Xavier Musquera

El secreto del pergamino


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visto entre los grabados algunos que me llamaron la atención. Se trata de octógonos y del numero ocho. Es una constante que aparece de vez en cuando pero de manera reiterativa. Este hecho tenía que ser importante para la Orden o por lo menos a mí me lo parece.

      —Por mi parte creo haber encontrado algo que puede ser significativo. Ved esto —cogió lápiz y papel de encima de la mesa y empezó a anotar. De súbito, Yves, llevándose las manos a la cabeza de forma teatral exclamó—. ¡No, no, más numeritos no, por favor, todavía me duele la cabeza del otro día!

      —Vamos, ven y siéntate —indicó Corinne sonriéndole.

      —Mirad esto. Tenemos un hexagrama, es decir, una estrella de seis puntas en la que en cada extremo, o sea en sus vértices, hay un número o una cantidad. Si los unimos diagonalmente obtendremos un grupo formado por dos números simples, dos dobles y de nuevo dos simples que, sumándolos, nos dan el número 8. Si añadimos a dicho número la cantidad de puntas de la estrella formada por 6, tendremos 8 + 6 = 14. Pero… si reducimos ese número, el 14, obtendremos 5, es decir PENTA, PENTALFA, PENTAKEL.

      —¡Dios Santo! —exclamó Yves abriendo los ojos como platos.

      —¡Es cierto! —añadió ella.

      —Pues todavía no he terminado. ¿Recordáis que os dije que los alquimistas representaban a los cuatro elementos a base de dos triángulos, uno con el vértice hacia arriba y el otro hacia abajo y que, además, otros dos triángulos completaban los cuatro elementos portando un trazo horizontal cada uno de ellos?

      —Sí, sí, lo recuerdo —dijo Yves.

      —Yo también me acuerdo —añadió ella.

      —Pues bien, mirad con atención lo que voy a dibujar ahora —Paul empezó dibujando la estrella de seis puntas a la que le añadió dos trazos horizontales que partían a los dos triángulos que formaban la estrella—. ¿Queréis contar ahora cuantas líneas o trazos hay en total en el dibujo?

      Sus amigos observaron como hipnotizados el dibujo de Paul y empezaron a contar.

      —¡OCHO! —exclamó Corinne.

      —Efectivamente, el famoso número que va apareciendo como si alguien o algo estuviera insistiendo en ello, ¿no os parece?

      —Resulta curioso, parece como si existiera una estrecha relación entre todo ello —añadió Yves.

      —Cuenta —propuso ella.

      —Se dice que las capillas iniciáticas de los monjes guerreros tenían forma octogonal. Igual que el templo de Perceval, uno de los caballeros del ciclo Ártúrico. Es el lugar donde se equilibran los opuestos, la forma en la que la Divinidad sostiene al mundo, una especie de Ying-Yang. Uniendo los ocho ángulos de las ocho caras que forman el octógono, se obtiene la famosa cruz paté o pateada, de la Orden, que va estrechándose a medida que llega al centro, en el que se halla el noveno punto invisible.

      —¿Un punto invisible? —preguntó Yves, cada vez más interesado.

      —Sí, los ocho de su trazado y el punto invisible del que equidistan los ocho. Sin este punto no existiría la unidad de la construcción. En realidad se trata de 8 + 1 = 9. Octogonal o circular, ese tipo de edificios simboliza el centro del mundo, un Axis Mundi que en ocasiones se halla representado por una columna central, manifestación material y visible de ese centro o punto invisible. Podemos encontrar ese tipo de construcciones en Londres, París e incluso en España. Construidas en torno a esta columna central, se edificaba encima de ellas la llamada Linterna de los Muertos, lugar de recogimiento y meditación para el neófito, donde moría simbólicamente; muerte figurada para renacer, después de la iniciación, a un nuevo estado del ser, convirtiéndose en un hombre nuevo. En el Templo de Jerusalén existe una caverna, la Seyiqqah que también se encuentra bajo un edificio octogonal en el que estuvo el primer templo que dio nombre a la Orden. En definitiva, se trata de una cámara secreta iniciática.

