diría el rabino: ¡Bien, bien! Henos aquí, en el lugar donde se libró la batalla de las Ardenas, que permitió a las fuerzas aliadas penetrar en territorio alemán. Como dijera Napoleón ante a las pirámides: ¡Corinne! ¡Desde Bastogne, seis décadas de historia te contemplan!
—Por lo que veo, hoy te levantaste de buen humor.
—¡Psé!
Rodeando el monumento conmemorativo de la batalla, representado por un carro de combate Sherman americano, salieron a la izquierda de la localidad, tomando una estrecha carretera que indicaba Noville. A medida que se acercaban a su destino, las bromas de Yves y su característico buen humor, dejó paso a cierto nerviosismo y a una comprensible incertidumbre. Atrás había quedado el río Orthe y ahora corrían paralelos a la cercana frontera con Luxemburgo. Como de costumbre, Yves rompió el silencio.
—¿Cómo te imaginas a Timmermans?
—No sé, la verdad.
—Pues yo creo que será… como un compendio de Merrillot, el rabino Meyerbeer y Moreau. ¿Qué te parece?
—Tal vez tengas razón. Veremos.
Ya divisaban la casa en las afueras de Noville. Era una pequeña mansión rodeada por un frondoso bosque, muy propio de la zona, pintada de blanco y con traviesas en los muros formando diagonales con respecto a los ventanales, que recordaba al típico chalet suizo. Frente a la casa, un pequeño jardín de cuidado césped y algunas flores daban una nota de color al conjunto. No fue necesario llamar a la puerta, pues cuando Corinne frenó desconectando el contacto y poniendo el freno de mano, el coche emitió un desgarrador lamento que surgió de sus entrañas. La paz y quietud que se respiraba en el lugar fue rota por el pequeño ingenio mecánico, mientras unos cuantos pájaros levantaban el vuelo ante intrusos tan ruidosos.
Antes de llegar a la puerta, ésta se abrió apareciendo Timmermans. Alto, delgado, con el pelo blanco que le llegaba casi hasta los hombros y con una mirada tan penetrante que Corinne sintió como un estremecimiento. Sus pupilas eran de un azul sumamente claro que parecían de hielo y podían fácilmente confundirse con el blanco de los ojos. Se acercó a ellos y les tendió la mano.
—¿Qué tal? ¿Fue complicado encontrar la casa?
—Un poco, en realidad fue culpa mía al intentar acortar camino —indicó la joven.
—Es natural, resulta fácil extraviarse entre tanto bosque. Por suerte tenemos una buena señalización. Entremos, empieza a refrescar.
—Yo soy Corinne y éste es mi amigo Yves.
—Encantado. Conocía vuestros nombres por el rabino.
Corcho, madera, elementos aislantes en una región lluviosa y húmeda, conferían un ambiente realmente acogedor a la casa. A igual que en el despacho del rabino, se veían libros por todas partes, aunque no con aquel desorden. Aquí los libros aparecían catalogados con etiquetas adhesivas. Estantes y más estantes cubrían las paredes. Incluso la ancha escalera era aprovechada para las ediciones de bolsillo. Pasaron a un confortable salón desde el que se divisaba el espeso bosque que nacía al pie de la cercana carretera.
—¿Os apetece tomar algo? Tengo infusiones, café y té. También hay té, café e infusiones, pero si lo preferís, puedo ofreceros café, infusiones y té —terminó su pequeña lista de sugerencias sonriendo.
—Un té, por favor —indicó Corinne—. Para mí un café, gracias —respondió Yves, mientras veía alejarse al extraño personaje. Una curiosa personalidad que no encajaba con su aspecto.
—¡Caramba, eso empieza bien! ¡Ese tío es un cachondo!
—¡Shht!, ¡Por Dios Yves, podría oírte! Posiblemente se haya mostrado así para romper la tensión del encuentro y darnos cierta familiaridad. Y tú deja de hacer comentarios.
—Lo siento, Corinne. Pero tanta seriedad y tanto secreto… Creo que le hemos caído bien.
—¡Pero si no hemos abierto la boca para nada!
