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E-Pack Se anuncia un romance abril 2021


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has sido buena con el dinero, querida.

      Lauren se mordió el labio hasta casi hacerlo sangrar, pero el comentario le hacía aún más daño que los dientes.

      –¿Recuerdas cuando te gastaste todos tus ahorros en aquel reloj? –siguió su madre.

      –Mamá… –sabía que era absurdo discutir con su madre, pero no podía evitarlo–, estaba en tercer grado. Mis ahorros cabían en una hucha.

      La voz de su madre se quebró en un sollozo.

      –Claro… ¿Quién soy yo para hablar? Sólo me preocupo por ti –volvió a sollozar–. No es necesario que me ataques de esa manera. Eres igual que tu padre. Siempre criticando todo lo que hago…

      –Mamá, lo siento…

      –Sí, bueno. Al menos tengo un sitio al que ir para aliviarme del estrés. ¿Te he hablado de mi nueva casa de vacaciones?

      Lauren cerró los ojos. Ni siquiera era la hora de comer y ya estaba al límite de sus fuerzas. Los cambios de humor de su madre no eran nada nuevo, pero siempre la dejaban exhausta. Se limitó a escuchar y tatarear en voz baja mientras su madre le contaba los detalles del lugar perfecto para evadirse y descansar.

      En el caso de su madre, el lugar perfecto suponía necesariamente un lugar nuevo, ya que se había enemistado con todo el mundo en sus anteriores retiros. Lauren había presenciado lo mismo en incontables ocasiones.

      Mientras escuchaba a medias a su madre, sus ojos se posaron en el estuche de terciopelo.

      Jason le había sido de gran ayuda con su madre, así como con sus problemas económicos. Era muy atento y se preocupaba de saber lo que ella necesitaba realmente, hasta el punto de llevarle flores a la oficina y el desayuno a la cama. Su interés por comprometerse tal vez obedeciera a un motivo más frío y calculado, pero ¿qué tenía ella que perder por llevar el anillo? Con el simple hecho de deslizarse el diamante en el dedo lo estaría ayudando a conservar su empleo, lo que supondría un futuro más seguro para el bebé. Además, él ya estaba haciendo todo lo posible por ayudarla a salvar su empresa.

      Agarró el estuche de la mesita y lo abrió. El anillo destellaba tentadoramente desde su lecho de terciopelo.

      Sólo era una mera formalidad. Estaba allí, en su casa, embarazada de su hijo. ¿Qué importaba que llevase el anillo?

      Con el teléfono sujeto bajo la barbilla, se puso el anillo y apretó el puño. Sabía que estaba haciendo lo correcto, pero la idea de quedarse allí sentada todo el día, mirando el anillo y asaltada por las dudas, le revolvió el estómago de tal manera que estuvo a punto de vomitar la tostada.

      Jason quería que todo el mundo en su oficina supiera lo de su compromiso cuanto antes, y aun así le había dado tiempo para que ella se lo pensara. ¿Por qué esperar más? Podía conocer a sus compañeros de trabajo y sorprender a Jason con una invitación para comer y hablar del futuro del bebé.

      Habiendo tomado la decisión, se levantó de la cama.

      –Mamá, me ha encantado hablar contigo, pero tengo una cita para comer a la que no puedo faltar.

      Desde el taxi, Lauren observó los imponentes edificios blancos del distrito comercial de Union Square. En algún lugar de aquella jungla de cemento y palmeras se encontraban las oficinas de Maddox Communications. Antes de salir de casa de Jason había buscado en Internet información sobre la empresa. Al fin y al cabo, era una mujer de negocios y sabía cómo prepararse antes de adentrarse en territorio desconocido.

      James Maddox había fundado la empresa más de medio siglo atrás. Se casó con Carol Flynn y tuvieron dos hijos, Brock y Flynn, quienes también entraron en el negocio familiar. Cuando James murió, ocho años atrás, Brock tomó el timón de la empresa y su hermano se convirtió en el vicepresidente.

