Xavier Musquera

El secreto del pergamino


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mencionábamos el tema, tú te lo tomabas a broma. Por ello decidimos investigar por nuestra cuenta y hasta no encontrar algo evidente o como mínimo palpable acordamos no decirte nada.

      —Posiblemente mi comportamiento no fuese el más adecuado, pero convendréis conmigo que vosotros en mi lugar, hubiéseis reaccionado del mismo modo. ¿Qué opinión tendríais si uno de vuestros amigos viniera a deciros que encontró un antiguo pergamino con claves, mensajes ocultos y véte a saber cuántas cosas más, eh? Bueno, eso ya no tiene remedio. Son demasiados los que saben del asunto. ¿No habéis caído en la cuenta de que cualquiera de ellos, profesores de facultad, pueden apropiarse de vuestro trabajo y presentarlo como si se tratara de una investigación personal y llevarse los laureles académicos?

      A pesar de que en su rostro se reflejaba cierto enfado, Paul cogió por unos instantes la mano de Corinne con afecto y cuando ésta levantó sus ojos la miró fijamente.

      —¿Hay alguien más, verdad?

      —Pues… al principio yo, bueno… ya me conoces, le comenté algo al profesor Moreau. Era la única persona que me merecía cierta confianza. Tiene un amigo ya retirado, Robert Merrillot, que en su momento fue catedrático de Historia Medieval y como el documento es del siglo xiii, pues… eso. Quedamos en ir a verle a Holanda, pero la cita se pospuso hasta ahora. Lo siento…

      Por un momento quedaron pensativos. Paul tenía razón. El ímpetu e incluso la propia ilusión del hallazgo, les había impedido ver las posibles consecuencias y el provecho que otros podrían sacar de todo ello. Habían establecido contactos con personas completamente desconocidas y no era posible conocer en definitiva, cuáles podían ser sus intenciones. A partir de aquel momento, su actuación debería ser extremadamente prudente.

      Se sentaron alrededor de la mesa y dejaron que Paul echara de nuevo una hojeada al trabajo de sus amigos. El Hexagrama quedaba bien en evidencia, rodeado por las misteriosas letras que formaban la palabra «tentáculo».

      —El Hexagrama o estrella de seis puntas y sus variantes, se encuentra en determinadas fuentes documentales como legajos y manuscritos antiguos, como es el caso —comentó Paul—. El célebre rey Salomón, hijo de David y Bethsabé, se habría servido de un hexagrama hasta su muerte, allá por el año 930 a. de C, para conjurar a los demonios e invocar a los ángeles.

      —Eso recuerda algunas de las prácticas mágicas, ¿no es así? —interrogó Corinne muy atenta.

      —Así es. Algunos magos se introducen dentro de un círculo con el hexagrama inscrito en él para llevar a cabo sus rituales. En la simbología alquímica, el conjunto se considera formado por cuatro figuras. El triángulo con el vértice hacia arriba, atravesado por un trazo horizontal, representa el Aire. El triángulo que apunta hacia abajo, atravesado a su vez por otro trazo, es el símbolo de la Tierra. Las dos figuras sin trazos, se consideran emblemas del Fuego y el Agua respectivamente. En la filosofía hermética, dicha figura simboliza la síntesis de las fuerzas evolutivas e involutivas, por la interpretación de los dos ternarios. También la tradición hinduista ve en esta imagen el signo de la unión del dios Shiva con su consorte Shakti.

      —¡Madre mía lo que uno aprende yendo a la escuela! —exclamó Yves socarronamente.

      —Aunque puedas tomártelo a broma, este signo ha sido considerado desde siempre como un símbolo de poder. Para Jung, éstas son imágenes arquetípicas. La fusión de los contrarios que se complementan. La unión del mundo personal del individuo, es decir, el universo temporal del Yo, con la realidad impersonal e intemporal del no-Yo: tiempo y eternidad, el hombre y

      Dios.

      —Hice bien en no apuntarme en Psicología —interrumpió de nuevo Yves.

      —¡Cállate por Dios! Sigue, Paul, sigue —añadió la joven algo molesta.

