Roy Hora

La moneda en el aire


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sumado a la intensidad creciente del discurso del Tercer Movimiento Histórico, me llevan a pensar que Alfonsín estaba trabajando para proyectar su liderazgo más allá del fin de su mandato. No quiero decir para una reforma constitucional que le abriera el camino a la reelección, pero sí para una que lo situara en una posición de poder en un régimen de presidencialismo atenuado. Eso le agregó dificultades a la marcha de la economía. Quiero decir, dificultades adicionales a las que provenían del frente externo.

       RH: Si nos ponemos en los zapatos del Alfonsín de 1986, esa ambición resulta comprensible. Los resultados de las elecciones de noviembre de 1985 confirmaron que la sorpresa de octubre de 1983 no había sido un episodio aislado. También contaba el triunfo en el plebiscito por el Beagle, de fines de 1984, en el que el grueso del peronismo había sufrido una derrota humillante. Tres victorias seguidas parecían indicar que la mayoría electoral peronista ya no era tal. El gobierno tenía ante sus ojos un horizonte político muy prometedor, en verdad inédito para un partido no peronista. Pero para terminar de consolidarse necesitaba ampliar su coalición hacia los sectores trabajadores, que seguían constituyendo un electorado esquivo para la propuesta radical, y sobre todo, fracturar al sindicalismo, que se había abroquelado para resistir el avance radical y que desde el comienzo complicó mucho al gobierno. No sorprende que Alfonsín estuviera decidido a explotar esa oportunidad, aun cuando tuviera que pagar costos muy altos en otros frentes.

      PG: Después de ganar las elecciones de noviembre de 1985, en gran medida gracias al éxito inicial del Plan Austral, Alfonsín creó el Consejo para la Consolidación de la Democracia. Fue en diciembre, y reunió figuras de las más diversas procedencias políticas. Uno de los temas principales de la agenda fue la democracia parlamentaria. Alfonsín alumbró la idea de un jefe de Gabinete como conductor del gobierno. Quizá pensó que, una vez que triunfara en las siguientes elecciones intermedias, las de 1987, se abrirían las puertas para una reforma constitucional en esa línea y se pensó a sí mismo como jefe de Gabinete hasta tanto pudiera ser nuevamente reelecto en los términos fijados por la antigua Constitución. La amenaza latente y cotidiana de un golpe militar y la valoración negativa que hacía Alfonsín del peronismo conduciendo el proceso de construcción democrática alimentaban esa convicción de que solo habría democracia si se prolongaba su liderazgo al frente del Poder Ejecutivo, una vez como presidente, otra vez como jefe de Gabinete, y así en lo sucesivo, mientras la biología se lo permitiera. Si para ello había que sacrificar la disciplina económica, pagaría ese costo, porque la prioridad era la consolidación de la democracia. A comienzos de 1987, en Economía se percibía esta demanda: “No me molesten con la calidad técnica del plan de estabilización, quiero un plan de estabilización que me permita ganar la elección”, era el mensaje tácito. Luego de que la nueva victoria electoral tuviese lugar, se lanzaría la idea de la reforma de la Constitución.

       RH: Y cien años de democracia… radical. El nuevo régimen político democrático como creación alfonsinista: el Tercer Movimiento Histórico, la síntesis y superación de los legados de Yrigoyen y Perón. El entusiasmo de los radicales entonces era grande. Y animó el sueño de eternizarse en el poder, esa aspiración que también tentó a otros proyectos que se querían fundacionales, siempre en nombre de las grandes ideas del momento: el imperio de la voluntad ciudadana con Yrigoyen, el país de la justicia social con Perón, más recientemente el movimiento de la reparación social con los Kirchner. En algunos aspectos, por tanto, su formulación era menos rupturista de lo que el propio Alfonsín quizá creía: una de sus premisas era que la vigencia de la democracia pluralista no podía asegurarse sin él. Esta idea reactualizaba rasgos centrales de nuestra tradición política, como el personalismo y cierta hostilidad al pluralismo político.

      PG: Visto desde hoy, digo: desde el comienzo de la democracia, todos –es decir, Alfonsín, Menem y los Kirchner– tuvieron su “vamos por todo”. Y no es una crítica. Cualquier político, desde Cornelio Saavedra, ha tenido su “vamos por todo”. Alfonsín estaba convencido de que el peronismo no podía gobernar la transición democrática, pese a que Cafiero pronto apareció como un candidato capaz de asegurar la renovación democrática de su partido. Que yo sepa, Alfonsín nunca verbalizó esta visión sobre su liderazgo. Pero creo que la aspiración a ser reelegido o alguna otra forma de prolongación en el poder estuvo presente en él todo el tiempo.

