Xavier Musquera

El secreto del pergamino


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y soltó todo aquel rollo sobre los templarios me pasó por la cabeza que la cantidad de números destacados del documento era precisamente ocho. Eso es todo.

      —¿Y cuándo pensaste que dicho número podría tener algún sentido?

      —La noche que tomamos hectolitros de café y nos fumamos algunos cartones de tabaco. Al llegar a casa, a pesar de la hora y la fatiga, mi cabeza no dejaba de dar vueltas impidiéndome dormir hasta que di con ello.

      —¿Qué curioso, no?

      —Ciertamente, pues en tu casa este detalle me pasó por alto. Estábamos todos concentrados en otras cosas y medio adormilados.

      —Tal vez ésta sea otra clave por desentrañar, quién sabe…

      El silencio envolvió de nuevo al coche. Dentro de escasamente una hora y ya en la ciudad, cada cual se olvidaría por unos días del pergamino, de su contenido y de lo que empezaba a convertirse en una apasionante aventura.

      EPISODIO 5

      LA BÚSQUEDA

      Aquella semana se les presentaba algo movida. Además de las clases ordinarias, tenían que presentar una serie de trabajos en sus respectivas facultadas que puntuaban para obtener una calificación cuya validez era importante para la nota global de fin de curso. Los universitarios iban llegando poco a poco al Campus y ya empezaban a formarse pequeños grupos. Corinne vio cómo Yves le hacía señales ostensibles con la mano para saludarla desde lejos, mientras que Paul se estaba acercando por el lado contrario. Comentaron los apretados horarios y el escaso tiempo que les quedaba para tomarse un simple bocadillo.

      —¡Es la guerra! —comentó Yves.

      —¿Lleváis bien preparados los temas? —preguntó Paul, sonriendo ante el buen humor de su amigo.

      —Creo que sí —dijo Corinne, sonriendo a su vez.

      —¡Venceremos al enemigo! —acabó diciendo Yves, mientras levantaba su brazo derecho en alto, empuñando una invisible espada y lanzándose en loca carrera hacia las aulas.

      —¡Está loco! —exclamó la joven soltando una sonora carcajada.

      —Es un buen chico —replicó sonriente Paul—. No cabe duda. Tenemos suerte de tenerle como amigo.

      Al cabo de unas horas, las angustias habían pasado. Poco apoco los estudiantes iban saliendo lentamente olvidando los pasados nervios, una vez terminados sus trabajos. Unos aparecían sonrientes mientras que otros lo hacían cabizbajos e inseguros. Alguna que otra chica estallaba en llantos y era consolada por sus compañeras. Eran unos primeros ejemplos de la vida que les aguardaba. Lucha, esfuerzo, voluntad, esperanza y sueños. Amargura, desencanto, sufrimiento y tristeza. Eso estaba pensando Yves, sentado en las escaleras y pendiente de la salida de sus amigos, mientras tomaba una bebida carbónica que más tarde le produciría gases. Al poco rato apareció Paul, serio como de costumbre. Por su semblante era imposible conocer cómo se había desarrollado el examen. Una vez llegado a su altura, tomó la lata de refresco y le dio un pequeño sorbo.

      —¡Vamos, cuenta! ¿Qué tal te fue? Con esa cara de póker es imposible saberlo —añadió Yves.

      —¡Bieeeen! —exclamó su amigo sonriendo—. ¿Y a ti, qué tal?

      —¡Psé! —fue la respuesta de Yves—. Como siempre, ni bien ni mal sino todo lo contrario. ¡Mira, por ahí viene Corinne!

      —¿Qué? ¿Cómo le fue a nuestra Sherlock Holmes femenina?

      —Creo que sacaré nota.

      —¡Bieeeen! —exclamó esta vez Yves, echando al aire la lata del refresco.

      —¿Ves? ¡Te lo dije! ¡Está loco! —dijo Corinne cogiendo a los dos por la cintura y echando a andar.

      — He comprobado los horarios que me quedan y he visto que tengo un par de horas libres después del curso. Pienso aprovecharlas para pescar algunas obras sobre el Temple. ¿Qué os parece? Así podremos recabar mayor información sobre ese enigmático ocho y todo lo demás. Vosotros, si podéis, haced lo mismo. Así podríamos reunirnos este fin de semana para intercambiar impresiones. ¿De acuerdo entonces?

