que ser precisamente ahora?
—¡Lo he encontrado, Yves, lo he encontrado! —exclamó Corinne muy excitada.
—Cálmate chica, tu descubrimiento podrá esperar hasta mañana, ¿no te parece?
—¡No! ¡Ya sé que es muy tarde pero necesito que vengas ahora!
—¡Por Dios, Corinne! Están retransmitiendo un match por la tele y… —la joven cortó a su amigo—. Sí, el Anderlecht, el equipo de tus amores, pero no podré conciliar el sueño si no vienes a ayudarme.
—De acuerdo, voy para allá.
El partido se presentaba de lo más emocionante. Ambos equipos empataban y faltaban pocos minutos para que terminara el encuentro. Yves, malhumorado, subió la capucha de su anorak y llamó a un taxi. En aquellas horas tardías no era cuestión de estar esperando bajo la fina lluvia el último bus o último metro. La gran amistad que le unía a Corinne le obligaba a pequeños sacrificios que finalmente reconocía que hacía con gusto. Se inclinó hacia el asiento del conductor y le preguntó sobre el resultado del encuentro.
—Al final, el árbitro señaló un penalti inexistente y perdimos 1-2.
—¡Mierda!
No era su día. En la facultad no pudo tomar todos los apuntes pues perdió «la navette» en el último instante y tuvo que pedírselos al pelmazo de Pierre que se creía Platón reencarnado. Llegó tarde a la cafetería y tuvo que conformarse con un par de frankfurts, precisamente cuando en el menú del día, habían preparado unos exquisitos «vol-au-vent», su plato preferido, y, como postre, todavía le quedaba por conocer la última corazonada de su amiga. Llamó al portero automático y penetró de puntillas en la escalera, evitando en lo posible que se oyeran los quejidos que emitía el cuero mojado de sus zapatos. Con las prisas tomó el primer calzado que tenía a mano, olvidándose de botas impermeabilizadas. Definitivamente, no era su mejor día. Cuando llegó frente a la puerta del estudio, dio tres pequeños golpes y luego espaciado, un cuarto. Era la señal convenida entre ellos desde un principio.
—Gracias por venir, Yves. Dame la chaqueta y quítate los zapatos, pronto entrarás en calor. ¿Te apetece tomar algo caliente, un café o un té? —preguntó ella mientras colocaba la prenda mojada y los zapatos en el plato de la ducha, dejando tras de sí un pequeño rastro de agua en la moqueta. En aquel momento el joven se sintió algo turbado. Corinne sólo llevaba puesta una camiseta y al inclinarse en el baño, mostró su predilección por la lencería fina de encajes.
—Un… un café, por… favor.
—¡Marchando!
Su amiga se veía risueña, actuando con toda naturalidad a pesar de su escueta indumentaria. Su comportamiento contrastaba con el que había mostrado al teléfono minutos antes, angustioso y algo imperioso. Tal vez tenía motivos para ello.
—Aquí tienes el café —dijo sentándose frente a él—. Lamento haberte llamado a estas horas intempestivas y haberte fastidiado el partido.
—No mujer, no tiene importancia. Además, si me recibes de esa guisa cada vez que me llames, puedes hacerlo cuántas veces quieras —dijo Yves con su habitual tono de humor.
—Iba a acostarme pero finalmente me concentré en el documento. Por eso te he llamado. Vuelvo en seguida —Yves parpadeó ligeramente cuando la corta camiseta de la joven hizo de nuevo de las suyas al levantarse y dirigirse al dormitorio. Al poco rato regresó con unos jeans descoloridos.
—¿Mejor así?
—Si te empeñas… —respondió el joven con una sonrisa pretendidamente maliciosa.
—¿Preparado? —preguntó la joven como abanicándose con la hoja de papel.
—¡Venga mujer, suéltalo ya!
—¡Mira!
—¡Por todos los diablos, si es… es…!
