—Efectivamente parece revelador. Por cierto, ¿está al corriente tu amigo el rabino?
—En realidad desconoce la situación. Me mandó a los chicos al saber que estaban interesados por la Qabbalah, eso es todo.
—Bien, mejor así —el hombre terminó de vaciar su vaso y levantándose, recogió sus prendas de las que salían unos finos hilillos de vapor.
—Tengo que irme. Espero que todo esto acabe pronto y felizmente. Me estoy haciendo viejo para estas cosas. Nada es como antes, nada…
—Lo sé Joseph, lo sé.
Una vez en la puerta, se dieron un fuerte abrazo y el hombre echó a correr de nuevo hacia el coche. Kurt quedó pensativo en el umbral de la puerta viendo alejarse a su amigo. De nuevo viejos recuerdos desfilaron por su mente.
EPISODIO 3
COMPROBACIONES
Corinne, tumbada encima de la cama, repasaba los apuntes del día. Su mente era un torbellino confuso de ideas. Nada parecía tener sentido. Lo que en un principio aparentaba ser algo sumamente interesante, ahora estaba perdiendo interés, incluso por parte de Yves el cual desde un primer momento había demostrado gran expectación por aquel documento. El posterior contacto con el rabino después de su visita a las Ardenas les había desanimado hasta tal punto que todo parecía venirse abajo. Su instinto le decía que todavía era pronto para abandonar y que tenía que llegar hasta el fondo o cuando menos intentarlo.
Se levantó y se dirigió hacia la mesita que usaba como escritorio. Del cajón inferior sacó la copia y la contempló por enésima vez. Algo no encajaba. Siguiendo las instrucciones de Timmermans, había permutado los números por letras al modo cabalístico. En primer lugar, anotó todas las letras del alfabeto. Posteriormente, adjudicó a cada letra su número correspondiente, o sea, el 1 a la A, el 2 a la B, y así sucesivamente. Los números del manuscrito eran los siguientes: 6 – 15 – 2 – 2 – 54 – 1. Sustituyendo los dígitos por sus correspondientes letras y siguiendo un orden circular de izquierda a derecha como las manecillas del reloj y tomando el número 6 situado en lo alto del pergamino como si se tratara del número 12 del reloj, el resultado dio la siguiente palabra: FAEBBEDA. Aquello no tenía sentido. Luego, llevó a cabo la misma operación pero en sentido contrario, es decir, hacia la izquierda, obteniendo FAEDBBAE. Tampoco indicaba nada significativo. Encendió un Gauloise y echando una bocanada volvió a echarse en la cama con las anotaciones de las combinaciones. Había errado el camino, eso era evidente. Pero seguía sospechando de la existencia de otro sistema distinto al usado hasta el momento. Segura de esa otra metodología, observó una vez más los borradores de su trabajo. En ese instante sonó el teléfono, era Yves.
—Hola Corinne, ¿qué tal estás? ¿Preparando el trabajo sobre Boticelli?
—Bueno, si… lo tengo… lo tengo casi listo.
—¡Ay, ay, ay!... Por tu modo de hablar presiento que tu cabeza está en otra parte. Déjalo ya mujer, es mucho más importante tu tesis. Olvídate del asunto de una vez por todas. Suerte que no le contamos nada a Paul, que si no…
—La verdad sea dicha, es que de momento no pienso lanzar la toalla…
—Está claro que haces honor a tu signo zodiacal, mi querida Tauro.
—Me quedan aún algunas comprobaciones y posiblemente hallar otros métodos. Pero tranquilo, ello no me impedirá proseguir con mi trabajo.
—Eso espero. Nos vemos el miércoles, querida. Buenas noches. ¡Ciao!
La joven tomó el libro que había adquirido hacía pocos días en una de las librerías de viejo más conocidas de Bruselas, Pêle-Mêle, y empezó a hojearlo. Era un tratado divulgativo sobre Qabbalah para no iniciados, en el que se exponían los principales conocimientos básicos, suficientes para saber de forma clara y explícita su metodología de estudio.
