misma.
Y también por Jason.
Era su noche de bodas, y por mucho que deseara disfrutar de la situación sin preocupaciones, no podía renunciar tan fácilmente a la cautela.
Haría lo que tuviera que hacer para salvar su empresa. Y también ayudaría a Jason a ascender en su carrera, porque eso redundaría en beneficio de su hijo. Una vez que pusieran fin a aquel matrimonio de mentira, acabaría con Jason Reagert para siempre.
Pero antes tenía que superar su noche de bodas.
Jason tenía un montón de trabajo esperándolo en su ordenador portátil, colocado junto a su asiento en el avión. Normalmente aprovechaba las horas de vuelo para resolver asuntos pendientes, una vez que el piloto daba permiso para usar los aparatos electrónicos.
Pero aquella noche no tenía el menor interés por la ingente cantidad de ficheros que aguardaba en el disco duro.
Se cambió de postura en el cómodo asiento de cuero y observó a su novia, que hablaba por el teléfono del avión reclinada en su asiento. Acababa de contarle a su padre la precipitada boda en Las Vegas, y le había hecho jurar que no le diría a Jacqueline que había sido el primero en recibir la noticia.
El avión monomotor ofrecía espacio suficiente para caminar por la cabina. También constaba de una pequeña cocina, pero para dormir no disponía de otra cosa que los asientos reclinables. Tal vez no fuera una noche de bodas tradicional, pero a Jason le habría gustado compartir una suite nupcial con Lauren.
Su mujer. El corazón le dio un brinco al pensar en esa palabra. Ella volvió a marcar un número y se pegó el teléfono a la oreja mientras se ajustaba los pliegues del vestido.
–Hola, mamá… Siento molestarte a estas horas, pero tengo algo muy importante que contarte –miró brevemente a Jason y él vio las marcas de cansancio alrededor de sus ojos–. ¿Te acuerdas de Jason Reagert? Eso es, lo conociste en mi casa la semana pasada. Bueno, pues… ahora es más que un amigo. Acabamos de casarnos en Las Vegas.
Jason se tocó el sencillo anillo de oro que llevaba en el dedo. Se lo habían proporcionado en la misma capilla en el último minuto, y al verlo no se imaginaba que pesara tanto.
–Sí, mamá –siguió hablando Lauren–. Ya sé que te habría gustado asistir, pero no podíamos esperar más tiempo, porque… estamos esperando un hijo.
El chillido de su madre se oyó en todo el avión, seguido de un parloteo incomprensible. Lauren volvió a mirar a Jason y puso una mueca.
–Faltan menos de cinco meses… No, aún no sé si es niño o niña… ¿Luna de miel, dices? Jason y yo tenemos mucho trabajo… Mamá, eso que dices no… –suspiró y cerró los ojos, mientras la voz de su madre se hacía cada vez más fuerte.
Jason le quitó el teléfono de la mano. Lauren ahogó un gemido de sorpresa, pero él estaba decidido a hacerse cargo del asunto.
–¿Jacqueline? Soy tu nuevo yerno, Jason, y estoy a punto de cumplir con mis derechos maritales. Eso significa que vamos a apagar el teléfono hasta mañana al mediodía, por lo menos.
–Espera un momen… –empezó a protestar Jacqueline, pero Jason no la dejó acabar.
–Buenas noches, Jacqueline –se despidió y apagó el teléfono.
–Vaya –murmuró Lauren, maravillada–. No sé cómo agradecértelo. Yo no habría sabido hacerlo tan fácil.
–¿Te encuentras bien?
Ella le dedicó una sonrisa temblorosa.
–Al menos, ahora tengo una preocupación menos.
–¿Pero estás bien? –insistió él.
–Claro –se enderezó en el asiento con tanto esfuerzo que Jason tuvo que refrenarse para no tirar de ella hacia él. Quería protegerla, pero Lauren no parecía muy dispuesta.
–¿Cuál es el problema?
–No sé a qué te refieres –dijo ella, evitando mirarlo a los ojos.
–Es evidente que la llamada te ha afectado –le puso un dedo bajo la barbilla para obligarla a mirarlo–. Ya me he dado cuenta de que tu madre puede ser muy difícil, pero creo que me ocultas algo.
–Supongo que lo mejor será decírtelo, ya que de un modo u otro acabarás sabiéndolo –se aferró con fuerza a los reposabrazos–. A mi madre le diagnosticaron un trastorno bipolar cuando tenía veintidós años.
Por unos segundos Jason no supo qué responder. No era lo que se había esperado.
–Lo siento mucho. Nunca me lo habías dicho…
Ella giró la cabeza para mirarlo con expresión irónica.
–No es la clase de cosas que se digan en el trabajo o mientras se toma una copa… «Eh, ¿sabes qué? Mi madre es maniaco-depresiva».
Jason se preguntó qué habría pasado si se hubiera preocupado de hablar más con ella y de escucharla. ¿Habrían llegado a un nivel de confianza suficiente para que Lauren compartiera esa información con él? No tenía modo de saberlo, puesto que había hecho falta un matrimonio de conveniencia para que se abriera.
Tal vez no se hubiera interesado lo suficiente por su vida personal en el pasado, pero de ninguna manera iba a cometer el mismo error.
–¿Has dicho que se lo diagnosticaron a los veintidós años?
–Lleva un tiempo descuidando su tratamiento –sólo lo seguía cuando su marido la presionaba o cuando su hija se lo rogaba–. Cuando yo era niña pasaba por buenas temporadas, pero hace dos años decidió que no quería recibir más terapia ni medicación –mientras hablaba no dejaba de estirarse el vestido–. No pienses que me estoy quejando. Es difícil crecer con una madre que sufre esos cambios de humor, desde luego, pero me gusta creer que eso me ha hecho más fuerte.
Jason respetaba su manera de intentar verle el lado bueno a las cosas, pero sospechaba que Lauren lo hacía para que nadie advirtiera hasta qué punto necesitaba ayuda.
–Aun así, debió de ser muy duro crecer sin ningún tipo de seguridad.
Ella arrancó un hilo del bajo del vestido y se mordió el labio.
–Temía volverme como ella. Mi madre no acepta que tiene un problema, por lo que pensé que a mí quizá me pasara lo mismo. Visité a muchos psiquiatras y especialistas para que me examinaran.
–¿Y qué te dijeron?
Ella dudó un momento y le sonrió.
–No parece que vayas a salir corriendo.
–No sería muy aconsejable, estando en un avión.
Gracias a Dios, consiguió que se echara a reír. Y su risa lo excitó tanto como el suave tacto de sus manos. Todo en ella lo excitaba, pero no se permitiría que el deseo lo distrajera. Los ojos de Lauren le decían que en esos momentos necesitaba otra cosa, y él estaba dispuesto a dárselo.
–Lauren…. –midió sus palabras con el mismo cuidado que si estuviera negociando un trato multimillonario–, he trabajado contigo durante más de un año y no he visto nada fuera de lo normal. Puede que no sea psiquiatra, pero te conozco lo bastante para saber que, si tuvieras algún problema, harías todo lo posible para solucionarlo.
Vio que ella tragaba saliva y que intentaba contener las lágrimas.
–Te lo agradezco, y yo también intento creérmelo. Peo cuando la gente se entera de la enfermedad de mi madre me siento como si me mirasen de otra manera, como si no tomaran en serio mis sentimientos porque…
–Eh… –le agarró la mano, incapaz de resistir el impulso de tocarla–, yo te tomo en serio.
Y lo decía de verdad, tanto personal como profesionalmente. Confiaba en el buen juicio de Lauren, y tras un año tratando con ella podía dar