J. I. Packer

En pos de los puritanos y su piedad


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libros, se convirtieron en mis maestros y consoladores: Y el uso que Dios, por encima de los ministros, le dio a estos libros en beneficio de mi alma, me produjo una especie de amor excesivo por los buenos libros (…) Recuerdo al principio qué deleite para mi lectura fue el breve tratado del Sr. Perkins, Treatise of the Right Knowledge of Christ crucified [Tratado acerca del entendimiento correcto del Cristo crucificado], y su Exposition of the Creed[Exposición del credo]; porque fueron libros que me enseñaron a vivir por fe en Cristo.29

      Ese es solo un ejemplo de los muchos testimonios que podríamos mencionar. Esta literatura como un conjunto es notablemente homogénea, y su propósito es constante: inducir fe, arrepentimiento, seguridad y celo gozoso en medio de una vida de peregrinaje, conflicto y buenas obras, a las que están llamados los santos; en otras palabras, su propósito era crear y mantener una condición espiritual de avivamiento personal, en toda la extensión de la palabra.

      Los dos hechos que hemos visto hasta ahora, a saber, la centralidad del avivamiento en el propósito puritano y el avivamiento personal como el enfoque principal de la literatura puritana, nos conducen hacia el tercer hecho: el ministerio de los pastores puritanos, con la ayuda de Dios, dio lugar al avivamiento. Solamente en términos de avivamiento es como podemos describir adecuadamente la notable bendición que fue en aumento a lo largo del siglo XVII hasta la época de la Restauración Inglesa.

      El patrón para el ministerio puritano fue establecido por las Escrituras y por el Libro de oración ordinal, que describe al clero como un grupo de personas llamadas «a ser mensajeros, vigilantes y mayordomos del Señor; a enseñar, amonestar, alimentar y mantener a la familia del Señor; y a buscar las ovejas de Cristo que están dispersas en el extranjero». Sin ir demasiado lejos, a partir de los registros hagiográficos de los ministros puritanos30 y a partir de los ideales establecidos por El pastor renovado de Baxter31 podemos ver de una manera suficientemente clara la manera en la que este llamado era entendido y puesto por obra. Muchos de los pastores eran hombres con grandes dones y con una gran unción, cuya predicación era «poderosa» en todos los sentidos y cuyo ministerio de consejería, como «médicos del alma», transformó muchas vidas trastornadas. Para ilustrar esto, y la forma en que a lo largo de los años aumentaron los frutos del ministerio fiel, aquí les presento una pequeña muestra de tres de estos hombres en acción.

      Richard Greenham, un pionero pastoral, quien era titular de Dry Drayton, a casi 12 kilómetros de Cambridge, de 1570 a 1590. Él fue un hombre que trabajó extremadamente duro. Se levantaba diariamente a las cuatro; y cada lunes, martes, miércoles y viernes predicaba un sermón al amanecer, con la intención de captar la atención de su rebaño antes de que se dispersara por los campos; luego, el domingo predicaba dos veces, y además catequizaba a los niños de la parroquia cada domingo por la tarde y cada jueves por la mañana. Por las mañanas estudiaba, por las tardes visitaba a los enfermos o salía a los campos «para testificarle a sus vecinos mientras estaban en Plough». Henry Holland, su biógrafo, nos dice que, en su predicación: «Era tan comprometido y se esforzaba tanto que, su camisa generalmente estaba tan húmeda por el sudor, como si hubiera estado empapada de agua, de manera que, tan pronto como bajaba del púlpito, se veía obligado a cambiarse la ropa».32 Además, sus habilidades de consejería pastoral eran muy impresionantes. En ese sentido, Holland escribe: «Debido a que tenía una gran experiencia y una excelente facultad para aliviar y consolar las conciencias angustiadas, era buscado por personas que vivían cerca y lejos, las cuales gemían por causa de aflicciones y tentaciones espirituales (…) la fama de este médico espiritual se extendió ampliamente en el extranjero, de manera que era demandado por muchos, y el Señor se alegró tanto de bendecir su trabajo que, por su conocimiento y experiencia, muchos fueron devueltos a la alegría y al consuelo». Sus amigos esperaban que escribiera un libro sobre el arte de la consejería, pero nunca lo hizo; no obstante, transmitió gran parte de su saber a los demás de manera oral. En una carta a su obispo, describió su ministerio como: «predicar a Cristo crucificado a mí mismo y a la gente del campo»,33 y el contenido de sus obras publicadas póstumamente (un pequeño libro tamaño folio de más de 800 páginas) lo confirma. Sin embargo, a pesar de su piedad, su perspicacia, su mensaje evangélico y su trabajo duro, su ministerio fue prácticamente infructuoso. Otras personas fuera de su parroquia fueron bendecidas a través de él, pero no fue así con su propia gente. «Greenham tenía pastos verdes, pero ovejas magras», esa era una frase que circulaba entre los piadosos de la época. De acuerdo con Holland, estas fueron las palabras que Greenham le dijo a su sucesor: «No percibo que mi ministerio produzca un buen crecimiento en las familias, sólo en una de ellas».34 En la Inglaterra rural de los días de Greenham, había mucha tierra sin arar, el tiempo en el que le tocó trabajar era tiempo de siembra, pero el tiempo de cosecha todavía esperaría para el futuro.

