del valor de la vida se extiende hacia el medio ambiente y la naturaleza en general. Vivimos en ciudades contaminadas, el calentamiento climático avanza y las reacciones de los gobiernos frente a este proceso han sido limitadas. Los estudiantes secundarios de 80 países decidieron decretar un día de huelga mundial para denunciar esta impotencia.
Los ecologistas llaman la atención sobre el hecho de que el progreso de la vida humana y las teorías humanistas fueron invocadas para justificar la industrialización contaminante, la economía depredadora o el consumismo de masas. ¿El proyecto humanista debe ser entonces reemplazados por un nuevo modelo de desarrollo? Las Naciones Unidas se han hecho eco de este debate y han propuesto políticas y metas para un desarrollo sustentable desde un punto de vista económico, social y ecológico. Los Objetivos del Desarrollo Sustentable (ODS) deberían convertirse en los nuevos mandamientos del sistema mundial pero tienen poca popularidad.
El 19 de septiembre de 2019, una adolescente sueca de 16 años, Greta Thunberg, convocó a una huelga mundial contra el calentamiento global y participó de una Asamblea de Naciones Unidas para hacer escuchar los sentimientos y las ideas de millones de jóvenes que en más de 100 países se movilizaron para que los dirigentes del mundo tomaran consciencia de los peligros que amenazan a la Humanidad si no se adoptan políticas inmediatas y concretas para frenar los deterioros ambientales.
Es evidente que para lograr ese objetivo no basta con la firma de acuerdos inter-gubernamentales, como usualmente ocurre. Necesitamos un consenso pragmático, una nueva inteligencia colectiva, un nuevo modelo cultural de desarrollo. Y en ese camino descubriremos que nuestras principales herramientas para resolver los problemas sociales y económicos provienen de las ciencias y las tecnologías. Un ejemplo monumental lo tendríamos en el caso del hambre: sobran recursos naturales y técnicos para atender la alimentación de todos los habitantes del planeta. El hambre hoy es más consecuencia de la negligencia política y económica que de la falta de recursos naturales, económicos y técnicos. Argentina y Brasil, grandes productores de alimentos para el mundo, son un ejemplo patético de esta contradicción.
Parafraseando a Humberto Maturana podríamos decir que para los humanos vivir implica conocer y conocer implica vivir. Para el homo sapiens en su estadio evolutivo actual esto quiere decir que debemos recurrir a todos los recursos de las ciencias y las tecnologías para resolver los problemas que nos impiden alcanzar el bienestar colectivo, la buena vida. O sea, tenemos que articular las “biopolíticas” con las “políticas del conocimiento”.
El concepto de “biopolíticas” fue acuñado por Michel Foucault y tiene diversas interpretaciones. Entre las que se le atribuyen figura la idea de que las biopolíticas nacen con el capitalismo para controlar los cuerpos mediante la medicina pública, los hospitales psiquiátricos, la higiene y otros mecanismos. A nuestro entender esta hipótesis resultaría congruente con el capitalismo de las metrópolis europeas pero no con los sistemas coloniales y esclavocráticos. Michel Foucault señala en varias partes la asociación entre el bio-poder, el gobierno y el Estado. O sea, como instrumento de control social.
Otros autores han utilizado el concepto de biopolítica con significados próximos al de Foucault (Agamben, Espósito, Negri) o sea como instrumento de control político, económico y estatal. Ahora bien, los nuevos contextos de la globalización, la informatización de la sociedad y el despliegue de las biotecnologías, obligarían a revisar estos planteos aun manteniendo el mismo enfoque crítico.
En nuestro caso consideramos pertinente el término de “biopolíticas” para dar centralidad a la defensa de las condiciones de vida de las poblaciones, a las luchas contra la pobreza, el calentamiento global y las desigualdades. Enfocamos las “biopolíticas” como el surgimiento de una nueva conciencia de solidaridad social, de respeto del medio ambiente, de capacidad para orientar los recursos tecnológicos hacia un desarrollo igualitario y sustentable.