      —Como iba diciendo, esa estrella de seis puntas también representa en su triángulo hacia arriba, la trascendencia del hombre, su abandono de la materia y su espiritualización. En cambio, el que posee el vértice hacia abajo suele representar el descenso del espíritu a la materia, para poder manifestarse y darle vida. También es el descenso a los infiernos, a lo negativo, en definitiva una inversión del signo.

      —Hay que ver lo que una estrellita puede representar, jamás lo hubiera sospechado —el carácter de Yves no podía evitar interrumpir de nuevo.

      —Es verdaderamente curioso que aquí aparezca la palabra pentáculo, cuando generalmente dicho término es adjudicado a otra estrella, la de cinco puntas denominada Pentalfa. Aquella en la que el ser humano queda inscrito dentro, con la cabeza en el vértice superior, los brazos extendidos en los vértices horizontales y las piernas en los inferiores.

      —¿Te extraña entonces que aparezca esa palabra en el dibujo? —preguntó Corinne mientras se removía en la silla, atenta a las explicaciones de Paul.

      —Tal vez se trate de la excepción de la regla. En realidad, talismanes, amuletos y pentáculos poseen usos semejantes. La verdad es que la estrella de Salomón se ha denominado desde siempre, Pentáculo de Salomón o Sello de Salomón.

      —¿Crees que esta estrella está relacionada con dicho rey o bien se trata del símbolo de Israel también conocido como la Estrella de Sión? —intervino Yves, esta vez seriamente.

      —No sé que deciros, no es posible saberlo sin otros indicios.

      El humo de los cigarrillos empezaba a hacer mella. Lo que empezó siendo unos débiles y fantasmagóricos hilillos flotantes, ahora se había convertido en una auténtica niebla. A las horas transcurridas, el trabajo del día y la tensión de la investigación, se acumulaba la falta de un sueño reparador. Era ya muy tarde. Yves bostezaba de vez en cuando mientras se frotaba los ojos. Corinne había hecho de nuevo café, también entre bostezo y bostezo. Entretanto Paul, a pesar de que intentaba observar las anotaciones que tenía entre las manos, no podía evitar que su cabeza se tambaleara hacia delante de vez en cuando. De repente, se levantó y se desperezó ostensiblemente fatigado.

      —Lo siento chicos, no puedo más. Espero llegar a casa y tumbarme aunque sea por un par de horas.

      —Tómate un último café, te ayudará a alcanzar el objetivo —indicó Yves burlón.

      —Te despejará un poco —añadió Corinne—, te sentará bien.

      Ambos tomaron una última taza antes de despedirse. Corinne cerró la puerta cuidadosa de no hacer ruido y abrió la ventana. Recogió las tazas y la cafetera, dejándolas en el fregadero. Reunió lo que ya se estaba convirtiendo en una importante documentación y cuando iba a guardarla en el pequeño cajón de la biblioteca, dudó por unos instantes. Dio media vuelta y dirigiéndose al dormitorio la depositó encima del armario. Se echó encima de la cama sin desnudarse y al poco tiempo se quedó dormida.

      EPISODIO 4

      LA CITA

      El utilitario fue dejando atrás el tráfico de la capital, alejándose de aquella muchedumbre que partía de fin de semana. Los jóvenes guardaban silencio, reflexivos. Habían conseguido finalmente una cita con el profesor Robert Merrillot, que residía en la localidad de Zierikzee, en la costa holandesa. Su reputación de experto tal vez podría sacarles de dudas.

      Una gélida brisa provocada por la pequeña nevada de la mañana, anunciaba un frío invierno. Yves, a pesar de la calefacción del vehículo, se arrebujó en su parka, observando por el rabillo del ojo el rostro de su amiga que en aquel instante, con el ceño fruncido, miraba a través de los empañados cristales la caída de tenues copos de nieve. Absorta, estaría pensando si aquel viaje desde Bruselas sería esclarecedor o bien resultaría en vano. Paul, por su parte, impertérrito, se hallaba pendiente exclusivamente de la carretera que poco a poco empezaba a blanquear, sin decir esta boca es mía. A medida que se acercaban al domicilio del profesor, la nevada empezó a arreciar. Al cabo de media hora aproximada de haber atravesado la frontera, llegaron a distinguir la silueta de una mansión que se recortaba contra el cielo ceniciento de la mañana.

      Una vez cruzada la verja que