      Lauren intentaba leer todas las indicaciones, buscando Powell Street y el edificio conocido como The Maddox. Finalmente, el taxi se detuvo frente al edificio de siete plantas construido en 1910 al estilo Beaux Arts. Según explicaba el artículo que encontró en Internet, James salvó el edificio de la demolición y lo restauró por completo a finales de los años setenta. Como resultado, su precio era ahora diez veces mayor.

      Lauren le pagó al taxista y descendió del vehículo. Las puertas automáticas se abrieron con un suave zumbido. La planta baja albergaba el restaurante Iron Grille y algunos comercios al por menor. En el ascensor, leyó la placa informativa y comprobó que el segundo y tercer pisos estaban alquilados a otros negocios.

      Las plantas quinta y sexta albergaban las oficinas, y las instrucciones indicaban a los clientes y visitas que accedieran a las mismas por la planta sexta.

      Las puertas del ascensor se abrieron y salió a un vestíbulo amplio y opulento, de suelos de madera de roble y obras de arte en las paredes blancas. A ambos lados del gran mostrador, dos pantallas de plasma de setenta pulgadas mostraban videos y anuncios producidos por la misma empresa.

      Jason había conseguido entrar en Maddox Communications por méritos propios, sin recurrir a la riqueza e influencia de su familia. Lauren sabía muy bien lo difícil que podía ser independizarse de unos padres tan poderosos.

      –Bienvenida a Maddox Communications –la recibió la recepcionista con una sonrisa. Sus cortos cabellos castaños se agitaban con los alegres movimientos de su cabeza–. ¿En qué puedo ayudarla?

      Lauren leyó su nombre en la placa y le devolvió la sonrisa.

      –Hola, Shelby. He venido a ver a Jason Reagert. Me llamo Lauren Presley.

      –Muy bien, señorita, ¿le importa esperar ahí un momento? –le indicó los grandes sofás de cuero blanco.

      Lauren pasó nerviosamente el dedo pulgar sobre el anillo y Shelby la miró sin disimular su curiosidad. A Lauren le dio un vuelco el estómago. De repente ya no estaba tan segura de que aquello fuese una buena idea. ¿A qué estaba jugando? Su intención había sido demostrarle a Jason lo que valía, pero sólo estaba consiguiendo dar una imagen patética.

      Se encogió por dentro y se cubrió el vientre con el bolso. Tal vez aún estuviera a tiempo de marcharse sin llamar más la atención.

      Pero entonces vio una sombra en el pasillo y dudó. ¿Sería Jason que venía a recibirla? ¿Tan pronto?

      Un hombre delgado y moreno, de unos cuarenta años y expresión severa, entró en la recepción. Se detuvo en el mostrador y le entregó una nota a Shelby mientras le hablaba en voz baja.

      Lauren se preparó para salir de allí.

      Shelby le susurró algo al hombre y señaló a Lauren. El hombre se irguió y se dirigió directamente hacia ella.

      –Hola –la saludó, ofreciéndole la mano–. Soy Brock Maddox.

      El director general. El jefazo de Jason.

      –Me han dicho que ha venido a ver a nuestro chico de oro.

      Ella le estrechó la mano.

      –Lauren Presley. Soy amiga de Jason. Y también soy diseñadora gráfica. Jason y yo trabajamos juntos hasta hace unos meses en un par de proyectos en Nueva York.

      Él bajó fugazmente la mirada a su vientre. ¿Tan evidente resultaba su embarazo? Por desgracia, eso parecía.

      –¿Ha venido a San Francisco por trabajo o por placer?

      –Por ambas cosas. Shelby iba a avisar a Jason de que estoy aquí.

      –Venga conmigo. Puede darle una sorpresa –le hizo un gesto para que la siguiera y echó a andar por las oficinas.

      A Lauren no le quedaba más remedio que llegar hasta el final e intentó sofocar los nervios al detenerse frente a una puerta con una placa: Jason Reagert.

      Respiró hondo y abrió, pero se detuvo en seco antes de entrar. Jason estaba de pie de espaldas a ella… con una mujer. Una mujer pelirroja y despampanante, que le sonreía mientras le posaba íntimamente la