pasos decidida hacia ellos, pero Larry me detiene.
—¿A dónde crees que vas? ¿Vas a pelearte con él como siempre? ¿Vas a comportarte como una niña de 5 años que le hace la vida imposible al niño que le gusta y le demuestra su amor a través de golpes?
Suspiro.
—No, esta vez voy a cambiar de táctica —le aseguro.
Me zafo de su agarre y continuó con pasos seguros hacia la “feliz pareja”. Por dentro estoy muy acojonada, pero intento que ese miedo se opaque con mi belleza. Sin embargo, con Loann es diferente. A él no le gusto como a todos los chicos de la facultad.
Lo confirmo en cuanto me ve. Su mirada va de abajo hacia arriba y su sonrisa se transforma en una línea recta. Ni mis piernas largas y la minifalda que llevo puesta lo desestabilizan, sigue firme y con la mirada severa. Me duele, pero no me lastima. No me conoce, es todo.
Me coloco frente a ellos, Loann es el primero en hablar.
—¿Ocurre algo?
Me encanta su voz, Dios, me fascina, pero eso no hace que demuestre lo que siento por él. Soy buena fingiendo que Loann no me interesa desde hace muchos años.
—Me debes algo.
Por el rabillo del ojo veo a Loann, no se nota muy cómodo con mi primera acción. Disney, por su parte, intenta disimular que le caigo bien. Toma la mano de Loann y con la otra acomoda los cabellos de su frente.
Me cae mal, porque… no voy a hacerte nada, niña tonta.
—No te debo nada, Defne.
—¿Sabes qué es lo que más molesta de todo? —la interrumpo.
Loann cruza los brazos sobre su pecho.
Que tu novio no sea mi novio.
—Eh… ¿no? —responde ella.
—Que en mi siguiente clase realmente necesité ese marcador. Busqué durante cinco minutos en mi bolso, lo que significa que perdí valioso tiempo de mi examen de iniciación. No pude finalizar las últimas dos preguntas.
Sonará estúpido, pero es el único tema de conversación que tengo con Disney.
—Mañana te lo devolveré —dice ella.
—¿Mañana? ¿Por qué?
—Lo perdí.
—Genial —miro hacia un costado y finjo estar a punto de enfurecerme—. Así que lo perdiste. ¿Sabes lo que significa eso? ¿Sabes cuánto valía ese marcador, niña?
—¿Un dólar? —me cuestiona Loann, agrio y mal intencionado.
—No estoy hablando contigo —reniego—. Era el marcador más fino que podía existir. Era la réplica de la pluma que usó la reina Isabel de Inglaterra para firmar su supremacía eterna en el trono. Algo que nunca hubieses tenido en tus manos, así que devuélvemelo. Ahora —extiendo una mano.
—Qué tontería —farfulla Loann—. Eso ni siquiera existe.
—Acabo de decirte que no estoy hablando contigo—planto los ojos en Lilian—. Disney, el marcador ahora mismo o...
—¿O qué? —vuelve a intervenir él.
—O ella tendrá que pagar un precio.
—¿Quieres dinero? ¿Por un marcador? Es sumamente ridículo.
—Dinero no, pero puedes darme una pequeña compensación. Algo muy mínimo comparado a lo que valía ese marcador —miro mis uñas y luego acomodo mi cabello rubio hacia un costado.
—Dale, lo que sea, pero deja este tema tan tonto y estemos en paz—dice Disney.
Siento el impulso de valentía extenderse desde mis pies hasta la cabeza. Tengo ganas de detenerme con una bofetada, pero es imposible, Loann es terriblemente irresistible para mí. Él es como tener un pote de helado frente a mis narices, derritiéndose lentamente y pidiéndome que lo pruebe. Pero también significa una manzana prohibida y venenosa.
Me debato entre hacerlo o no por unos segundos y, cuando la voz buena en mi cabeza me ordena que desista, retrocedo un paso dispuesta a irme sin decir una palabra más. Es la sonrisa triunfante y malévola de Lilian escondida tras esas gafas negras y una gran medida ocular, la que vuelve a encender mi llama. Esta vez nadie la apagará.
Tomo a Loann del cuello de su camisa y lo acerco a mí. Me mira con sorpresa y le sonrío de forma coqueta. Por uno segundos su mirada se dirige a mis labios. Basta esa sola motivación para que sin pensarlo dos veces...
Empiece a besarlo.
Vaya, y sí que lo beso con todas mis fuerzas.
Segundo Intento
¿Cuándo se supone que inició mi obsesión por Loann Cooper?
No lo sé. No puedo hablar de años, meses, días, ni horas exactas. Ni siquiera estoy segura de por qué, de entre todos los chicos de la facultad, Loann Cooper me atrae tan intensamente. Solo recuerdo la fiesta de bienvenida y el preciso instante en el que caí flechada por ese cabello marrón oscuro y ojos azules. También la recuerdo a ella, a la cucarachita que siempre cuelga de su brazo.
En ese entonces, yo cursaba el primer ciclo de Medicina y él el octavo semestre. En esos días aún no era popular y tampoco tenía la fama que ahora tengo. Por fama me refiero a que todavía nadie murmuraba en los pasillos que me había acostado con media universidad. No, yo era solo una simple estudiante a la cual le habían organizado, como todos los años, una fiesta de bienvenida a la gran universidad de Johnson Smith.
No sé qué ocurrió, no sé si fueron sus hipnotizantes ojos azules, la forma en como su cabello oscuro y ondeado caía sobre su frente, o esa sonrisa perfecta y deslumbrante que mata a cualquiera, lo que me hizo embobarme con él. Solo puedo afirmar que Loann Cooper tiene ese tipo de atractivo que le hace justicia a la palabra. Su belleza atrae, es casi como un imán que te mantiene en un campo que es imposible de romper.
Mis pensamientos hormonales y desenfrenados acerca del irresistible físico de mi chico frío, son interrumpidos por algo no menos bello.
Su trasero.
Loann Cooper se encuentra en el umbral de la puerta de mi aula. Listo para asistir al taller al cual me inscribí para observarlo mejor. Su perfecto perfil está a solo escasos metros de mí. Posible solo porque escogí el primer asiento de la primera fila de la primera columna, elegido estratégicamente solo para obtener una mejor vista de sus cualidades.
Claro que lo hago con sutileza. No quiero incomodarlo.
El profesor River le hace una señal para que ingrese al aula y me preparo para recibir la gloriosa vista. Me muerdo el labio inferior y apoyo mi mentón en una mano.
Aún trabajo en lo de ser sutil.
Podría besarlo otra vez. Sí, yo podría hacerlo por qué no, pero con seguridad él me terminaría de odiar y no quiero eso. Debo ser más inteligente y cautelosa.
—No sé quién es más idiota. Si yo por seguirte como idiota a esta clase, o tú por perder tu tiempo como idiota con otro idiota.
Giro un poco solo para que vea mi perfil y mis ganas de estamparle un golpe en la nariz.
—Puedes irte si eso quieres —mascullo.
—Oh, genial. Encima de idiota desagradecida. Eso me hace más idiota aún. Gracias, gané la batalla de idiotas.
Pego mi cuerpo al espaldar de la silla para crear un espacio más cerrado.
—¿Recuerdas mi lista?
—¿La lista de los que parecían tenerla más grande?
—¡No! —exclamo. Llamo la atención de uno de mis compañeros, le sonrío y su bolígrafo cae al piso—. La lista de hombres que no se han resistido a Defne Prinsloo —digo, orgullosa.
—¿Y