en caso de que todo esto se ponga verdaderamente interesante. Tal vez entonces reconsidere su postura… Eso es… hasta mañana… ¡Ciao!
La situación era prometedora, o al menos eso parecía. Ahora tendrían la posibilidad de saber algo más con respecto al pergamino y sobre aquellos enigmáticos números. El poco tiempo transcurrido desde el supuesto descubrimiento de Corinne sólo les había servido para sumergirse en todo tipo de conjeturas, sospechas e interrogantes que no les conducían a ninguna parte. En aquel momento, tenían la certeza de que los conocimientos del rabino podrían serles de gran ayuda o por lo menos obtendrían indicios y pistas suficientes para saber si estaban en el buen camino.
—Ya falta poco. La sinagoga se encuentra entre las calles Dupont y Sablon —indicó Yves, mientras intentaba seguir el paso acelerado de su amiga. Sabía que estaba tensa y nerviosa. Habían comido en un Quik, establecimiento de comida rápida semejante a los internacionales Burger King o Mcdonald´s. Todavía su hamburguesa estaba en la boca del estómago cuando llegaron a la puerta del edificio.
—¡Uf!, qué nerviosa estoy.
—¡Dímelo a mí!
Al cabo de unos instantes, una mujer de mediana edad les abrió la puerta. Esbozando una sonrisa que fue acompañada por un gesto de la mano, les invitó a entrar, alejándose después tras una pesada y gruesa cortina de terciopelo. El vestíbulo era espacioso, recubierto de vieja madera y con un techo ricamente artesonado. En un rincón, sobre un mueble robusto, destacaba el candelabro de siete brazos de los judíos.
—Cuenta la tradición del pueblo hebreo, que dicho candelabro, la Menorah, alumbraba el Templo de Salomón y que a su vez representaba a los siete planetas clásicos sagrados —dijo Yves—. Los tres brazos de la derecha representan Saturno, Júpiter y Marte, los de la izquierda, la Luna, Mercurio y Venus. El brazo central, el Sol.
Cuando Yves se disponía a completar su erudita explicación, se oyeron unos pasos que se acercaban haciendo crujir el entarimado.
—¡Shhht!, alguien viene… —dijo susurrante Corinne.
Efectivamente, era el rabino con su larga barba y su negra vestimenta. Era de baja estatura y poseía uno ojos pequeños, escrutadores, que parecían esconderse tras unas gafas de gruesa concha. Contempló por unos instantes a los dos jóvenes y sonrió afablemente.
—Bienvenidos, pasad, pasad…
Penetraron en un amplio despacho cuyas paredes parecían estar tapizadas por centenares o mejor dicho, miles de libros. Incluso por los rincones se veían éstos amontonados. Una amplia mesa, cubierta casi por completo de periódicos, revistas, papeles con anotaciones y más libros, daba a la estancia un aspecto de caos total.
—Tomad asiento… —dijo el hombre mientras casi desaparecía de su visión tras hundirse en el mullido sillón de su despacho. Miró a sus interlocutores por encima de sus gafas, entrelazando los dedos e inclinándose sobre la mesa.
—Bien, bien… —comentó el rabino. Yves y Corinne se miraron de reojo. La joven se dio cuenta de que Yves intentaba sin conseguirlo reprimir una sonrisa, apretando los labios. No era para menos. El hombre sólo había pronunciado cuatro palabras y las repetía como si de un eco se tratara.
—¿Así que estáis interesados por la Qabbalah, eh?
—La verdad es… es que deseábamos consultarle algo que… podría estar relacionado con ella. Tal vez usted pueda ayudarnos —dijo Yves inclinándose a su vez, e intentando dar un mayor énfasis a sus palabras con el gesto.
—¡Dios mío, Dios mío!, ¿Acaso no sabéis que se precisan años, muchos años, incluso de toda una vida dedicada a su estudio. La Qabbalah es de tal complejidad, que una sola existencia sólo permite conocer una ínfima parte de su extenso contenido.
—Ya nos lo imaginamos —intervino Corinne—. Pero no pretendemos iniciarnos en su estudio… Nosotros… nosotros sólo queremos saber si hay una posibilidad de… de que ciertos números tengan algún significado… oculto. Por dicho motivo acudimos a usted.
