad, solo conocemos bien lo que amamos. El físico David Bohm, que también fue un místico, afirmó: “Podríamos imaginar al místico como alguien que está en contacto con las espantosas profundidades de la materia