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V Congreso iberoamericano de personalismo


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no tiene por qué tener un nivel ontológico menor que su objeto. Es todo lo contrario: la experiencia afectiva debe tender a una adecuación del valor de la respuesta al valor ontológico del objeto. Lo veremos enseguida.

      3. Adecuación de las respuestas afectivas a su objeto y formación de la afectividad

      Como decimos, von Hildebrand cree que en gran medida el descrédito dado a la esfera afectiva se da por separar una experiencia afectiva del objeto que la motiva. Vimos que el objeto que motiva la respuesta afectiva puede ser más o menos importante, tener más o menos valor, por sí mismo. Vimos también que este objeto puede constituir un bien objetivo a la persona.

      Puesto que no hay oposición entre “objetividad” – hay objetividad no sólo porque hay una relación causal, sino porque hay una relación intencional; además, el objeto tiene un valor en sí mismo, a ser reconocido por el sujeto – y “afectividad”, se puede decir que

      la verdadera afectividad implica (…) que una actitud se adecúa a la verdadera naturaleza, tema y valor del objeto al que se refiere. Un acto de conocimiento es objetivo cuando capta la verdadera naturaleza del objeto. En este caso, objetividad equivale a adecuación, validez y verdad. (…) Y una respuesta afectiva es objetiva cuando corresponde al valor del objeto. (2001, p. 100)

      Así, una persona correctamente afectiva, es decir, con una afectividad madura o tierna (según el Autor), “responde al bien que es la fuente y la base de su experiencia afectiva” (2001, p. 100). Esta persona encuéntrase consciente del objeto de su respuesta, y está convencida de su valor objetivo.

      En estas respuestas, la intención va de nosotros al objeto; hay un contenido en nuestra respuesta, como la “voz”, una “palabra” de nuestra respuesta al objeto. Por nuestras respuestas afectivas, comunicamos como el sujeto recibe y considera su objeto, si es capaz de reconocer la importancia objetiva contenida en él. Pero sería un defecto responder a un objeto de modo contrario a su valor y dignidad.

      Cuando un hijo llora de tristeza ante el sepultamiento de su padre, por ejemplo, reconoce la importancia del objeto – la muerte de un familiar querido – y responde según ella – con pesar, con tristeza. Si el hijo, sin embargo, estuviese muy contento con la muerte de su padre, porque pronto recibiría su herencia, su respuesta afectiva no sería adecuada al objeto. El valor de la vida del padre es netamente más elevado y digno que la herencia material.

      Las respuestas afectivas deben, así, corresponder al valor del objeto. Uno puede evaluar si su respuesta es adecuada a la naturaleza y valor del objeto. Sin embargo, si solamente la voluntad es libre en sentido estricto, y no podemos engendrar una respuesta afectiva con nuestra voluntad, ¿qué hacer para adecuar las propias respuestas afectivas al valor de sus objetos?; y más allá, ¿cómo impartir una formación de la afectividad que ayude a adecuar las respuestas afectivas, para llegar a la autorrealización de la persona?

      Es evidente que parte de la formación de la afectividad se centre en adquirir virtudes y fortalecer la voluntad. Sin embargo, si el “corazón”, como afirma von Hildebrand, es el centro más profundo del “yo”, es necesario educarlo para conocer los valores al que debe las respuestas más elevadas y así, responder adecuadamente. Esta es la esfera de la objetividad: tornar a la persona capaz de evaluar, por sí misma, el valor intrínseco y la importancia de los objetos a que se dirigen sus afectos.

      Por otra parte, en la esfera subjetiva, sería conveniente crecer en autoconocimiento, para comprender sus propias reacciones y respuestas; examinar si las respuestas afectivas dadas (cuanto al valor, la dignidad, la duración) son adecuadas al objeto que las motivan. “Por tanto, la pregunta fundamental no es: ¿Me siento feliz?, sino: ¿La situación objetiva es tal que resulta razonable ser feliz?” (2001, p. 100). Descubrir, así, la felicidad, la autorrealización, en objetos que efectivamente puedan hacer uno feliz, realizado.

      Bibliografía

      Principal

      von Hilderand, D. (1962). Ética cristiana. Trad.: S. Gómez Nogales. Barcelona: Herder.

      _________, (2001) El corazón. Trad.: Juan Manuel Burgos. (4ª ed). Madrid: Palabra.

      Consultada

      Burgos, J. M. (2012). Introducción al personalismo. Madrid: Palabra.

      _________, (2017). Repensar la naturaleza humana. Ciudad de México: Siglo XXI Editores – Universidad Anáhuac.

      Pieper, J. (2018). Virtudes fundamentais. As virtudes cardeais e teologais. Trad.: Paulo Roberto de Andrada Pacheco. São Paulo: Cultor de Livros.

      Ratzinger, J. (2000). Ley natural y razón práctica. Una visión tomista de la autonomía moral. Pamplona: Eunsa.

      Wojtyla, K. (2016) Amor e responsabilidade. Trad.: Manuel Alves da Silva. São Paulo: Cultor de Livros.

      _________, (2017). Persona y acción. Trad.: Juan Manuel Burgos. (3ª ed). Madrid: Palabra.

      30 “Podemos descubrir la verdadera base ontológica del ‘algo’ a qué nos referimos, cuando usamos términos triste, desagradable, desafortunado, malo, malvado, etc., pero sólo después de haber comprendido plenamente lo que ese ‘algo’ pretende ser.” (von Hildebrand, 1962, p. 60)

      La categoría de individuo en el pensamiento kierkegaardiano como antecedente del movimiento personalista.

      Universidad Católica de Santa Fe

      Resumen

      Kierkegaard es el autor sobre el que más se han tenido interpretaciones diversas. Para algunos puede ser llamado el Padre del existencialismo moderno –incluso del que niega la trascendencia- para otros, del personalismo cristiano. Si entre las características del personalismo una de ellas es la que destaca “el valor absoluto de cada persona independientemente de sus cualidades”, no es difícil encontrar en Kierkegaard un auténtico antecedente de dicho pensamiento.

      Uno de los temas esenciales de su filosofía es el del “individuo”. Su cometido será esclarecer el sentido de la existencia para despertar la conciencia de la individualidad, y así poder hacer frente a la inevitable desingularización que le impone el mundo, como una secuela del hegelianismo. La clave, según Kierkegaard, consistirá en aceptar que cada uno es un comienzo absoluto respecto de la especie. Tal condición se deriva de la categoría de individualidad: toda la humanidad está en cada hombre, ésta es la determinación esencial de la existencia humana.

      Nos proponemos en este trabajo analizar los puntos de encuentro entre el pensamiento de Kierkegaard y el personalismo, en tanto dos respuestas epocales a situaciones críticas que tendieron a disolver al individuo en un todo impersonal.

      Palabras clave

      Individuo – Singular – Humanidad – Personalismo - Respuesta

      Introducción

      De todos modos, hubieron de pasar casi 100 años para que su obra pudiera salir de su Dinamarca natal, fuera conocida internacionalmente, y generara profundas influencias en diferentes áreas del saber, encontrando tierra fértil en la filosofía, en la teología, en la psicología y en el arte también. Si hubiese permanecido recluido solo al ámbito de la literatura, como un escritor literario, utilizando una expresión suya, y como otros también lo vieron, nos hubiéramos perdido la posibilidad de conocerlo como el padre que fue, aunque sin progenie.