—Tal vez el rabino le haya contado que soy un chico inteligente y perspicaz y tú una joven guapa, por descontado también inteligente, y que formamos un gran equipo que pronto descubrirá enigmáticos y tenebrosos misterios medievales, ¿qué te parece?
—¡Cierra el pico, ya viene!
—Aquí tenéis vuestro té y café. Cuidado, está hirviendo.
Mientras tomaban sus humeantes y reconfortantes bebidas, el hombre fue a sentarse frente a ellos, observándoles detenidamente pero esbozando una media sonrisa, como si deseara romper la tensa actitud de los jóvenes visitantes y darles confianza.
—No recibo visitas y normalmente no hablo con la gente. Generalmente no vale la pena, es perder el tiempo y a mi edad vale su precio en oro. De todos modos, tratándose de mi buen amigo Geert, el rabino, hago una excepción.
Sus palabras eran como un ofrecimiento de colaboración o al menos eso parecía. Yves, que estaba terminando su café, se incorporó para dejarlo encima de la cercana mesita y se dirigió al hombre calculando y sopesando bien todas y cada una de sus palabras.
—Creo que estará al corriente del motivo de nuestra visita. La amabilidad de su amigo, el rabino, nos ha permitido llegar hasta aquí para pedirle ayuda y a la vez consejo. Como sabrá, obra en nuestro poder una copia de un documento antiguo, en el que aparecen uno números que posiblemente tengan un significado que hay que saber interpretar. Consideramos que usted es la persona indicada para decirnos si verdaderamente nos hallamos ante una clave o un secreto criptográfico que podría, y digo bien, podría tal vez ser desentrañado a través de la Qabbalah.
El hombre se levantó y dio uno pasos hacia la gran ventana permaneciendo un tiempo mirando al cielo que empezaba a oscurecerse. Los dos jóvenes se miraron mutuamente interrogándose sobre cuál sería su reacción. Al poco rato se volvió hacia ellos y vino a sentarse en su sillón.
—Mi amigo el rabino sabe cosas… un poco de Qabbalah, se entiende. Sabe todo cuanto le he enseñado, pero no todo lo que sé… Poned atención a lo que voy a deciros a pesar de que os suene extraño y os parezca algo aburrido. En un principio, la Qabbalah necesita de un gran esfuerzo para su estudio y de una predisposición especial para poder penetrar en ella. Has citado la criptografía, pues bien, tenéis que saber que este sistema, contrariamente a lo que se cree, no es una clave esotérica aunque se encuentre oculta. La llamada escritura secreta esotérica es la steganografía. Dicho nombre fue dado por el abad Trithemo en su obra «Steganographia» perteneciente al 1498. Creo que este sistema, que podría ser considerado metafísico y místico, no es el que os interesa.
—¿Entonces… nos estamos equivocando? —intervino Corinne algo decepcionada.
—No forzosamente. Desde la antigüedad, por ejemplo en Egipto y en Mesopotamia, los escribas ya utilizaban dicho método, el criptográfico. La combinación de letras en la Qabbalah se conoce con el nombre de «hopkhmat ha-zeraf» que viene a significar algo así como la sabiduría de las letras y su procedimiento está compuesto por tres sistemas. El denominado Notarikon, son acrósticos basados en las iniciales de las palabras, las letras medias o intermedias y las finales. La Temurah permuta o sustituye letras y finalmente la Gematria, es la que se cuida de los números, es decir, de la numerología. Esa es la que tal vez os puede servir.
—¡Madre mía! —intervino Yves sin poder evitarlo.
—Tu espontánea intervención ha sido lo suficientemente aclaratoria, a pesar de la mirada que te ha lanzado tu compañera… Eso os dará una idea aproximada de la extrema complejidad que requiere el estudio de una sola y exclusiva palabra. Imaginaros la cantidad de palabras que contiene la Torah, el Zohar o el Sepher Yetzira, tan sólo por poner unos ejemplos. Cuando ya se llevan algunos años de aprendizaje, nuestra mente adquiere cierta infalibilidad, puesto que afirma lo que sabe y cree lo que necesariamente debe suponer, admitiendo aquellas hipótesis razonables, examinando y analizando las dudosas y desechando las erróneas. La totalidad de la Qabbalah se incluye en lo que