la ciudad desde 1514 hasta el final de la ocupación transitoria estadounidense en 1902.
En la actualidad, la Biblioteca Pública Provincial Elvira Cape Lombard, la más grande de Santiago, se encuentra justo al lado de la plaza principal de la ciudad. Ella está sepultada junto a su esposo en el Cementerio de Santa Ifigenia de Santiago, a pocos pasos de la tumba del héroe independentista cubano José Martí.
FIN DE LA LEY SECA Y MAYOR EXPANSIÓN GLOBAL
En 1929, Henri Schueg mandó a México a Pepe, uno de los hijos de José Bacardí Moreau, para establecer negocios allí. Tras la expansión en España unos veinte años antes, esta sería la segunda planta de producción Bacardí fuera de Cuba y la primera iniciativa en el extranjero controlada completamente por la familia.
La planta fue inaugurada en 1931, pero no logró cobrar fuerza. Las ventas en México alcanzaron apenas unos 40 000 dólares ese año y no hubo mejoría alguna en 1932. México, al parecer, seguía siendo un país de acérrimos bebedores de tequila. Las clases altas preferían los licores finos europeos y la apuesta de Henri de que los estadounidenses de la época de la ley seca viajarían a México para beber, así como se habían dirigido de manera tan entusiasta a Cuba, no prosperó.
Sin lograr que la planta en México fuera un éxito, Pepe murió de neumonía en 1933 y poco tiempo después, Henri tomó la difícil decisión de cerrar la costosa operación. Pero, por azares del destino, la clausura nunca se concretó.
Henri envió a México a su yerno José M. Bosch, de 36 años, quien estaba casado con su hija Enriqueta, para que liquidara los negocios en ese país. Bosch, conocido como Pepín, evaluó la situación y, en vez de clausurar, invirtió en una flota de camiones para acelerar la distribución. Rápidamente, las ventas mexicanas se incrementaron a 80 000 cajas.
Pepín empezó también a embotellar BACARDÍ en botellas grandes forradas de mimbre, como se hacía en la Cuba rural, suponiendo que eso podría atraer a los mexicanos por su amor a las artesanías tradicionales. Estas «damajuanas» se volvieron muy populares y las ventas en México siguieron elevándose.
Pepín, quien había estudiado el bachillerato y la universidad en Estados Unidos y había trabajado en el departamento de préstamos de un banco en La Habana, también se dedicó a saldar las deudas del negocio. Su conclusión fue que Bacardí sí podía funcionar en México y convenció a la empresa de mantener activa la operación satélite.
En su primera asignación, Pepín había demostrado ser inteligente, dedicado, ingenioso y no temía correr riesgos. Henri y el resto de la directiva de la compañía tomaron nota. Durante los años siguientes, el mundo escucharía más de Pepín Bosch.
Mientras tanto, el experimento de Estados Unidos de criminalizar el alcohol, que duró trece años, llegó a su fin. El 5 de diciembre de 1933, el Congreso ratificó la Vigesimoprimera Enmienda a la Constitución de Estados Unidos, la cual legalizó de nuevo las bebidas alcohólicas para adultos. El presidente Franklin D. Roosevelt la denominó «un retorno a las libertades personales». La gente celebró, los corchos volaron y las copas chocaron.
Los noticieros mostraron que hubo grandes festejos, pero no borracheras caóticas, como habían temido los testarudos defensores de la abstinencia. En retrospectiva, quizás eso se debió a que el alcohol realmente nunca desapareció: los contrabandistas, los bares clandestinos y Cuba habían posibilitado que no se detuviera el flujo interminable de licor durante los años de la ley seca.
Con el regreso a la legalidad, Bacardí necesitaba con urgencia tener presencia en Estados Unidos. Henri reclutó a William J. Dorion, esposo de Lalita, la hija de Emilio, para que montara una oficina en el edificio Chrysler, en la ciudad de Nueva York.
La compañía se saturó de pedidos, pero se comportó de manera cautelosa para no inundar el mercado. Con eso en mente, fue selectiva a la hora de decidir qué pedidos comprometerse a surtir.
