según los valores de los objetos.
Palabras claves
Adecuación - Afectividad - Intencionalidad - Objetividad - Fenomenología
La autorrealización de la persona abarca no solo el bien captado por la inteligencia y la subsiguiente elección por la voluntad, sino toda la persona, incluso su afectividad. Es verdad que es necesario que la inteligencia reconozca el bien y la verdad, y que la voluntad elija el bien según el presentado por la inteligencia. Pero también es verdad que, en todas las acciones voluntarias, libres, los afectos tienen su papel. Es más perfecto, desde la perspectiva de la autorrealización, hacer el bien por querer hacerlo (voluntad) y disfrutar haciéndolo (afectos), que hacerlo sin cualquier respuesta afectiva o con una respuesta afectiva contraria al bien del objeto. La esfera afectiva contribuye para la autorrealización de la persona humana en la medida en que las respuestas afectivas son adecuadas al objeto. Por ejemplo, si el objeto es bueno, hay que tener una respuesta afectiva adecuada: alegría, amor, etc.
Dietrich von Hildebrand (2001, p. 37) subraya que las respuestas afectivas, intencionales, tienen una dimensión objetiva, no sólo subjetiva. Es decir, aunque el sujeto – la persona humana – sea el núcleo en qué radican las respuestas afectivas, la valoración del afecto pasa por la adecuación del objeto, según su naturaleza. Por lo tanto, el objeto al que apuntan las intenciones no puede ser desplazado de la respuesta, ya que esa separación “destruye su intrínseca sustancialidad, dignidad y seriedad”.
La objetividad de la afectividad, para von Hildebrand, no se reduce a la consideración del objeto por sí mismo. “La objetividad sólo se puede encontrar en aquella actitud que responde adecuadamente al objeto, a su sentido y a su atmósfera” (2001, p. 101).
Así, la alegría que uno siente por encontrar la persona amada es objetivamente diferente de la alegría que uno siente al comer algo que le apetece. Ambas son auténticas alegrías, pero la primera es adecuada a un objeto más elevado que la posterior, por su nivel ontológico mismo. Además, es posible sentir alegría sin que el objeto lo reclame, pero por defecto del sujeto. Por ejemplo, si uno siente alegría al ver una desgracia.
Sin embargo, es notable cierto descrédito a la esfera afectiva de la persona, que, para von Hildebrand, se debe a la separación de la experiencia afectiva de su objeto. Pero las respuestas afectivas no pueden ser desvinculadas de sus objetos, simplemente porque son precisamente ellos que motivan y revelan la naturaleza de ellas. Más aún, son su “razón de ser”.
El intento de este trabajo es comprender el papel de la adecuación al objeto de las respuestas afectivas, desde la perspectiva de Dietrich von Hildebrand, y engendrar una formación de la afectividad según los valores de los objetos.
Para eso, en primer lugar, discutiremos cómo evaluar los objetos de las respuestas afectivas, por la clave de la importancia del objeto y del binomio valor vs. satisfacción. Después, comentaremos brevemente algunos presupuestos sobre la intencionalidad de la afectividad y, por fin, abordaremos la cuestión de la adecuación de las respuestas afectivas a su objeto. Esos temas están principalmente en El corazón – un análisis de la afectividad humana y divina y Ética Cristiana, que constituyen nuestra bibliografía principal.
1. Importancia, valor y satisfacción
En Ética Cristiana (1962, p. 58), von Hildebrand llama “al carácter que capacita a un objeto para llegar a ser fuente de una respuesta afectiva, o para motivar nuestra voluntad” de importancia. Es un término técnico (a pesar del uso cotidiano) que designa su carácter de bonum o malum, contrario a la neutralidad o indiferencia. Los objetos pueden ser queridos por una persona no solo porque son conocidos (que, por sí, es una condición sine qua non), sino porque se presentan como importantes. Los objetos30 que tienen importancia positiva son llamados bien; los objetos con importancia negativa son llamados mal.