—Sí, Yves, sí… es la estrella de David, el símbolo del pueblo de Israel, el de los judíos…
—Ahora comprendo… ¿Te acuerdas del cambio de actitud de Timmermans cuando le mostramos la copia? Vio en seguida de qué se trataba. Visualizó rápidamente que los números formaban esa figura geométrica… Es posible que se trate de una contraseña, de que el documento pudo pertenecer a un judío o bien que iba destinado a uno de ellos. ¡Quién sabe! ¿Qué opinas?
—Es posible. No sé. Tal vez la clave de todo se encuentre en esos malditos números que no hay manera de descifrar.
—Vamos a ver —comentó Yves, cogiendo el puñado de folios en los que Corinne había estado trabajando—. Veamos estas combinaciones…
Ambos se sentaron a la mesa del comedor al ofrecerles ésta un mayor espacio en el que poder desperdigar todas las notas y observarlas de una sola hojeada. Yves se concentraba minuciosamente en los dibujos, las cifras y las letras que Corinne había intentado poner en orden. Su mirada recorría una y otra vez cada rincón de papel en que aparecían los métodos empleados por ella. Al final sus ojos se detuvieron en la figura estelar que formaban los números enigmáticos. Apoyó la cabeza entre ambas manos y se inclinó sobre el dibujo. Corinne se mordía una de sus largas uñas mientras le observaba. Se la veía nerviosa, expectante. Tenía la esperanza de que de un momento a otro, su amigo, como era costumbre, lanzaría un improperio al efectuar un posible descubrimiento. No se equivocaba, le conocía bien.
—¡Por los clavos de Cristo! —exclamación que sobresaltó a la joven, así como por el golpe que se dio en la frente con la palma de la mano—. ¡Corinne, has utilizado nuestro alfabeto como referente!
—Na…naturalmente. ¿No debí hacerlo?
—Al principio sí, para empezar. Pero si no obtenías resultados, tenías que buscar otro procedimiento, otro alfabeto… ¿No pretendes doctorarte en Historia del Arte?...
—¡Cómo si no lo supieras!
—Entonces tendrías que saber que los documentos de aquella época estaban redactados en latín. ¿No es así?
—Evidentemente —repuso ella algo molesta—. ¡Claro que lo sé!
—Entonces…, observa —comentó su amigo mientras tomaba una hoja en blanco y empezaba a anotar.
—El alfabeto latino posee 23 letras, pues la U no existía y era reemplazada por la V, dándole el mismo valor fonético. Así como tampoco existía la J, que era sustituida por la llamada precisamente I latina. ¿Me sigues? La palabra oro por ejemplo, se escribía AVRVM y se pronunciaba AURUM. El nombre JULIO, es decir JULIUS, ortográficamente era IVLIVS y así sucesivamente. En consecuencia, tus permutaciones de letras por números no podían ser las correctas. Habrá que hacerlo todo de nuevo. Esta va a ser una larga noche…
Corinne se levantó dirigiéndose hacia la minúscula cocina.
—Voy a hacer más café, vamos a necesitarlo.
Mientras el olor a café iba invadiendo el apartamento, Yves empezó a anotar las letras del alfabeto latino y su correspondiente numeración. Poco a poco se fueron formando las dos líneas paralelas que servirían de pauta. La joven regresó apoyándose en la mesa y observando el trabajo de su compañero. Yves levantó la vista sonriendo. La postura de Corinne ahuecaba la diabólica camiseta mostrando por el escote una carnal hinchazón extraordinariamente atractiva que no le pasó desapercibida.
—¿Se puede saber qué estás mirando? —preguntó ella mientras cubría con su mano el carnoso panorama que estaba ofreciendo.
—Simplemente las joyas que nos ofrece la Naturaleza para disfrute de sus mortales hijos—acabó la frase con la consiguiente sonrisa. La joven sonriendo a su vez, le dio una suave y cariñosa palmada en la mejilla. Un símil de bofetón.
—¡Eres incorregible! ¡Venga, a trabajar! —comentó ella divertida mientras iba en busca del café, contoneándose ostensiblemente.
Esta