autónoma no pasa de dos siglos y un poco.
Lamento no considerar, en este período, la fase precolombina porque no corresponde a nuestra historia, sino, en última instancia, a la historia del continente americano. Lo lamento por quienes sostienen que la Conquista sepulta una historia en lugar de iniciar otra. Tampoco me interesa incorporar a los supuestos vikingos o a los que caminaron por el estrecho de Bering para poblar por primera vez las Américas.
Me referiré, entonces, a la historia que nos sopla en la nuca —para usar un giro idiomático conocido— y nos incorporó al mundo moderno.
Para un rumano, doscientos años no son nada y mucho. Cuando a los rumanos se les ocurrió lanzar las líneas al pasado para definir el momento en que nacieron rumanos, el carretel comenzó a girar de un modo alocado y solo se detuvo en tiempos de… Heráclito, hace dos mil quinientos años.
Los rumanos dicen ser una isla latina en un mar de eslavos. Lo mismo que los argentinos, que nos considerábamos una isla europea en medio de una América indígena.
Los rumanos se consideran un Estado aborigen de la antigüedad, y los criollos, un Estado europeo de la modernidad.
Agrego un asunto que nos emparenta: nuestras capitales, Bucarest y Buenos Aires. Las dos fueron rebautizadas como las Parises de su región. Nunca fui a Bucarest, pero vi imágenes y me pareció parecida a… Buenos Aires, no a París. Tiene un aire nuestro, un color gris atenuado, una profusa arboleda, un desorden urbanístico dividido por medianeras sucias, avenidas y anchas calles, buenos parques, cafés y confiterías, y pobreza marginal que se les mete por dentro. Y perros, muchos perros, con la salvedad de que la city porteña está poblada por mascotas, la burguesía canina, y Bucarest tiene épocas en las que está invadida por perros vagabundos.
Hay que aclarar que Buenos Aires es más rica que Bucarest, y el agro argentino le saca ventaja al rumano, y que hay más rumanos que argentinos que viven en containers en Europa.
Ellos tienen a Drácula, y nosotros, a Patoruzú; a gitanos, y nosotros, barras bravas; nos eliminaron del Mundial de 1994, y no sigo.
Insisto en este tema de las identificaciones. Me doy cuenta de que soy más argentino que rumano. Es común entre adoptados el de ser un agradecido por padres putativos mientras los naturales tienen el privilegio de quejarse por todo lo que no recibieron.
A nosotros, los adoptados, nos eligen; a los nativos, como a toda familia, se la tiene.
Lo curioso es que, si bien es cierto que los rumanos buscan su identidad en tiempos neolíticos, en eras casi arcaicas, la realidad es que se han constituido como Estado-nación en épocas recientes, no más de ciento cincuenta años. Y, como si el destino nos uniera, coincide en el tiempo con la formación del Estado-nación argentino durante la presidencia de Avellaneda.
Pero los rumanos tienen genética, una abundante genealogía; a una doliente mediocridad presente la compensan con una gloriosa existencia remota.
Rumania dice ser una prolongación de Dacia. Los dacios son, en realidad, getadacios, que, a su vez, son una rama de los tracios. En el 70 a. C., viven una época auspiciosa, de gran desarrollo, bajo el prohombre Burebista, quien preparó la venida de nuestro héroe, el rey Decébalo.
Treinta años después, la Dacia es conquistada por los romanos. Una fecha dichosa porque es la que dio el sello de la latinidad. Un período de más de siglo y medio bajo el gran imperio civilizatorio que permite que la lengua rumana se considere a sí misma una lengua latina, como el portugués, el francés, el castellano, el italiano, el gallego. La diferencia está en que es muy difícil entender a un rumano, casi imposible, porque fue adquiriendo modismos y palabras de lenguas eslavas o de otra índole, sin descartar que se le haya metido un inesperado vocablo en yiddish.
Entre el 271 y el 275 d. C., se retira la administración romana. En aquel momento, comienza una decadencia debido a la irrupción de pueblos migratorios “con un nivel inferior de evolución”, dicen los manuales.
Esta decadencia durará mil seiscientos cuarenta y cuatro años. Un período que atraviesa el fin de la Antigüedad, la alta y baja Edad Media, el Renacimiento, la Reforma, la Modernidad temprana, la Revolución Industrial, hasta la Primera Guerra Mundial.