      Mientras, en la calle y desde el portal del edificio que daba frente al domicilio de Yves, una sombra se guarecía de la fina llovizna. De vez en cuando se veía la pequeña luz rojiza de un cigarrillo y el humo que pronto se disipaba a causa de las ráfagas de viento de la fría noche. Ojos que escrutaban la luz que dejaban traslucir los visillos de la ventana en la que estaban reunidos.

      —Así que ahora podemos decir y sin temor a equivocarnos, que la clave está en el 8 y el 9, y a partir de aquí… ¡carretera y manta! —exclamó Yves levantándose y llevándose las manos a la cabeza.

      —Pues… más o menos —replicó Paul sonriendo y mirando las cómicas evoluciones de su amigo por el salón.

      —Estaba pensando que cabe la posibilidad de que existan otros documentos. Otros manuscritos que amplíen esa información. Tal vez el pergamino que encontré sólo sea un mínima parte de toda una serie, no sé… —comentó Corinne.

      —Pudiera ser, pero sería demasiada casualidad. Caso de existir, se encontrarían en otros archivos. Además, existen centenares de ellos por toda Europa. Hay que conformarse con lo que tenemos y a partir de aquí, hacer todo aquello que esté en nuestras manos y poco más.

      —¡Oye Corinne!, ¿no pretenderás prender fuego a pergaminolandia, eh? —intervino Yves, moviendo los dedos a imitación de llamas ascendentes.

      —No hombre, no, ¿acaso crees que volvería al archivo para poner bajo la luz todos y cada uno de sus documentos?

      —Te creo muy capaz. ¡Anda que no!

      —Podemos darnos por satisfechos —interrumpió Paul—. Hemos dado un gran paso. Tenemos unas claves muy interesantes que pueden abrir otras puertas…

      —Sería necesario que todos nos pusiéramos a estudiar e investigar todo lo referente a la Orden del Temple e ir anotando lo más sobresaliente y a la vez enigmático de su historia, ¿no os parece? Así podríamos más tarde reunir los datos, intentando llegar a alguna conclusión —comentó Corinne, haciendo caso omiso a las payasadas de su amigo.

      Yves volvió a sentarse y se dirigió esta vez seriamente a sus compañeros.

      —Buscaré el tiempo necesario para encontrar material que pueda sernos útil.

      —De todas maneras tendremos un problema, un grave problema… —aseveró Paul.

      —¿Cuál? —preguntó ella.

      —Lamentablemente existen cientos de obras sobre los templarios que son simples especulaciones sin fundamento, fantasías de autores de historia ficción que se dedican de vez en cuando a tocar el tema, incluso bajo seudónimo. No será fácil distinguir lo puramente especulativo y gratuito, de lo hipotético y con fundamento. Encontrar bases consistentes en las que apoyarse no es moneda corriente. La mayoría de títulos son refritos y copias unos de otros que, sin aportar nada nuevo, cuentan siempre lo mismo. Tenemos mucho trabajo por delante.

      —Eso sucede con todo, no importa cual sea la especialidad o el tema elegido. No es algo exclusivo de la Historia —comentó Yves.

      —Además, hay que contar con otro hecho —intervino Corinne—. Tarde o temprano tendremos que enfrentarnos al supuesto tesoro del Temple. La imaginación vuela rauda apenas se pronuncia la palabra tesoro. Los caballeros templarios eran ricos, muy ricos, pero el hecho de que en sus encomiendas y asentamientos no se descubriera ningún objeto de valor a partir de su arresto y eliminación, dio pie a muchas suposiciones. Se cree que los dignatarios de la Orden, advertidos de la conspiración que se estaba tramando en contra de ellos, pusieron a buen recaudo la fortuna de su organización con anterioridad a aquel fatídico 13 de octubre de 1307.

      —A eso le llamo yo una auténtica clase