Desde la Primera Revolución Agrícola en el Neolítico (hace unos 10.000 años) los ancestros homo sapiens establecieron “arcanos”, conocimientos secretos, sobre las curaciones de enfermedades, la domesticación de animales o los cultivos de alimentos. O sea, crearon “biopolíticas” para sobrevivir o vivir mejor. Todas las culturas han creado en su devenir “políticas de vida”, de manera explícita o implícita. Algunos relatos históricos muestran que en sociedades antiguas se habían logrado envidiables equilibrios que permitían dar de comer a todos y brindar posibilidades aceptables de realización personal.
¿Por qué deberíamos nosotros inventar biopolíticas adecuadas a los contextos actuales? Porque vivimos una mutación bio-histórica en la que la supervivencia depende de lo que hagamos con los millones de humanos que se encuentran en riesgo de vida, depende de lo que hagamos con el calentamiento global y con la preservación del medio ambiente. Sin duda, esta perspectiva se encuentra asociada con la necesidad de un cambio en el orden mundial como lo han señalado muchos expertos en desarrollo.
Existen otras razones colaterales para justificar la elaboración de biopolíticas: el surgimiento de amenazas provocadas por las nuevas tecnologías, tanto en el plano biotecnológico como en el plano nuclear o de la inteligencia artificial. El movimiento “cyberpunk”, tanto en el cine como en la literatura nos ha presentado anticipos de lo que sería el mundo trans-humano construido con tecnologías avanzadas pero sin conciencia del respeto a la calidad de la vida.
Científicos y universitarios de todo el mundo han llamado la atención sobre los peligros de las agriculturas transgénicas, de las clonaciones humanas, de las aplicaciones perversas de la inteligencia artificial, de la robotización de la vida doméstica, de las contaminaciones ambientales o de la expansión de las armas nucleares. Es evidente que necesitamos establecer orientaciones bio-éticas. La bio-ética nació a principios del siglo XX para determinar reglas para el uso de drogas farmacéuticas y luego se extendió hacia las prácticas médicas. Desde la Declaración de la UNESCO de 2006 la bio-ética se asocia con los derechos humanos.
No estamos advirtiendo nada nuevo al decir que necesitamos una convergencia entre las políticas del conocimiento y las biopolíticas. En el Mito de Prometeo, hace unos 2500 años, Zeus se apiadó de la vulnerabilidad de los humanos entre las otras especies y decidió brindarles la capacidad para crear técnicas e instrumentos. Con esas capacidades los primitivos humanos comenzaron a fabricar armas para combatirse entre sí o para emprender conquistas guerreras. Llegó el caos y Zeus condenó a Prometeo, que había regalado el fuego y las técnicas a los humanos, por los efectos perversos. Decidió entonces enviar a otra potencia, Hermes, para que enseñara a los humanos el arte de la convivencia política.
En el fondo todo se juega en torno al uso de los recursos técnicos y la voluntad de vivir mejor solidariamente. Sobre esta cuestión han surgido muchas publicaciones y redes de estudios sobre Ciencia, Tecnología y Sociedad (CTS). Yendo más lejos puede afirmarse que hace falta implementar Biopolíticas para vincular las tecnologías con las necesidades humanas actuales. Un ejemplo lo podemos encontrar en los tratamientos de la basura que en todos los continentes constituye un problema social, económico, sanitario y ecológico. Algunos países, como Noruega, Holanda, Suecia y otros convirtieron el problema en una economía ecológicamente sana y rentable mediante políticas adecuadas de industrialización de la basura. Pero esto implicó colocar la calidad de vida de la población por encima de otros factores.
La disociación entre nuestro potencial científico-técnico y nuestras necesidades sigue profundizando las desigualdades entre los países y las clases sociales. Ya existe una asimetría entre países altamente tecnologizados y países atrasados tecnológicamente. Alvim Toffler hablaba de la nueva desigualdad entre “info-pobres” e “info-ricos”. Evidentemente las desigualdades derivan de varias causas en todas partes. La acumulación de las fortunas sin responsabilidad social, la hipertrofia del sistema financiero que limita las economías productivas, las políticas hegemónicas de las empresas globales, son algunos de los factores que determinan los desequilibrios regionales y sociales.
Es evidente que las biopolíticas en estos contextos no pueden convertirse en una panacea. Pero pueden contribuir a cambiar inclusive los comportamientos de los grupos económicos dominantes como se ha visto en los últimos años con las campañas por el medio ambiente