Se produjo un largo silencio. Atentos, los dos jóvenes observaron cómo el rabino se reclinaba en su asiento respirando profundamente. Estaba mirando hacia su mesa pero sin verla realmente, sólo reflexionando. Las palabras de Corinne habían surtido el efecto deseado. Expectantes, estaban pendientes de un gesto, de una expresión que pudiera delatar sus pensamientos. El hombre respiró de nuevo profundamente y ambos oyeron el silbido característico que denunciaba una bronquitis crónica. Tosió un par de veces y levantando sus ojos, tendió hacia ellos su mano gordezuela.
—¿Habéis traído esos números?
Corinne le entregó la fotocopia del pergamino. Su mano temblaba ligeramente y la tensión del momento empezó a atenazarla. Yves, por su parte, había cambiado de postura nuevamente.
—Así de pronto, se me ocurre que sustituyáis los números por letras, siguiendo el orden alfabético, es decir, el número 1 por la A, el 2 por la B y así sucesivamente. Luego, intentad buscar todas las combinaciones posibles entre dichas letras. Tal vez aparezca por ejemplo, el nombre de una localidad, un apellido o incluso una calle. No es posible saberlo.
—¿Caso de que encontrásemos algún mensaje coherente una vez efectuadas esas combinaciones, podríamos mostrarle el resultado? —dijo Corinne.
—Soy rabino, no cabalista, pero no tengo inconveniente en que volvamos a vernos de nuevo. Por cierto, ahora que lo pienso, voy a daros la dirección de un buen amigo que casi seguro podrá sacaros de dudas, se llama Timmermans. Kurt Timmermans.
Ya en la calle, los dos jóvenes empezaron a andar lentamente, sin prisas. La entrevista les había dado ciertas esperanzas, un poco de luz. Las combinaciones serían el próximo paso. Tenían un punto de partida y su búsqueda empezaba a tener sentido. Además, se añadía el presentimiento de que la dirección tomada era la correcta. Lamentablemente, ignoraban que estaban empezando a recorrer un oscuro camino. Piezas de un inmenso rompecabezas que irían apareciendo y que les llevarían hasta un laberinto sembrado de acontecimientos que no sabrían cómo controlar, y tan peligrosos que podrían incluso llevarles a la muerte.
EPISODIO 2
EL INICIO
A pesar de que existían pequeños restaurantes con el menú del día a o largo de la ruta hacia las Ardenas, las economías de Yves y Corinne no les permitían demasiadas alegrías gastronómicas, añadiéndose además, el coste del viaje de ida y vuelta a Bruselas. Era momento de empezar a ahorrar. Posiblemente tendrían que realizar largos trayectos si su empeño era llegar hasta el final. Los gastos irían acumulándose entre hoteles, pensiones, comidas y carburante. Si el apartado económico era de por sí importante, el humano sería el más complejo y difícil. Sabían que de sus comportamientos y actitudes dependería el ofrecer confianza a sus interlocutores o bien al contrario, levantar suspicacias en sus encuentros con desconocidos. Se precisa de cierto tiempo para romper el hielo entre los humanos.
Al utilitario de la prima de Corinne, Ivette, todavía le quedaban fuerzas para adentrarse por carreteras vecinales, a pesar de estar ya algo viejo y pachucho. Recorría las excelentes carreteras y autopistas del país que, no lo olvidemos, a lo largo de sus muchos kilómetros, permanecen iluminadas toda la noche. Uno de los escasos países en el que todavía puede verse el uso administrativo del impuesto público. Ahora, el coche, al igual que un empedernido fumador, empezaba a carraspear mientras seguía con la obligación de llevarles al domicilio de Kurt Timmermans.
—¿Falta mucho? —preguntó Yves.
—No, no creo. La verdad es que creí mejor acortar camino, y me he liado. Ahora tendremos que dar un poco de vuelta para llegar a Noville.
— Casi siempre el camino más largo resulta ser el más seguro y a la vez el más rápido. Es como el aprendizaje de la vida, no existen senderos que atajar. Hay que recorrerla por entero.
—¡Caramba! No hace falta ser un experto para adivinar qué carrera has elegido —comentó Corinne irónicamente.