compañía en manos de sus hijos. Emilio fue nombrado presidente, Facundo hijo fue designado maestro mezclador y a José lo pusieron a cargo de las ventas. El patriarca continuaría solo como consultor estratégico.
La empresa sobrevivía a duras penas, pero siguió recibiendo premios por su calidad, primero en la Exposición Universal de Filadelfia de 1876, luego en Madrid, en 1877, y más tarde en Matanzas en 1881.
MUERTE Y DEPRESIÓN, Y EL DÍA EN EL QUE SE SALVÓ LA VIDA DEL NIÑO REY
La esposa de Emilio, María, falleció de apenas 33 años de edad en la primavera de 1885, y él se sumió en un estado de depresión del que le costó muchos meses recuperarse. Durante este oscuro período empezó nuevamente a escribir, bajo el pseudónimo de Aristóteles. Emilio sufría, pero la vida continuaba.
Otro golpe llegó el 9 de marzo de 1886, cuando Facundo Bacardí Massó —visionario, hombre de familia y fundador de la dinastía del ron Bacardí— murió en Santiago de Cuba. Hijo humilde y trabajador de un vendedor de vino catalán, vio a su hijo regresar del exilio, a su familia continuar con la empresa que él había iniciado y a su obra acumular premios internacionales de excelencia. Sin embargo, no lograría ver cómo su empresa cosecharía un gran éxito financiero que llegaría, sin duda, durante las siguientes décadas.
A medida que pasó el tiempo, Emilio logró salir de su depresión, volvió a involucrarse en la empresa y en el verano de 1887 se casó con una joven conocida, Elvira Cape. Elvira había vivido toda su vida en Santiago y compartía el compromiso apasionado de Emilio por una Cuba independiente. Con el paso de los años tuvieron cuatro hijas: Lucía «Mimín», Adelaida «Lalita», Amalia y Marina (mi abuela).
En 1888, Bacardí ganó otra medalla de oro, en Barcelona, y un año después, la reina regente María Cristina le otorgó a Bacardí & Compañía el título de proveedores de la casa real española. Fue alrededor de esa época que el niño rey de España, Alfonso XIII, cayó gravemente enfermo de gripe. Tenía fiebre alta y estaba muy debilitado, y una noche comenzó a toser de manera incontrolable. Uno de los médicos, temeroso de que el violento ataque de tos pudiera matarlo, vertió un chorrito de ron BACARDÍ en la boca. La tos se calmó y el niño se quedó dormido.
La noticia sobre la recuperación milagrosa se propagó con rapidez. Poco después, llegó a la compañía una carta de la secretaria de María Cristina en la que se agradecía a la empresa por producir el ron que había salvado la vida del joven rey. De broma se decía que BACARDÍ era «el rey de los rones y el ron de los reyes».
En 1889, Henri, el socio comercial ganadero de los hermanos Bacardí Moreau, viajó a París a recoger otra medalla de oro en la Exposición Universal, donde fueron develadas la torre Eiffel y una primera versión del automóvil. Estando allí, adquirió un alambique Coffey de última generación, un nuevo tipo de equipo de destilación de columnas verticales, que Facundo hijo tenía tiempo anhelando.
NUEVAMENTE DESTERRADO A UNA PRISIÓN NORAFRICANA
Con la empresa de ron familiar avanzando a tropezones, Emilio permaneció fervientemente comprometido con la idea de que Cuba debía independizarse de España. Viajó a Nueva York para reunirse con el presidente de la junta revolucionaria, el poeta y periodista José Martí, y ofreció de manera voluntaria sus servicios.
Una vez de regreso en Santiago, Emilio comenzó a escribir artículos incendiarios bajo el seudónimo de Aristóteles y utilizó sus conexiones para canalizar dinero y recursos para los combatientes.
El 11 de abril de 1895, Martí regresó a Cuba e hizo un llamado a la población para que se alzara en armas en contra de sus gobernantes coloniales. El hijo de Emilio, que llevaba el mismo nombre y tenía en ese momento 18 años, se unió a los rebeldes; al final de la guerra había ascendido al rango de coronel.
Emilio padre también quería ir a combate, pero fue persuadido de mantener un bajo perfil y encargarse de lo que mejor sabía hacer: seguir trabajando con su red de contactos para distribuir folletos revolucionarios, recaudar dinero, canalizar suministros para los revolucionarios y otras actividades clandestinas.
