Группа авторов

Autorretrato de un idioma


Скачать книгу

      Mariela Oroño es profesora adjunta del Departamento de Psico- y Sociolingüística de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República (Uruguay) e investigadora Nivel Iniciación del Sistema Nacional de Investigadores (ANII).

      María Florencia Rizzo es investigadora del CONICET (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas) con sede en el Centro de Estudios del Lenguaje en Sociedad (CELES-LICH) de la Universidad Nacional de San Martín, institución donde también se desempeña como docente de grado. Además, dicta clases de posgrado en la Universidad de Buenos Aires.

      Pablo Rocca es Profesor titular de Literatura Uruguaya (Departamento de Literaturas Uruguaya y Latinoamericana) en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República (Uruguay), donde enseña, además, Literatura Brasileña y dicta cursos de posgrado.

      Susana Rodríguez Barcia es docente e investigadora en las áreas de Lexicografía, Análisis del Discurso y Estudios de género en el Departamento de Lengua Española de la Universidade de Vigo (Galicia, España).

      Darío Rojas es académico del Departamento de Lingüística de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile.

      Donald N. Tuten es profesor de Español y Lingüística en la Universidad Emory en Atlanta (Estados Unidos). Se especializa en la Sociolingüística Histórica del Español, especialmente en su etapa medieval. Autor de Koineization in Medieval Spanish (2003).

      Juan R. Valdez es investigador independiente en las áreas de Lingüística y Culturas Caribeñas y Latinoamericanas. Dicta clases de español y literatura en Impact Academy en Oakland (California).

      Aurélie Vialette es docente e investigadora en Estudios Ibéricos en la Universidad de Stony Brook en Nueva York.

      Laura Villa es profesora de Español y Lingüística en Queens College de la Universidad Pública de Nueva York (CUNY).

      Pablo von Stecher es investigador del CONICET (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas) con sede de trabajo en el Instituto de Lingüística de la Universidad de Buenos Aires. Dicta clases en la Universidad de Buenos Aires.

       Autorretrato de un idioma: metalenguaje, glotopolítica e historia

       José del Valle, Daniela Lauria, Mariela Oroño y Darío Rojas

      El metalenguaje

      La teoría estructuralista del lenguaje se sostiene sobre la premisa de que la función primaria de las lenguas es la comunicativa. Desde tal perspectiva, la comunicación verbal es posible porque el sistema gramatical y el repertorio léxico de un idioma son herramientas con las que los seres humanos representan la realidad y sus experiencias individuales. Es la aplicación de esta propiedad instrumental de las lenguas en la vida social lo que da lugar a la emergencia y mantenimiento de patrones estructurales y signos compartidos (i.e. de una lengua), y por ende la transmisión intersubjetiva de ideas. Dicho de manera concisa, esta versión de la lingüística se propone explicar el cumplimiento de la función comunicativa, y lo hace a partir de la teorización de la lengua como código integrado por un sistema gramatical y un léxico.

      La visión del lenguaje y las lenguas que adoptamos al concebir este proyecto es, sin embargo, otra. Aunque la expondremos brevemente en la siguiente sección, adelantaremos, por ahora, que desde el propio marco estructuralista se ha reconocido que las prácticas verbales responden, más allá de su utilidad comunicativo-referencial, a una multiplicidad de necesidades. Roman Jakobson, por ejemplo, les atribuyó funciones adicionales tales como expresar nuestro estado de ánimo (función emotiva o expresiva), llamar la atención de quienes participan en el acto comunicativo (función conativa o apelativa), definir el marco y condiciones de la interacción (función fática) o suscitar reacciones emocionales (función poética o estética).