La nación rumana recién adquiere dignidad ante el concierto de las naciones en 1919. Luego deberá padecer las afrentas de los nazis, que la sojuzgan con chantajes y amenazas, y la obligan a ser su aliada en la Segunda Guerra, y, una vez recuperada la dignidad después de la derrota del Eje y el suicidio del Führer, debe otra vez soportar el martirio de estar bajo las botas del stalinismo del dictador Gheorghiu, y, para colmo de males, las del cruel y sádico Ceaușescu con su nacionalcomunismo.
No debe haber nación en el mundo que haya pasado o hayan pisado tanto y durante tanto tiempo.
Rumania, me adelanto con una síntesis de su historia, fue ocupada e invadida por húngaros, turcos, rusos, alemanes y, no hay que olvidar, por los peores de todos, los judíos.
El libro El terror Horthysta-fascista en el Noroeste de Rumania (sept. de 1940-oct. de 1944) se publicó durante los últimos años del régimen de Ceaușescu y está dedicado al gran camarada. Abunda en citas del Jefe; se le agradece salvar y proteger a la patria, tres años antes de ser fusilado por sus eternos devotos.
El texto tiene un único propósito: denunciar la invasión húngara de Transilvania, felizmente recuperada después del Tratado de Trianón, finalizada la Primera Guerra Mundial, por obra y gracia de las grandes potencias y por el desmembramiento del Imperio austrohúngaro.
Puede llamar la atención que, una vez, como dicen los rumanos, recuperada Transilvania, sigan con la avanzada reivindicatoria cuando, en realidad, les tocaba a los húngaros seguir con la queja por haber sido ellos, en aquella ocasión, quienes perdieron el territorio.
De hecho, rumanos y húngaros se tiran pestes desde siempre. Esta vez, el propósito del libro no es tanto una denuncia amortizada por la historia, sino exculparse por lo que pudiera decirse de la matanza de casi doscientos mil judíos de Transilvania.
La culpa la tienen los húngaros, dicen los rumanos, en lo que tienen razón, porque Hitler, que no olvidaba que los rumanos habían estado en la primera contienda de parte del enemigo de Alemania, devuelve el territorio a los húngaros en los inicios de la Segunda Guerra Mundial.
En estas cuestiones, observamos una diferencia entre la historia rumana y la argentina. A los rumanos los pisotearon mucho más que a nosotros, si me ubico del lado argentino; y los argentinos han tenido una vida bastante dulce, si me hago el rumano. Ahora, si soy judío, debo confesar que, en la Argentina, el antisemitismo no pasa del soplo de una brisa comparado con el huracán rumano.
Sin embargo, los rumanos dicen que no fueron ellos, que la culpa la tienen los húngaros, quienes dicen tener pruebas de que ellos no fueron, que todo fue obra de los alemanes. Estos no se quedan atrás en su inocencia y han sostenido que la culpa la tuvo el Tratado de Versalles y las potencias anglofrancesas, que, al ver que Alemania se convertía en un gran poder europeo que amenazaba los imperios coloniales de Inglaterra y Francia, desencadenaron la Primera Guerra e hicieron posible que emergiera de las trincheras el nacionalsocialismo.
Mientras ocurría esta partida de póker entre contendientes asesinos, los argentinos elegían a Irigoyen; ubicaban en los suburbios a los cientos de miles de napolitanos, calabreses, gallegos y vascos, además de judíos; hablaban cocoliche y no hacían más que alguno que otro pequeño pogromo por el barrio del Once, una idea de un señor apellidado Carlés, muy querido por toda la dirigencia nacional, que, en Rumania, no hubiera pasado de ser algo así como otro antisemita más con vocación criminal.
Entre los siglos VIII y IX, se establecieron formaciones políticas rumanas, las Vaidovías, en las que los vaidovas, nobles que podían ser duques, dominaban el territorio de Transilvania. Pero, a partir del siglo X, cuadrillas de reyes húngaros se infiltran en Transilvania para extender la autoridad político-administrativa hacia finales de los siglos XIII y XIV.
Mientras los húngaros ocupaban la Transilvania de los vaidovas, haciendo ingresar