Jacques Dupuis

No apaguéis el espíritu. Conversaciones con Jacques Dupuis


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tercera parte fue realizada conjuntamente por ambas partes. Esto se ha de tener en cuenta al evaluar el resultado final del documento: explica por qué se encuentran algunas discrepancias aparentes. Estas surgieron principalmente de una insistencia algo unilateral en el lado de la proclamación para enfatizar el mandamiento del Señor de predicar el Evangelio, lo que, por supuesto, no fue negado, pero hizo que el otro lado tuviera que tenerlo en cuenta. Por tanto, en el texto se encuentran muchas enmiendas, que son distintos compromisos entre los dos lados. En un momento dado llegué a preguntarme si de los cinco borradores el primero no era quizá el mejor, el más consistente y el más robusto. Esto, sin embargo, no pasaba de ser una impresión personal en un momento de estrés y en un punto en el que yo estaba demasiado implicado personalmente como para ser un buen juez. Una cosa está clara, a pesar de sus deficiencias, el documento decía algo nuevo y valioso, especialmente sobre el tema de un enfoque cristiano del significado de las otras religiones y de su valor positivo para la vida religiosa de sus seguidores y el misterio de su salvación en Jesucristo. El último borrador del documento se presentó finalmente a la asamblea plenaria del PCDI en su reunión de abril de 1990.

      Hubo un animado debate en esa reunión y, finalmente, se introdujeron más enmiendas. Recuerdo las fuertes objeciones planteadas por el obispo Kloppenburg, de Brasil, en contra de lo que es quizá el número más importante –el 29– del documento: «Es en la práctica sincera de su propia tradición religiosa donde los miembros de otras religiones responden positivamente a la invitación de Dios y reciben la salvación en Jesucristo». Hubo una larga discusión sobre este texto, que finalmente tuvo que cambiarse para decir lo siguiente: «Será en la práctica sincera de lo que es bueno en sus propias tradiciones religiosas y siguiendo los dictados de su conciencia donde...». La idea de la enmienda era, por supuesto, la de atenuar el papel que las otras tradiciones religiosas tienen en la salvación de sus seguidores. Incluso en esta redacción el texto todavía se encontró con algunos recelos. En esa etapa, el cardenal Decourtray, de Lyon, intervino enojado para decir: «Si no estamos dispuestos a decir tanto, mejor nos vamos a casa y nos olvidamos de publicar un documento». Esto resolvió el asunto y el texto se mantuvo tal y como estaba. Cuando llegó la hora de votar, obtuvo el voto unánime, a excepción de un voto juxta modum y de la ausencia del cardenal Tomko, que había decidido abstenerse de la sesión de votación.

      Sin embargo, todavía quedaba por obtener el placet de la CDF. En vista de esto se celebró una reunión en la sede de la CDF entre los presidentes, los secretarios de los tres dicasterios y unos pocos consultores, el 20 de septiembre de 1990, una reunión a la que no se me invitó a asistir. Esa reunión produjo algunas enmiendas más, aunque, felizmente, de naturaleza ligera. El texto ya estaba listo para su publicación y fue publicado el 19 de mayo de 1991, firmado por los cardenales Arinze y Tomko. He escrito un extenso relato sobre la génesis y el doloroso nacimiento del documento, con un comentario añadido, en W. Burrows (ed.), Redemption and Dialogue [Redención y diálogo] (Maryknoll, NY, Orbis Books, 1993), pp. 118-158. Mi experiencia de haber sido el redactor principal de un documento oficial publicado por el Vaticano sigue siendo agridulce. Estuve feliz de poder contribuir a un documento importante, destinado a tener una influencia duradera en el futuro de la misión. Sin embargo, me llamó la atención que, después de haber hecho todo el trabajo duro, al final los consultores quedaron fuera de consideración en la última etapa del procedimiento. Ni siquiera las gracias por el trabajo hecho. Servi inutiles sumus.

      –En octubre de 1986, el papa, por primera vez, invitó a los líderes de las principales religiones mundiales a Asís a orar por la paz. Aquello fue visto como uno de los gestos «proféticos» del pontificado de Juan Pablo II. ¿Cuál fue su participación en ese acontecimiento? ¿Cómo lo vio? Mirando hacia atrás con la retrospectiva de más de dieciséis años, y también con la experiencia de otro acontecimiento similar en 2002, ¿cuáles son sus reflexiones ahora?