      La función que resulta central para el abordaje histórico de la lengua española que hacemos en este libro es la que se denomina metalingüística, es decir, la capacidad del lenguaje para proyectar sobre sí mismo su poder referencial. Es evidente que no solo hablamos, escribimos y señamos, sino que lo hacemos con frecuencia sobre el mismo hablar, escribir y señar.1 Quienes somos lingüistas hacemos de ello nuestro trabajo y creamos con tal motivo una terminología especializada (e.g. sustantivo, sintagma, cláusula, ergatividad, claves de contextualización, inferencia, diglosia, ideologías lingüísticas). Pero también activan el metalenguaje, pongamos por caso, quienes corrigen y editan textos para una editorial; quienes postean en las redes sociales juicios sobre lo bien o lo mal que habla un político; los padres y madres que velan por que sus descendientes aprendan a hablar «bien»; quienes debaten si las nuevas tecnologías de la comunicación limitan o no el poder de las lenguas; y quienes discuten (con mucha intensidad, por cierto, en el tiempo en que se redactan estas líneas) la conveniencia de introducir normativas feministas y no binarias en la estandarización de las lenguas. En todos estos ejemplos, alguien usa el lenguaje para referirse al lenguaje.

      La centralidad del metalenguaje queda al descubierto al constatar que, en toda comunidad humana, a distintas formas lingüísticas (ya sean conceptualizadas como lenguas, dialectos, sociolectos, acentos, registros, palabras o entonaciones) se les atribuyen valores diferentes y son consideradas mejores o peores, más propias o impropias, más elegantes o groseras, etcétera, según la situación y el contexto de uso e incluso según el tipo de relación que exista entre los interlocutores. Es decir, el funcionamiento de una determinada forma lingüística está sujeto no solo a su relación con otras formas (gramaticalidad) y su capacidad para remitir a hechos y experiencias sociales (referencialidad), sino también a la valoración que de ella hagan quienes participan en los actos de interacción verbal concretos en que hace su aparición. Esta dinámica glotosocial y la operación conjunta del metalenguaje y de la llamada indicialización (palabra ligada a «índice» e «indicio») o indexicalización (adaptación de «indexicalization») dan lugar al establecimiento de patrones de asociación entre formas lingüísticas y categorías sociales. Ya definimos el metalenguaje como la propiedad que le permite proyectar sobre sí mismo su poder referencial. La indicialización, por su parte, es el proceso en virtud del cual, aprovechando el metalenguaje, se establecen vínculos entre formas lingüísticas y categorías nacionales, regionales, sociales, psicológicas, étnicas, de género, de educación, de inteligencia, etcétera. Estas asociaciones llegan a automatizarse hasta el punto de ser consideradas naturales. Pero el hecho es que no lo son, sino que se negocian, se fijan y se disputan precisamente en la vida social y por medio de constantes acciones y microacciones metalingüísticas en las que se afirma, por ejemplo, que hablar así es de «gente de campo», escribir así es de «ignorantes», hablar de la otra manera es «afeminado», escribir de tal forma es de «pedantes». En suma, entender el funcionamiento del lenguaje pasa por el análisis de los contextos en los que se forja la relación entre formas lingüísticas, experiencias y categorías sociales; y el metalenguaje resulta central para llevar a cabo tal análisis.2

      La glotopolítica

      Habrá quedado claro hasta aquí que nuestra concepción de la lingüística prioriza la explicación de la interacción verbal (en contraste con la preferencia estructuralista por la comunicación) y lo hace a partir de una teorización dialógica del lenguaje (contraria al aislamiento del sistema gramatical con respecto a las prácticas lingüísticas, propio también de la corriente hegemónica de la lingüística moderna). Ya adelantamos el valor de los conceptos de metalenguaje e indicialización para entender que las formas lingüísticas se constituyen siempre e inevitablemente en relación con prácticas y categorías sociales. Desde esta concepción mutuamente constitutiva de la interacción verbal y las prácticas sociales, resulta evidente que, cuando los seres humanos hablan, insertan sus enunciados en un universo social y obtienen respuestas o reacciones en función no solo del valor referencial de lo dicho, sino también de su valor indicial. El sentido depende, en definitiva, del enunciado mismo tanto