Xavier Musquera

El secreto del pergamino


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algún que otro comentario malintencionado por parte de sus compañeros de facultad, así como también algunas envidias. Pero tal y como decía Yves, de todo hay en la viña del Señor.

      —¿Cómo está ese café? —increpó el joven.

      Corinne hizo su aparición con una mano en la cadera y los cafés en la otra, bamboleándose cómicamente.

      —¡Aquí tá Bwana!, mu negro y mu cargao —el joven lanzó una sonora carcajada mientras tomaba la taza que le ofrecía.

      —¡A eso le llamo tener buen sentido del humor, sí señor!

      —¿Y bien? —preguntó esta vez seriamente Corinne, una vez concluida la pequeña pausa distendida.

      —Si no me equivoco creo que hemos dado en el clavo. ¿Sabes de la existencia de la denominada reducción numerológica?

      —No, la verdad —respondió la joven sentándose.

      —Pongamos un ejemplo. El número 23 se reduce a 2 + 3 = 5. Entonces cabe la posibilidad de que este 5, esté representando en realidad al número 23 o viceversa. Por ejemplo, el 44 es el 8, o sea 4 + 4. El 19 está formado por 1 + 9 = 20, pero como el 0 no tiene en estas reducciones un valor real, entonces este número queda convertido en un 2. ¿Me sigues?

      Corinne respondió afirmativamente con la cabeza.

      —Sigamos ahora con los números del manuscrito —indicó el joven después de tomar un sorbo de café caliente—. Veamos, el número 6 podría ser el resultado de la reducción de los números 15, 24, 33, 42, etc., pero ello no es posible porque sobrepasan el número de letras del alfabeto. Por lo tanto sólo nos queda el 15, es decir, 1 + 5 = 6, y éste es el número que se encuentra en la parte superior del documento. Ahora tenemos a la izquierda el 1, que bien podría ser el 10 o a su vez el 1, como en el ejemplo del número 23, acuérdate.

      Viendo la expresión de Corinne, el joven tomó otro lápiz y se lo entregó.

      —Ve tomando nota de todo cuanto diga. Prosigamos. Del 54, el 5 puede ser como tal o como el susodicho 23. Ahora el 4, puede ser el resultado de reducir el 22, el 13, o tal vez sea en realidad un 4. Abajo tenemos el 2, que podría ser la reducción del 19 que pasaría a ser el número 20, pero como el cero no es válido, permanecería siendo un 2, aunque en última instancia podría ser el resultado de reducir el 11. Ahora a la derecha aparece de nuevo un 2. Lógicamente, efectuaremos las mismas operaciones. Y finalmente, arriba a la derecha tenemos lo dígitos 1 y 5. Con el 1 volvemos a estar con las mismas, o sea un 10, o bien un 1. Con el 5, volvemos a las andadas como con el 23, y luego tenemos nuevamente otro 1, que precisará de las mismas reducciones que aquel que se encuentra arriba a la izquierda. ¿Tomaste buena nota?

      —¡Espera, espera!, ¡Con tanto número!... Creo… que ya… ya lo tengo. ¡Toma!

      —Vamos a ver… vamos a ver… Iremos colocando las letras correspondientes a cada número, despacio muy despacio, para no equivocarnos. Eso es… así. El 6 arriba, que podría ser un 15, luego el 1 que puede ser un 10, luego el 5 que también puede ser un 23, el 4 que puede proceder del 22 o del 13 y finalmente el 15, que puede ser en realidad el 10 o el 23. El 2 de abajo, puede ser el 19 reducido a 20 y luego a 2, exactamente igual procedimiento que con el otro 2 de la derecha... Ahora las letras. Una por aquí… otra por allá… esta otra aquí…

      —¡Vamos, vamos Yves! ¡Estoy que ardo!

      —¡Caramba! No sabía que mi presencia llegara a ponerte en tal estado…

      —¡De impaciencia, bobo, de impaciencia!

      Yves sonrió a su amiga después de recibir en plena coronilla una colleja, aquella que él le había prometido darle en la facultad, si caía en la melancolía. Concentrándose de nuevo en su trabajo, siguió anotando ya las últimas letras.

