mucho odio acumulado, que se expresó en términos de nación, de etnia y de raza, y los judíos recibieron toda la furia vengativa no solo de quienes habían padecido la dominación, sino también de quienes la habían ejercido.
En un sistema de producción agrario latifundista, en el que la clase dominante desprecia el comercio, en el que sus vasallos, sus dependientes, sus mandamases, sus administradores ocupan el empleo público y los puestos de la burocracia estatal, alguien debe encargarse de la fabricación de objetos, de su distribución y de su venta. Los judíos cumplieron ese rol de intermediación, impedidos que estaban, en su mayoría, de poseer tierras, incluso fueron expulsados de las zonas agrarias, inhibidos de ejercer oficios considerados nobles o dignos, establecieron comercios mayoristas, recorrieron caminos con sus mercaderías, y también los grandes propietarios y los delegados de la burocracia imperial les encomendaron la diabólica tarea de cobrar impuestos y deudas.
La franja más rica de los judíos, además, acumulaba dinero y oficiaba de prestamista a quienes estaban endeudados o en apuros. A veces, lo hacía con pequeñas sumas al por menor y, otras, ya constituidos en bancos, para financiar al poder imperial. Había una historia de los llamados judíos de la corte.
Y, por supuesto, cobraban interés.
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