      Ahora pasemos al ejemplo de Richard Fairclough, quien era Rector de Mells (de 1647 a 1662), una aldea en Somerset, y que fue amigo del gran John Howe, quien predicó en su funeral, como Fairclough lo había solicitado en su testamento. Del sermón de Howe podemos rescatar las siguientes palabras:

      Pronto se hizo evidente el tipo de estrella que había surgido(…) la cual muy pronto hizo que una aldea rural oscura se convirtiera en un lugar muy conocido, las personas de varios kilómetros a la redonda llegaban hasta ese gran punto de reunión, de manera que me asombré al mirar un auditorio tan abarrotado como el que tuve la oportunidad de mirar (…) y por lo general así fue siempre la asistencia durante su fructífero ministerio. Y, ¡oh, cuán propensa era la congregación a derretirse ante el calor de su fervor santo! Sus oraciones, sermones y otras funciones ministeriales estaban acompañados con esa extraña vivacidad afilada, y, en algunos momentos, con autoridad; pero además se dirigía hacia los demás con tal suavidad, gentileza, dulzura, y encanto, que uno pensaría que es casi imposible resistir el espíritu y el poder con el que hablaba. Y el efecto que su ministerio producía tenía una correspondencia influenciada por una medida bendita; ya que los oyentes se convirtieron en personas religiosas muy ilustradas, conocedoras, juiciosas, y reformadas. Sus labores en esa área fueron casi inimaginables. Además de sus prácticas habituales en el día del Señor, que consistían en la oración, la lectura de las Escrituras, la predicación, la catequización, la administración de los sacramentos (…) por lo general, se reunía en público de madrugada, cinco veces por semana, para orar y predicar una enseñanza expositiva acerca de alguna porción de las Escrituras (…) él siempre tuvo una congregación grande (…) Y a pesar de eso, él siempre encontraba un tiempo, no sólo para visitar a los enfermos (pues siempre que tenía ese tipo de oportunidades las aprovechaba con gran entusiasmo) sino también (de manera constante) para visitar a todas las familias a su cargo; y también buscaba un tiempo para conversar personalmente con todos los que eran capaces de esforzarse por comprender el estado actual de sus almas, y se comprometía a servirles por medio de instrucciones, reprimendas, amonestaciones, exhortaciones y estímulos adecuados para cada individuo; y realizó todo ese trabajo con la mayor destreza y placer imaginables; su corazón entero estaba entregado a esa labor (…) Cada día, durante muchos años seguidos, él acostumbraba a levantarse a las tres de la mañana, o a veces antes, para estar con Dios (lo cual era su gran deleite) mientras otros dormían.35

      Este ejemplo es esencialmente igual al de Greenham: sin embargo, en ese caso el tiempo de cosecha ya estaba comenzando.

      Finalmente, démosle un vistazo al ejemplo de Richard Baxter, quien ministró en Kidderminster desde 1641 hasta 1660, con una interrupción de cinco años durante la Guerra Civil. Kidderminster era un pueblo que tenía aproximadamente 2 000 adultos, y aparentemente, la mayoría de ellos fueron convertidos a través de su ministerio. Él testifica que cuando los conoció, eran «personas ignorantes, groseras, y entregadas a los placeres, debido a que casi nunca habían tenido una predicación avivada y seria entre ellos». Pero su ministerio fue bendecido de manera asombrosa.

      Cuando entré por primera vez en mis labores, presté especial atención a todos los humillados, reformados o convertidos; pero cuando había trabajado mucho, le agradó a Dios que los convertidos fueran tantos, que no podía darme el tiempo para observaciones tan particulares, y después llegaron y crecieron cantidades considerables, de una manera tan inmediata que, para mí es difícil