      —¡Finito! —Corinne se acercó al papel y vorazmente recorrió las letras escritas por su buen amigo.

      —Mira con atención y observarás como algunos números han sido reducidos a otros nuevos y en cambio otros no —replicó Yves. Comprobarás cómo cada uno de ellos tiene una letra que no indica nada en concreto o significativo, en cambio, otros nos inducen a pensar... que… bueno... estooo... observa. Voy a hacerlo de izquierda a derecha, en sentido contrario al de las sephirot, y empezando por arriba.

      6 = F, o podría ser un 15 = P. Luego tenemos 1 = A, o bien 10 = K. Sigamos a la cifra de abajo, el 54. El 5 = E, o pudiera ser 23 = Z, y el 4 = D, en todo caso sería la reducción del 22 = Y, o también el 13 = N. Abajo del todo tenemos el 2 = B, que también sería la reducción del 11 = L, o de la cifra 19 = T, o bien de la cifra 20 = V. Hacia la derecha otro 2, con las mismas reducciones y permutaciones que el otro 2 evidentemente. Y finalmente hacia arriba, encontramos el 15, que de nuevo nos da los valores del 1 y del 5, con sus variaciones. ¿Lo tienes claro?

      —¿Es una broma? Hace años que me he perdido.

      —Pues yo siglos —añadió Yves, que se rascaba la cabeza intentando ver claro.

      —Veamos… Una vez ya tenemos todas las posibilidades numéricas y las letras que representan… es cuestión de… ir anotando en otra hoja, las hipotéticas combinaciones…

      Corinne seguía con atención las manipulaciones de letras y números que Yves iba escribiendo. Poco a poco, fue colocándolos de forma circular, siguiendo el mismo orden del manuscrito y formando la figura del hexágono. Una vez hubo terminado levantó la cabeza para mirarla.

      —¿Qué orden seguiste cuando empezaste a buscar?

      —¡Todos! —exclamó ella.

      —Comprendo… Entonces seguiremos un orden preestablecido. Primero de arriba abajo, de derecha a izquierda y luego de izquierda a derecha. Posteriormente de abajo a arriba, de izquierda a derecha y finalmente de derecha a izquierda. Empecemos.

      El dibujo final estaba compuesto de la siguiente manera:

      —Veamos… Arriba tenemos F y P. A la derecha, A, E, K y Z. Más abajo, B, V, L y T. Abajo del todo, lo mismo, es decir, B. V, L y T. Ahora a la izquierda, ha quedado como sigue: E, Z, D, Y, y N. Y más arriba tenemos, A y K. Bueno… ya está todo. Ahora empieza el juego.

      Efectivamente, Yves comenzó a buscar un nombre, una palabra que pudiera indicarles algo en concreto. Al principio, comenzó uniendo las primeras letras de cada grupo sin resultado, a pesar de haber intentado una lectura en todos los sentidos y direcciones posibles. Ya había transcurrido más de una hora desde que el joven se pusiera manos a la obra. Ambos tenían la impresión de que el tiempo pasaba lentamente y que su búsqueda resultaba infructuosa. El desánimo empezaba a apoderarse de Yves en aquel instante. Había terminado por combinar entre ellas, las posibles letras de cada grupo. Incluso las había permutado con las de los otros grupos de innumerables maneras e inimaginables sustituciones. Nada. No había modo alguno para llegar a encontrar, ni tan siquiera intuir, algo significativo.

      —Voy a preparar más café.

      —Bien pensado. Creo que nos vendrá bien una pequeña pausa. Como dice el refrán, a veces los árboles no dejan ver el bosque…

      Yves se frotó los ojos y se deslizó en la silla, estirando las piernas. Si aquellos números estaban escondiendo una palabra o un mensaje, lo cierto es que habían sido realizados por alguien que poseía conocimientos criptográficos muy complejos. Podía tratarse de algún cabalista o incluso un alquimista, por qué no. En aquella época, el poder establecido, Iglesia y Estado, perseguían todo aquello que podía poner en peligro sus propios intereses. Tal vez se tratase de un simple mensaje, a modo de carta o comunicado expedido por un grupo o hermandad secreta y destinado a otro grupo hermano. También cabía la posibilidad de que hubiesen