las ideologías, de los intereses económicos, de los conflictos religiosos, de las burocracias o de las relaciones de dominación. Para lograr esto se necesita una nueva conciencia global, como propone Edgar Morin en “Tierra Patria”. Una nueva inteligencia colectiva donde tengamos en claro nuestras Biopolíticas y también nuestro potencial científico, tecnológico y social.
Este libro recoge artículos y conferencias sobre temas de bio-ética, biopolíticas, educación y desarrollo. En algunos casos fueron reacciones ante el flujo de informaciones sobre los hechos de violencia y de pauperización en el mundo. En otros casos estuvimos más preocupados por la inconsciencia con la cual desaprovechamos los recursos técnicos y científicos disponibles para resolver nuestros problemas. He tratado de destacar la importancia de elaborar “biopolíticas” y “políticas del conocimiento” como dimensiones íntimamente relacionadas en el mundo actual. Lamentablemente, estamos instalados en un modelo organizacional donde unos hablan de economía y otros de sociedad, donde unos hablan de ciencia y otros de ética, donde unos forman profesionales y otros tratan de atender las necesidades sociales.
Parece utópico proponer un nuevo paradigma en el que las actividades humanas estén referidas a la búsqueda de la “buena vida”. Pero en los preámbulos de algunas constituciones como la de EE.UU. o Argentina figura el propósito de buscar la felicidad del pueblo. En Ecuador se habla de la “buena vida”. Se trata entonces de rescatar la coherencia con los propósitos fundacionales de cualquier sociedad.
Es verdad que parecen utópicos estos objetivos. Pero el imaginario de todos los pueblos se alimenta de creencias utópicas. Actualmente la cultura consumista o individualista junto a las ideologías políticas o religiosas movilizan a millones de personas. La utopía de la vida que se encuentra en el origen de la civilización humana debería entonces encontrar un lugar destacable entre las ideologías del mercado, del Estado, de los partidos, de las religiones. Toda sociedad funciona con un sistema de ideas y creencias. Creemos que ha llegado la hora de privilegiar la idea de la vida retomando así los propósitos que impulsaron a nuestra especie desde el origen de las civilizaciones.
La tesis principal de esta serie de escritos es que las “políticas de vida” se presentan en el contexto del mundo actual como la alternativa fundamental para asegurar el bienestar de las poblaciones y el equilibrio de la Naturaleza. Mientras decimos esto en 2019 millones de personas se están movilizando contra la pobreza, las injusticias sociales o la exclusión, mientras que otros millones se movilizan contra el cambio climático y el deterioro del medio ambiente. Son dos luchas que responden también a visiones paralelas de la vida.
También hay millones que luchan por motivos políticos, religiosos o étnicos en todos los continentes. Estos escenarios muestran dramáticamente que la civilización actual se encuentra atravesada por conflictos que amenazan la vida de millones de personas por distintas causas. El sentimiento de que la vida está en peligro se ha propagado por el Planeta.
En este contexto resulta también alarmante que se reproduzcan en distintos contextos actitudes o pautas de “negación de la vida”. Las guerras en África, Asia y Medio Oriente, los crímenes del narcotráfico (sobre todo en América Latina), las violencias domésticas, la violencia escolar, las muertes por sobredosis de drogas, las destrucciones del medio ambiente y otros dramas muestran que para algunos sectores sociales la vida de las personas o del medio ambiente han perdido su valor.
En varios de los trabajos que presentamos en este libro hablamos del “nihilismo global” para caracterizar esta patología psico-social que se propaga en diferentes contextos. Tal vez nos encontramos con lo que Freud denominaba la “pulsión de muerte” o con el “agresionismo” inculcado por diferentes tradiciones e ideologías. A nosotros nos parece que estamos experimentando una serie de procesos que desestructuran las familias, debilitan la solidaridad, provocan exclusión, exacerban los sentimientos primitivos, producen resentimientos y negación de la vida del otro. El “nihilismo global” comienza en las relaciones interpersonales y se amplifica en agresiones y homicidios de diversa naturaleza.