      –A pesar de ser un consultor del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso, no participé de ninguna manera en la preparación del encuentro de Asís en 1986; tampoco pude estar presente en Asís, debido a un trabajo urgente que debía finalizar. Seguí el acontecimiento con el mayor interés y no dudé en decir que había sido un momento «profético» del pontificado del papa Juan Pablo II. Es bien sabido que el encuentro de Asís encontró, incluso en el Vaticano, resistencias previas y críticas posteriores. Se necesitó coraje por parte del papa para avanzar frente a la oposición. En su discurso a la Curia romana en diciembre de 1986, el papa explicó el significado del encuentro y lo justificó como una expresión del nuevo espíritu y de la actitud de diálogo propugnada por el Concilio Vaticano II. El discurso pronunciado por el papa en aquella ocasión es una sólida declaración teológica sobre los fundamentos para una valoración positiva de las otras religiones y del diálogo interreligioso.

      Por supuesto, el acontecimiento generó una animada discusión, tanto antes como después. ¿No había peligro de sincretismo religioso que llevara al relativismo, implícito en tal acontecimiento? El punto más delicado fue la justificación para orar juntos entre cristianos y miembros de otras tradiciones religiosas. El Vaticano, en la persona del papa y del cardenal Etchegaray, a quien se le había confiado la organización del evento, adoptó un enfoque prudencial al respecto. Se afirmó claramente, casi como un leitmotiv, que «fuimos juntos a Asís a orar; no fuimos a Asís a orar juntos». El papa y el cardenal dijeron explícitamente que la oración común compartida entre cristianos y otros no es posible. Lo mismo sería repetido por el cardenal Walter Kasper con motivo del segundo encuentro de Asís, en enero de 2002. Y así, en 1986, se asignaron distintos lugares por la mañana a las diferentes tradiciones religiosas, donde fueron invitados a orar por la paz en el mundo, mientras que por la tarde todos se reunieron en la plaza de la basílica de San Francisco, donde escucharon con atención las oraciones formuladas por los jefes de los diferentes grupos religiosos y tradiciones. En 2002 se revisó el procedimiento para garantizar aún más claramente la ausencia de cualquier tipo de sincretismo. La presencia en Asís de tantos representantes de diferentes tradiciones religiosas como se reunieron allí para orar por la paz mundial fue en sí mismo un acontecimiento muy significativo y un testimonio al mundo de la armonía y la colaboración que debería reinar entre las religiones del mundo. Fue realmente un acontecimiento «profético». Sin embargo, se podía formular la pregunta –y de hecho se formuló– de si el procedimiento seguido en Asís era el único concebible si se quería evitar todo peligro de sincretismo y relativismo.

      En una cumbre como la de Asís, donde toda la planificación fue hecha por las autoridades del Vaticano, sin la posibilidad de una planificación conjunta con los jefes de las otras tradiciones, estos solo fueron invitados a responder positivamente a la solicitud que les hicieron las autoridades del Vaticano. Si consideramos, además, el hecho de que Asís 1986 fue un estreno, el procedimiento seguido fue el único que posiblemente podría ser aceptable para todos. Sin embargo, asistir con gran atención a las oraciones formuladas por los miembros de otras tradiciones no es la única práctica posible en las reuniones interreligiosas. ¿Está completamente excluido que los cristianos y los miembros de otras religiones puedan orar juntos al compartir verdaderamente una oración en común? En las Directrices para el diálogo interreligioso que publicó en 1989 la Comisión para el Diálogo y el Ecumenismo de los obispos católicos, la Conferencia Episcopal de la India, se declaró:

      Una tercera forma de diálogo va a los más profundos niveles de la vida religiosa y consiste en compartir la oración y la contemplación. El propósito de tal oración común es principalmente el culto corporativo del Dios de todos, que nos ha creado para ser una gran familia. Estamos llamados a adorar a Dios no solo individualmente, sino también en comunidad, y, dado que, de una manera muy real y fundamental, somos uno con toda la humanidad, no solo es nuestro derecho, sino también nuestro deber adorarlo junto con los demás (n. 82).

      Esto muestra que diferentes percepciones y diferentes formas de hacer las cosas son posibles en diferentes circunstancias y situaciones. La práctica de la oración común se conoce en la India desde hace mucho tiempo, mucho antes del encuentro de Asís en 1986, y está en uso, con la aprobación de la Conferencia episcopal, en ocasiones oficiales como la Fiesta nacional, el Día de la República o algunos festivales hindúes, como el festival de las Luces (Diwali) y de la Sabiduría. Debemos