       RH: Al margen de las duras restricciones externas, imposibles de ignorar o subestimar, tu visión es que la ambición política de Alfonsín erosionó la disciplina fiscal necesaria para asegurar el éxito del programa de estabilización.

      PG: En parte. Para ser honesto, no sé cuánto mejor hubiera marchado la economía sin ese ingrediente político. Pero no puedo dejar de tomar en cuenta que, de todos los países latinoamericanos que soportaron la crisis de la deuda en los años ochenta, la Argentina fue el que peor la pasó. Y esto no tiene nada que ver con lo que hizo Sourrouille. Alguien podría decir que poner toda la culpa sobre Alfonsín es no ver las características de la sociedad argentina, muy difícil de gobernar y mucho más difícil de reformar. Creo que algo de esto hay, pero poner todo el problema allí es escapismo si el que conduce dice: “Yo soy el único que puede hacer esto, y para conseguir la reelección o la reforma constitucional a veces tengo que aflojar la disciplina económica”. José Luis Machinea le advirtió muchas veces a Alfonsín, y además lo escribió (“Debimos haber defendido más la disciplina fiscal”). Por eso me hago estas preguntas. De todas maneras no sé si todos los miembros de aquel equipo económico piensan lo mismo.

       RH: Artífice primero de la transformación del radicalismo, luego figura central en la definición del rumbo de la transición democrática, más tarde promotor del Juicio a las Juntas y de la afirmación del Estado de derecho: no es difícil ver por qué Alfonsín pensaba que no habría consolidación democrática sin su liderazgo.

      PG: Sí, y además es comprensible que un hombre hostigado, en circunstancias de mucha incertidumbre, no sabiendo si al día siguiente se despertaba con un militar apuntándole con un revólver en la cabeza, piense: “No puede haber otra conducción que no sea yo”. Pero tengo la impresión de que el desenvolvimiento de la economía podría haber sido algo mejor si el objetivo político no hubiera chocado a veces con la idea de llegar ordenadamente hasta el final. Un indicio es que ese plan de febrero de 1987 que mencioné, un plan improvisado, solo tenía sentido si el objetivo era ganar a toda costa las elecciones de septiembre de ese año. Ganar las elecciones es un objetivo legítimo, pero el precio a pagar fue muy elevado, y finalmente significó un alto costo político. Y cuando a fines de marzo Alderete entró al gobierno, se pagó un costo todavía mayor. El gobierno hizo concesiones importantes, estructurales, a cambio de la promesa implícita de que el movimiento obrero peronista, o parte de él, lo iba a acompañar. Pero pocos días antes de las elecciones de 1987 los sindicalistas dijeron “Buenas noches”, y salieron del gobierno. En mi opinión, fue un error de cálculo de Alfonsín.

       RH: Recién decías que, desde muy temprano, Machinea comenzó a llamar la atención sobre las iniciativas que deterioraron la disciplina necesaria para sostener el programa antiinflacionario. Pero no mencionaste a otros altos funcionarios del equipo económico.

      PG: Lo de Machinea era la voz de alguna gente del Ministerio de Economía. No estoy seguro que de todos.

       RH: Después de la derrota electoral de 1987, el proyecto de continuar en el poder se evaporó. Giremos la atención hacia ese momento, el del deterioro, y luego el derrumbe, del gobierno de Alfonsín. ¿Qué sucedió en el Ministerio de Economía después de las elecciones?

      PG: A poco de pasadas esas elecciones anunciamos un tercer plan económico, en parte para corregir las inconsistencias del segundo. Duró poco. Los actores económicos ya descontaban lo que iba a pasar, por lo que el efecto buscado se esterilizaba rápido. Por ejemplo, antes de sentarse a la mesa a firmar un acuerdo de precios, los empresarios ya los habían aumentado.

       RH: Para entonces, ya electo gobernador de Buenos Aires, Antonio Cafiero se había convertido en la figura dominante de un peronismo no solo victorioso sino también renovado. Se probaba el traje de presidente y quería una transición lo más ordenada