Esta orden, junto a la ausencia de oposición o conflicto, mantuvo el número total de soldados estadounidenses, marineros e infantes de Marina en un estimado de 50 000 durante los cuatro años de control militar de la isla.
Los hermanos Bacardí y Henri estaban convencidos de que se habían topado con la llave de las puertas de un mercado que podría ofrecerles unos 76 millones de consumidores en el país vecino (cifras del censo de Estados Unidos de 1900). Esa llave era la gratificación instantánea del paladar de los aficionados a beber cocteles.
Seguramente también entendieron la importancia de que los soldados regresaran a casa con una imagen positiva de Cuba y una percepción prioritaria del ron Bacardí como un producto de un alto valor y calidad indiscutibles. Les habían inculcado a los soldados la disposición y buena voluntad para convertirse, sin saberlo, en promotores «de boca en boca» del sabor del Bacardí con Coca-Cola y del delicioso daiquirí.
En este sentido, se diseñaron muchas actividades promocionales para los soldados con el fin de asegurar que fueran propensos a difundir la «buena recomendación» cuando regresaran a casa. Sin embargo, la idea de utilizar a los soldados como promotores no se detuvo allí. Alguna mente brillante ideó un plan para lograr que los soldados hicieran labores de relaciones públicas para nosotros, incluso cuando todavía estaban en Cuba.
El plan era simple. El incremento del correo de Cuba hacia Estados Unidos fue notorio y, debido a los efectos de la guerra, el papel para escribir era escaso. Alguien en la compañía sugirió que, como parte de las diferentes actividades diseñadas para ganar la buena voluntad de los soldados, la empresa debía imprimir una gran cantidad de postales y distribuirlas de manera gratuita entre los soldados.
El valor de esta iniciativa de mercadotecnia fue enfatizada por Marcelino Elosua, director ejecutivo de LID Publishing, la editorial de este libro. El paquete de 19 postales que él y yo encontramos estaba prácticamente escondido en el último cajón del pequeño museo de la compañía en Coral Gables, Florida, que por otra parte no abría al público. El valor histórico del descubrimiento de este importante hecho no debe subestimarse: fue el primer intento de promoción de un producto de consumo extranjero a través del correo en el mercado estadounidense.
Las postales mostraban los lugares emblemáticos de Santiago de Cuba, incluyendo la sede de la compañía y el ingenio azucarero. Se enviaron por correo y el «de boca en boca» tuvo el éxito deseado. Las palabras «ron cubano Bacardí» aparecían en el marco de todas las postales. Bacardí se convirtió en un nombre reconocido, vinculado al éxito, a las celebraciones y a Cuba. Los soldados del ejército de Estados Unidos conocieron los rones de Bacardí.
Ese encuentro se reforzó cuando una bebida gaseosa muy joven, la Coca-Cola, nacida en Atlanta en 1886, se unió a la fiesta con el coctel cubalibre. La relación de estas dos bebidas llegó a ser maravillosa y casi simbiótica.
Bacardí y Coca-Cola han colaborado —a veces de forma oficial, otras no— con increíbles resultados para ambas empresas durante más de 120 años. Además, ¡ambas han tenido éxito haciendo felices a los soldados estadounidenses fuera de su país!
El autor de este libro, Jorge Del Rosal, y Marcelino Elosua, fundador y director ejecutivo de LID, de visita en el Museo del Mundo Bacardi en Miami, Florida, donde se conservan las postales.
EMILIO BACARDÍ, ALCALDE Y SENADOR
En 1898, año en que Cuba ganó su independencia, el general Wood, gobernador militar estadounidense de Cuba, designó a Emilio para ocupar la prestigiosa posición de alcalde de Santiago. Tres años después, fue confirmado en el cargo al ser electo alcalde en las primeras elecciones democráticas tras la derrota de los colonizadores de Cuba.
Se podrían escribir libros sobre la trayectoria de Emilio Bacardí Moreau como alcalde. Fue un administrador eficaz, conocido por su honestidad, ética laboral y servicio público. Estos atributos lo diferenciaron de muchos otros que buscaron posiciones de liderazgo en la trifulca política posterior a la independencia.