      Corinne se alejó, sin darles tiempo a emitir opinión alguna. Yves apoyó su cabeza en el hombro de Paul y puso cara de circunstancia.

      —Bueno Paul, ya viste que Corinne se dio cuenta rápidamente de que ésta era nuestra intención, buscar a los monjes guerreros por cada esquina. Es fácil comprender a las mujeres… —Paul sonrió, dándole una palmada en la espalda.

      —Espero encontrar alguna cosa, de lo contrario nuestra reputación se verá afectada.

      —Y mi sensibilidad también —añadió Yves, poniendo su mano en el corazón, como un actor de farándula—. Busquemos alguna obra si no quieres que tengamos bronca… Hasta luego Paul.

      —Hasta pronto.

      Yves llegó algo tarde al centro de la ciudad y como no le quedaba tiempo para deambular por aquellas estrechas calles en busca de librerías especializadas, se dirigió directamente a Malpertuis, tienda especializada en todo. Situada en la calle «des Eperonniers» Nº 18, ofrecía la posibilidad de encontrar desde un antiquísimo TIN-TIN, hasta la última novela de ciencia ficción, pasando por los cómics, el ocultismo, las civilizaciones desaparecidas y un sinnúmero de gadgets. Faltaba poco para el cierre, así que compró el primer libro que apareció sobre el Temple, sin darle más vueltas. Misión cumplida, pensó para sus adentros.

      Sin saberlo, Paul se encontraba en aquellos momentos en el mismo barrio, con la misma misión y con las mismas prisas. Obtener alguna obra dedicada a los templarios. No lo pensó dos veces, entró en la tienda General Occult, cuyo nombre lo decía todo y empezó a mirar por los estantes dedicados a las sociedades iniciáticas. Masones… Iluminati… Rosacruces… y Templarios. Cogió un par de títulos, aquellos que consideró contenían grandes secretos y, pasando por caja, salió cuando ya estaban bajando la persiana metálica.

      Corinne, por su parte, llevaba una gran ventaja respecto a sus amigos, había salido dos horas antes aquella tarde. Se había adelantado en esa búsqueda informativa y había recorrido ya algunas librerías, incluidas Malpertuis y General Occult, sin haber encontrado nada destacable. Al doblar una de las esquinas, vio a escasos metros una callejuela al final de la cual se divisaba un parpadeante luminoso de color verde que indicaba Osiris. Se detuvo ante la entrada de la estrecha calle y miró por unos instantes el rótulo. Desconocía la existencia de esa librería, posiblemente a causa de su escondida ubicación dentro de aquel entramado de calles. Decidida, tomó la callejuela. Sólo se oía el repiqueteo de los tacones de sus botas en el suelo mojado. Abrió la puerta y oyó el tintineo agudo de una campanilla. Una tenue luz intentaba iluminar la tienda. Montones de revistas de todo tipo y temática se apilaban por los rincones. Viejas estanterías se curvaban a causa del peso de los libros y un fuerte olor a humedad llenaba la pieza.

      Hojeó una revista mientras esperaba el empleado que la atendiera. De vez en cuando echaba inquietas miradas al lugar de aspecto sórdido y sombrío. Al cabo de unos instantes oyó como alguien subía por las escaleras que se distinguían a duras penas al fondo del local. Entonces apareció un hombre de estatura pequeña y vestido de negro en consonancia con el lugar. Su rostro era redondo y usaba unas gafas cuyos cristales parecían culos de botella. Peinado hacia un lado para cubrir su calva, se dirigió hacia ella mostrando en su sonrisa unos dientes de conejo.

      —¿En qué puedo servirla, señorita?

      —Estoy buscando libros de historia… sobre órdenes de caballería… concretamente sobre los templarios. ¿Tiene usted algún título? —preguntó seria Corinne.

      —Abajo en el sótano. Tenga cuidado con la escalera, es algo empinada.

      Automáticamente, la joven pensó en cámaras de tortura y mazmorras. Y no era para menos. La tienda instalada en aquel edificio centenario y su falta de claridad evocaba los sombríos corredores por los que se arrastraban los condenados.