El “nihilismo global” implica la pérdida de los valores que aseguran el respeto de la vida entre las personas. Esto significa que se han debilitado las reglas de convivencia o el sentido de la vida. Algo que a principios del siglo XX Emilio Durkheim caracterizó con el concepto de “anomia”. Pero ahora el asesinato de mujeres o de niños, la crueldad en los homicidios y actos terroristas, la crisis de la solidaridad social, responden a una negatividad mayor. Muchos tienen el sentimiento de que “el sistema” ya no los contiene porque están excluídos o que las normas morales solo valen para quienes están “integrados”.
Aunque algunos insisten en considerar todo esto como parte de la “crisis del capitalismo”, o del “neo-liberalismo”, o de la “los valores occidentales” o de la “modernidad”, basta con analizar los datos de cada continente para observar que la negación de la vida la encontramos en Europa, Estados, Unidos, China, la India, América Latina, el Medio Oriente, Asia … Las agresiones al ser humano y a la naturaleza se encuentran en todos los contextos. Los países que logran los mejores indicadores de “calidad de vida” son los que respetan el Estado de Derecho, la solidaridad social y el medio ambiente.
El “nihilismo global” se agrava con la “negación” de los problemas por parte de las clases dirigentes y de los actores sociales. Los agricultores que queman bosques para extender sus cultivos o los dirigentes políticos que fomentan el exterminio de poblaciones o los narcotraficantes que se imponen por la violencia o los adolescentes que practican la violencia escolar o los femicidas que toman como blanco de sus frustraciones a las mujeres o los Estados que oprimen a pueblos por sus diferencias étnicas o religiosas o los gobiernos autoritarios que niegan los derechos civiles a sus habitantes, todos tienden a negar el respeto por la vida.
Los movimientos ecologistas han puesto en evidencia que la “negación” del problema ecológico constituye un factor poderoso en la reproducción de las prácticas sociales que destruyen el medio ambiente. Los discursos y las actitudes del Presidente de EE.UU. , Donald Trump, constituyen una muestra. Pero los “negadores” del problema ecológico y del problema social mundial se acumulan en todas partes.
En la mayoría de los discursos ideológicos o religiosos se afirma el valor de la vida. Pero las Naciones Unidas, a través de declaraciones universales y programas específicos, han tratado de enfrentar la “negación de la vida” sin mucho éxito. Parece evidente que correspondería ante todo respetar las Declaraciones Internacionales sobre e derechos humanos, medio ambiente, desarrollo, bioética, diversidad cultural y otros temas. Estamos acostumbrándonos, sin embargo, a la dualidad entre nuestros discursos y las prácticas sociales o políticas.
En cada sociedad los individuos aprenden a respetar la vida y a los demás a través de agentes de socialización como la familia, las iglesias, las escuelas, las asociaciones comunitarias, con diversas orientaciones ideológicas. ?Se han debilitado las ideas y creencias que sostienen una convivencia solidaria en el Planeta?
Todo parece indicar que tanto las crisis económicas y sociales como el debilitamiento de los valores éticos han contribuido a debilitar los vínculos familiares, la solidaridad o el respeto de la convivencia social. Cuando los individuos experimentan la exclusión económica y social, cuando los medios de comunicación transmiten permanentemente mensajes agresivos, estamos preparados para reaccionar de manera violenta.
En la cultura escolar se transmiten nociones básicas de biología, de historia, de medicina, de filosofía, de antropología y otras disciplinas que responden a principios universales. Teóricamente en la civilización actual la mayoría de las poblaciones pasa por el sistema educativo y recibe conocimientos y valores que le permiten integrarse en la sociedad. En su informe sobre la Educación Mundial de 1972 “Aprender a ser: la educación del futuro”, la Unesco ya planteaba como cuestión central la preparación para la vida y la convivencia. Pero distintas reformas desde entonces han apuntado más a la gestión, a la actualización de los contenidos o a los métodos de enseñanza que a la transmisión de valores y de actitudes para convivir.
Si queremos revalorizar la idea de “vivir para convivir” (como proponían Iván Illich o Paulo Freire) necesitamos pasar del programa mundial actual “educación