El quinto cigarrillo empezó a formar una fina y tenue neblina en el interior del pequeño estudio. La joven pasaba las páginas con cierto nerviosismo. Finalmente, encontró lo que andaba buscando, el dibujo que representaba el Árbol Sephirótico. Su estructura, el método a seguir para su lectura y la numeración correspondiente, no coincidían con su trabajo. Su error estaba claro. Los números ordenados de tres en tres, formando lo que Timmermans llamaba tríadas, aparecían aislados, eran conjuntos por separado. Corinne los había unido en forma de círculo y por ello su resultado era del todo incoherente. A ello tenía que añadirse que el orden de los números del gráfico seguía un orden contrario a la lectura habitual que ella había efectuado. El primer grupo empezaba por la parte superior y luego en diagonal hacia abajo, hacia la derecha y finalmente, de forma horizontal a la izquierda. El siguiente grupo comenzaba por la derecha, horizontalmente en dirección a la izquierda y más tarde hacia abajo en diagonal. El tercero y último, empezaba también por la derecha, luego horizontalmente hacia la izquierda para finalizar diagonalmente hacia abajo. Desde este punto, recto hacia abajo, se llegaba hasta el último número.
Comparó dicho trazado con la serie de números del documento. Empezó a unir los tres primeros, es decir, el 6, el 15 y el 1. Siguiendo con el mismo método cabalístico, trazó otro triángulo que venía a unir el 2, el 54 y el otro 2. Esperanzada, tal vez ahora conseguiría sacar algo en claro una vez sustituyera los números por sus correspondientes letras. El grupo superior que formaba un triángulo dio: FAEA y el segundo inferior: BEDB. Una vez más, la combinación no tenía sentido.
El desánimo la invadió de nuevo. Ese intento infructuoso era verdaderamente demoledor para sus esperanzas. Desmoralizada, encendió otro pitillo y vació el cenicero que estaba a rebosar. Tomó una lata de 7Up del frigorífico y se tumbó en la cama, encendiendo el televisor con el mando a distancia. Fue pasando canal tras canal hasta detenerse en uno en el que estaban ofreciendo un partido de fútbol. Era un encuentro perteneciente a una de esas numerosas copas europeas. Se trataba del Anderlecht contra un equipo alemán, el Borussia de Dormund. En aquel preciso instante, el juez árbitro dio por finalizada la primera parte y empezó el consiguiente alud de anuncios publicitarios con su rosario de bellas y estúpidas mujeres limpiando y lavando y la serie de superhéroes conduciendo deportivos, todo ello salpicado de vez en cuando por bebidas carbónicas y algún que otro niño repelente. La publicidad, sumo sacerdote del consumismo, mostraba su cara más amable. En un momento dado, apareció en pantalla la conocida y popular cerveza belga Stella Artois. La imagen quedó grabada en las pupilas de la joven. Ante sus ojos iban desfilando otras imágenes televisivas que ya no veía. En sus retinas, sólo permanecía el nombre de aquella marca, Stella, estrella.
Levantándose de un salto apagó el televisor y fue hacia la mesa escritorio. Recordando que en el sistema de lectura cabalístico, los dos primeros triángulos del Árbol Sephirótico se leen en sentido contrario, tomó la hoja de las últimas anotaciones y empezó a unir los números del triángulo superior. El 6, el 2 de la derecha y el 54. Después, efectuó la misma operación con el otro triángulo, uniendo los números 15, 1 y el 2 inferior.
A pesar de la buena temperatura que gozaba en el pequeño apartamento, la joven tuvo un estremecimiento, como si una gélida mano hubiese recorrido su columna vertebral deteniéndose en su nuca, erizándole el vello. No podía creerlo. Ante ella destacaba claramente un hexágono, una estrella de David. La maldita cla-
ve ansiosamente buscada, aparecía nítidamente en la hoja de papel repleta de letras y números. Por fin sabría el nombre secreto, aquél que llevaba tanto tiempo resistiéndose a ser descubierto. Kurt el cabalista, tenía razón. Había que agotar todas las posibilidades.
Cogió el lápiz y empezó a anotar la nueva disposición. 6 - 54 - 2 = FEDB, y luego, 1 - 15 - 2 = AAEB. No quería aceptarlo, pero de nuevo algo fallaba. En cambio la forma de la estrella