El historial de Emilio como alcalde habla por sí solo. Entre otras cosas, se rebajó a la mitad su propio salario mensual; pavimentó numerosas calles; creó un Departamento de Obras Públicas y un horario fijo para la recolección de la basura y la limpieza de las calles; construyó el museo que hoy lleva su nombre; edificó dos hospitales y erigió las emblemáticas escaleras de la calle Padre Pico.
También despidió a todos los empleados municipales y luego volvió a contratar solo a los que habían tenido un buen desempeño en sus puestos; dragó la entrada al puerto; construyó la primera biblioteca de la ciudad e hizo mucho, mucho más. Entre algunos de sus numerosos logros, mi bisabuelo también contrató a las primeras mujeres que trabajaron en el gobierno municipal, una medida inaudita en aquel tiempo.
La cumbre de la carrera política de Emilio llegó en 1906, cuando fue electo senador de la República de Cuba. Sin embargo, a pocos meses de su triunfo, Tomás Estrada Palma, el primer presidente de la nación y figura clave del movimiento independentista, renunció en medio de una creciente crisis constitucional.
Emilio, harto de las incesantes pugnas políticas internas, también presentó su renuncia y regresó a Santiago. Prometió nunca más participar en política.
Una de las publicidades más icónicas de la era de la ley seca en Estados Unidos: «Cuba es maravillosa, y hay una razón: BACARDÍ». Anuncio de la década de 1930. (Propiedad de Bacardi and Company Limited)
CAPÍTULO 3
CRECIMIENTO, LEY SECA, EXPORTACIÓN (1910-1944)
Una disrupción legislada, la pérdida de dos hermanos Bacardí y la diversificación
DE REGRESO A SUS ORÍGENES
El daiquirí y la cubalibre habían tomado al mundo por asalto. Estos dos cocteles —fríos, refrescantes y con un aire tropical exótico— ofrecieron satisfacción instantánea a una creciente clientela global obsesionada con las «modernas» bebidas mezcladas. Las ventas del ron BACARDÍ se dispararon.
Así fue como para 1910, ochenta años después de que don Facundo dejara España para explorar el territorio indómito del Nuevo Mundo, la pequeña compañía que había establecido en un cobertizo de madera con equipo de producción improvisado empezó finalmente a generar ganancias.
Ese mismo año, Bacardí y Compañía de Cuba se expandió a España. Notablemente, la empresa de ron ahora tenía operaciones en Barcelona, la ciudad de la cual un quinceañero don Facundo había zarpado rumbo a Cuba.
Facundo había sido pobre, pero tuvo un gran corazón y sueños aún más grandes. Poseyó las herramientas y los valores correctos: deseo de superación, disposición a intentar cualquier cosa, fortaleza de carácter, coraje para asumir riesgos, un espíritu indomable, amor por la familia, una naturaleza solidaria y bondadosa, entereza, resiliencia e inteligencia. Además, transmitió estos atributos a sus hijos, tanto en los genes como a través de sus enseñanzas y ejemplo.
Ahora, los hijos del valiente soñador habían regresado como cubanos de apellido Bacardí a la madre patria, la tierra original del «murciélago». Si tan solo Facundo hubiera podido estar ahí para ser testigo de todo eso… ¡cuán orgulloso se habría sentido!
La empresa llegó a un acuerdo con Francisco Alegre y Compañía, una destilería establecida, para producir ron BACARDÍ en España. Ese acuerdo de licencia se mantuvo vigente hasta su disolución contractual amigable en 1974.
En 1915, la compañía amplió las viejas instalaciones de Santiago de Cuba y, al año siguiente, abrió una planta embotelladora en la ciudad de Nueva York. Las ventas en Estados Unidos crecían con rapidez, lo que exigía de los socios gerentes una ágil toma de decisiones.
Ejemplo de ello fue una novedosa estrategia para reducir los gastos de envío. En aquel entonces, Bacardi