Las regulaciones posteriores a la ley seca obligaban a los productores a vender a través de distribuidores mayoristas, quienes se encargarían de entregar los productos a bares, restaurantes y tiendas de licores. Para una compañía extranjera como Bacardí, esto habría complicado enormemente los procesos de promoción, distribución y ventas.
Henri fue a Nueva York para firmar un acuerdo de asociación con la subsidiaria de importación Schenley Distillers Corporation, una organización con sede en Pensilvania que tenía experiencia en el negocio del whisky. Schenley, ocupada también firmando acuerdos de importación y distribución en Estados Unidos con varias marcas de licores y vinos franceses, italianos y españoles, fue la compañía licorera más grande de aquel país de 1934 a 1937.
Henri recordó el desempeño de Pepín Bosch en México, así que en 1935 lo envió a Nueva York. Dorion, que había liderado los negocios estadounidenses durante dos años, permaneció en el equipo, pero Pepín fue nombrado director de la empresa en Estados Unidos.
BACARDI CORPORATION OF AMERICA
Las ventas iban bien, pero los altos aranceles aduaneros de Estados Unidos se devoraban casi todas las ganancias. Pepín había demostrado en México que Bacardí podía tener éxito produciendo ron fuera de Cuba, por lo que Henri le asignó la tarea de producir ron en Estados Unidos.
Se estableció una filial en Estados Unidos, Bacardi Corporation of America, con Pepín como su presidente, y se trazaron planes preliminares para construir una destilería en Filadelfia. Eso no pudo concretarse y, tras considerar y rechazar otras ciudades del país, Pepín puso la mirada en el territorio estadounidense no incorporado de Puerto Rico.
Debido a que la isla caribeña se consideraba parte de Estados Unidos para efectos comerciales, no se tendrían que pagar derechos de importación. Además, producía caña de azúcar en abundancia, tenía mano de obra de bajo costo y contaba con una larga tradición en la fabricación de ron. Henri y Pepín viajaron a Puerto Rico para comenzar a estudiar posibles lugares para construir la planta.
Ángel Ramos, editor del periódico puertorriqueño El Mundo, fue partidario entusiasta de que Bacardi viniera a la isla. Ejerció su influencia y logró que Pepín se reuniera con autoridades del territorio en febrero de 1936. Entre otras cosas, Pepín expuso los cuantiosos impuestos adicionales que una destilería Bacardi podría generarle a Puerto Rico. En menos de dos meses, el 6 de abril de 1936, Bacardi Corporation of America obtuvo la licencia para producir ron en ese país.
La compañía de inmediato empezó a construir una destilería en un depósito abandonado en el Viejo San Juan. Mientras tanto, la situación política se volvía cada vez más tensa. Luego de la guerra hispano-estadounidense, Cuba obtuvo su independencia plena tras un período de supervisión administrativa de Estados Unidos. En contraste, Puerto Rico se había convertido prácticamente en una colonia estadounidense.
Un movimiento independentista puertorriqueño tenía cada vez más resonancia y, para mediados de la década de 1930, algunos isleños pugnaban por llevar a cabo una revolución violenta. El Congreso de Estados Unidos sofocaba todas las peticiones que se le hacían para conceder mayor autonomía al territorio y el jefe estadounidense de la policía colonial fue asesinado en el mismo mes en que Henri y Pepín estuvieron ahí, explorando posibles lugares para la destilería.
Justo cuando Bacardi se preparaba para establecer su filial en Puerto Rico, legisladores con vínculos a la industria local de ron redactaron una ley para prohibir que compañías con marcas internacionales produjeran ron en la isla. Una medida cautelar bloqueó la aplicación de esa ley y el caso llegó hasta la Corte Suprema de Estados Unidos, donde se anuló la ley excluyente.
Con la superación de ese obstáculo legislativo, Pepín procedió a comprar unas 38 hectáreas de tierra en Cataño, en la boca de la bahía de San Juan, frente al Castillo de San Felipe del Morro, del siglo XVI. Parte del terreno adquirido era pantanoso, lo que motivó a algunos críticos a referirse a la compra como «la locura de Pepín». Sin embargo, poco después de que Bacardi compró la tierra, la entrada de la bahía fue dragada y Pepín convenció a los ingenieros de que vertieran el material dragado en la parcela de Cataño, lo que sirvió para rellenar el pantano. Al final,