Esta vez, la guerra estaba saliendo bien: los generales cubanos estaban superando en estrategia a sus contrapartes españolas y ya habían tomado casi toda la provincia de Oriente, donde se encuentran Santiago de Cuba y la sierra Maestra.
Las actividades revolucionarias de Emilio no pasaron inadvertidas por los españoles. Un día, la esposa cubana de un oficial de alto rango del ejército español llegó corriendo a advertirle a Elvira que varios soldados iban rumbo a su casa para allanarla. Rápidamente, recogió los documentos comprometedores y los escondió bajo el gorrito de la pequeña Lalita y en el espacioso pecho de una criada. Pocos meses después, temiendo por la seguridad familiar, Elvira y Ernestina, la esposa de Facundo Bacardí Moreau, se llevaron a la familia a Jamaica.
Emilio, quien se quedó a atender la empresa, fue arrestado el 30 de mayo de 1896 y enviado de nuevo a la colonia penal norafricana de Chafarinas. Lo trasladaron a España, lo detuvieron en Cádiz durante cinco meses para después enviarlo a la isla prisión el 19 de octubre. «Cualquiera que sea nuestra suerte, hemos sembrado nuestro camino con flores para que todo el bien que hemos hecho puedan cosecharlo nuestros hijos», le escribió Emilio a Elvira.
La política colonial española respecto a los prisioneros cubanos en Chafarinas cambió y, en octubre de 1897, Emilio fue puesto en libertad. De inmediato se dirigió a Kingston, Jamaica, donde vivía su familia en el exilio. En otra carta que le escribió a Elvira, de agosto de 1897, antes de su liberación, nos ofrece una mirada íntima a la personalidad y humanidad de mi bisabuelo.
Sin saber que estaba pronta su liberación, escribió: «Perdono setenta y siete veces; veo en todo, en cada paso, errores en los individuos y errores en la comunidad. No estoy cegado por la pasión como para denigrar o maldecir, lo sabes; me disculpo y perdono. Todo está mal. Hoy, el mundo es un conjunto de traspiés. Toda violencia hacia un individuo es un crimen. El crimen de arriba engendra el crimen de abajo».
OTRA GUERRA Y EL FINAL DE UN IMPERIO
En enero de 1898, España le concedió autonomía a Cuba —sin llegar a otorgarle independencia plena—, pero para entonces ya era demasiado tarde. El ejército rebelde llevaba la ventaja y siguió combatiendo.
La concesión de autonomía enfureció a los leales a España en la isla, y una turba violenta tomó las calles de La Habana. Las autoridades se hicieron de la vista gorda y dejaron que la multitud atacara tres periódicos y esparciera el miedo por toda la ciudad. Como consecuencia de los disturbios, Estados Unidos envió el acorazado USS Maine a Cuba para proteger a sus ciudadanos.
En la noche del 15 de febrero de 1898, el barco estalló y se hundió en el puerto de La Habana, causando la muerte de tres cuartas partes de su tripulación. Los estadounidenses culparon a España y los españoles a Estados Unidos, aunque una investigación que data de la década de 1970 concluyó que la explosión había sido probablemente ocasionada por una acumulación de polvo de carbón en el contenedor para almacenamiento de carbón del barco.
Los periódicos estadounidenses, buscando aumentar sus ventas, atizaron la indignación sobre el hundimiento del acorazado y publicaron artículos provocadores sobre supuestas atrocidades españolas. En medio de gritos de «¡Recordemos al Maine!», el Congreso de Estados Unidos aprobó una resolución que exigía la libertad de Cuba y la retirada de todas las tropas españolas. España se negó, lo que dio inicio a la guerra hispano-estadounidense.
Las tropas estadounidenses inundaron el oriente de Cuba y atacaron las guarniciones españolas, muy debilitadas ya por los persistentes ataques rebeldes y la propagación de la fiebre amarilla. Los españoles lucharon ferozmente y ganaron algunos enfrentamientos, pero la situación cambió cuando los estadounidenses adoptaron las tácticas de «cubrirse y ocultarse» de sus camaradas rebeldes.
Los españoles retrocedieron gradualmente a Santiago, que sufrió el embate del conflicto de diez semanas. La ciudad fue bloqueada por la flota estadounidense y rodeada por el ejército rebelde bajo el mando del general Calixto García. El conflicto terminó con el Tratado de París de 1898.