Hay una distinción de las clases de importancia:
a.Importante en sí mismo.
b.Subjetivamente importante
c.Bien objetivo para la persona
Los dos primeros producen un estado subjetivo de agrado, pero difieren en la motivación de la voluntad. El subjetivamente importante mueve el sujeto por la satisfacción que le causa, al paso que el importante en sí mismo lo mueve por el valor del objeto, por su cualidad intrínseca, que se impone como autónoma y objetiva, admitiendo grados de superioridad e inferioridad. Hay valores más elevados que otros: cuidar de un hijo enfermo es objetivamente más elevado que ver una película, por ejemplo.
La tercera clase de importancia tiene participación en las dos primeras, como su síntesis. Pero no por eso hay que decir que sea el dato último en el campo de la importancia, pues la supremacía está siempre de parte del valor o de lo importante en sí mismo. Sin embargo, eso encuéntrase presupuesto en el bien objetivo para la persona.
Para von Hildebrand, lo que en definitiva decide la moralidad de las acciones es que tiendan hacia un valor o hacia una satisfacción subjetiva. El valor es como “el corazón y el alma del ser” (ibid., p. 106), una propiedad de las cosas, presentada con el “carácter primigenio de la significación misma de las cosas, aun independientemente de cualquier voluntad o deseo humanos” (idem). No es preciso decir que, por su vez, la satisfacción meramente subjetiva no es una propiedad de las cosas, sino presupone una cualidad objetiva que la fundamente y a la vez se presente como un bien objetivo a la persona.
2. Intencionalidad y las respuestas afectivas
Afirma von Hildebrand que, para él, intencional tiene el mismo significado que para Husserl: una relación significativa consciente con un objeto, es decir, “una relación consciente, racional, entre la persona y un objeto” (1962, p. 217). Esta “relación consciente”, intencional, difiere de una relación causal objetiva. La relación causal objetiva es aquella en la que hay una causa para una consecuencia, por ejemplo, un estado de ánimo.
Para utilizar un ejemplo de von Hildebrand: puedo, por ejemplo, estar cansada físicamente, y saber que eso se pasa porque hace dos días que no duermo. Este es un estado de ánimo, con una causa conocida (conscientemente). Pero no es una relación intencionada, porque no hay un conocimiento de un objeto que motive mi experiencia. Su determinación causal objetiva no presupone un conocimiento de la misma causa. El cansancio es un hecho, y permanece el mismo, conociendo o no su causa.
A la vez, la relación intencionada presupone, esencialmente, el conocimiento de un objeto que motiva la experiencia. Por ejemplo, puedo ponerme alegre por encontrarme con una gran amiga tras cinco años sin verla. Siento alegría (que es mi respuesta afectiva), al mismo tiempo que conozco la causa; y esta causa – nuestra amistad, que constituye un valor de importancia – es el objeto que motiva mi respuesta afectiva. La alegría implica necesariamente una relación a un objeto: estoy alegre por algo, y lo sé – es decir, soy consciente de este algo, tengo un conocimiento de él, no solo como objeto de mi conocimiento, sino como objeto de una respuesta afectiva.
Nos interesan aquí las respuestas afectivas, diferentes de las respuestas teóricas (como la convicción, la duda, etc.) y de las respuestas volitivas (que son el querer en sentido estricto). Las respuestas afectivas participan del contenido de importancia, juntamente con las volitivas. De un lado, presuponen la importancia de un objeto, es decir, es necesario que el objeto tenga importancia. De otro, reconocen esta importancia al mismo tiempo en que son motivadas por ella.
Desde el punto de vista teórico, von Hildebrand expone tres perversiones principales de las respuestas afectivas (2001, p. 37). La primera es el desplazamiento del tema desde el objeto a la respuesta afectiva, es decir, poner en la respuesta del sujeto la el valor y fundamento que corresponde al objeto. La segunda es separar la respuesta de su objeto, considerándola independiente de él, con un sentido en sí misma. Ya vimos que eso no es posible: el objeto no es solo condición de existencia de la respuesta afectiva, sino su propia razón de ser. La tercera – y posiblemente la más difundida – es reducir a estado afectivo algo que en absoluto no le pertenece. Por ejemplo, rechazar a los deberes de un matrimonio contraído, por no “sentirse” entusiasmado o comprometido con la promesa hecha. La respuesta afectiva aquí no puede