Xavier Musquera

El secreto del pergamino


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al museo de Arte e Historia y… ¡Oh Paul, es increíble!… Encontré un viejo pergamino que el calor hizo aparecer unos números invisibles que… —Paul interrumpió la nerviosa vehemencia de la joven.

      —Perdona Corinne, pero no se de qué me estás hablando… números en un pergamino… calor, creo que será mejor que nos veamos y me lo cuentas más tranquila. ¿No te parece?

      —Sí, claro… es que estoy algo nerviosa, ¿sabes?…

      — Bueno mira, nos vemos en Le Roi d’Espagne dentro de media hora, ¿De acuerdo?

      —Muy bien, hasta ahora.

      Corinne atravesó la Grande Place, cubierta por así decirlo, de una muchedumbre de turistas que no cesaban de disparar sus cámaras hacia los edificios centenarios que habían marcado la historia de la ciudad y del país. Españoles, franceses, alemanes y sobre todo japoneses, admiraban boquiabiertos sus riquezas arquitectónicas. Cuando la joven entró en el local, Paul ya estaba esperándola.

      —Hola Corinne, ¿más relajada?

      —Sí, creo que sí.

      —Lo siento, pero al teléfono no entendía lo que me estabas contando. Estabas agitada, nerviosa. Vamos, cuéntame.

      Mucho más tranquila, la joven narró lo sucedido, la impresión que le había causado el hallazgo del misterioso pergamino y las dudas que la acechaban respecto al extraño contenido numérico.

      —Mira Corinne, desde antiguo, se ha buscado la manera de esconder mensajes, ocultando por distintos medios los contenidos. En ocasiones, cifras y letras representaban nombres de personas, lugares y un sin fin de objetivos. Esos mensajes a veces se encuentran a la vista pero ocultos dentro de un texto y para desentrañarlos hay que poseer la clave. En otras, como podría ser el caso, se utilizaban tintas llamadas invisibles que por un procedimiento concreto se hacían visibles. Uno de los sistemas más conocidos, por antiguo y por ser muy utilizado, es el del jugo de limón. Escribes aquello que deseas, al poco rato desaparece, para reaparecer más tarde gracias a una fuente de calor. Se les denomina criptogramas. Posiblemente eso es lo que ocurrió en el archivo. Pura casualidad.

      —¿Y no encuentras extraño que se añadan unos números a lo que podría denominarse una factura del siglo xiii, que formen un círculo y no posean ninguna relación con el resto de cifras y cantidades?

      —Bueno, no sé, la verdad es que podría tratarse simplemente de los dígitos de una sola cifra, la que en realidad tenía que hacerse efectiva. Hoy día lo llamamos dinero negro. Eso no es nuevo. Ten en cuenta que la picaresca no nació ayer. No quisiera desanimarte pero creo que no tienes por qué darle más vueltas a este asunto. Por cierto, ¿te apetece un café?

      El razonamiento de Paul, como no podía ser de otro modo, era lógico, coherente y además poseía un alto grado de sentido común. Tal vez estaba viendo fantasmas donde no los había y eso la estaba llevando a construir, sin base alguna, un posible entramado de conjuras y conspiraciones medievales. A veces, la denominada literatura de evasión usa de códigos y claves secretas como base argumental al igual que lo hace la industria del cine.

      Corinne tomó un sorbo de café mientras observaba cómo Paul la miraba con una afable sonrisa. Intentaba tranquilizarla, eso estaba claro. Su amigo sólo pretendía ayudarla y evitar que se obsesionara con toda aquella rocambolesca situación. A pesar de todo, quería saber la opinión de Yves para poder contrastarla y sacar algo en claro. Caso de que fuese de la misma opinión de Paul, entonces estaría dispuesta a no pensar más en ello. Esa misma noche le llamaría de nuevo para quedar citados una vez terminadas las clases de la mañana siguiente.

      ***

      Faltaba poco para que sonara el timbre, escasos minutos. Pero ello no impedía que la joven consultara cada dos por tres su reloj de pulsera, para comprobar si su horario coincidía con el del reloj de pared del aula. Un par de minutos. Una corta espera. Todavía seguía sonando el timbre cuando ya se encontraba en el pasillo cruzándose con el hormiguero de estudiantes que iban en todas direcciones. Cerca de la puerta principal la estaba esperando Yves.

      —Hola Corinne, ¿Qué tal la clase?

      —Bien, bien. ¿Y la tuya?

      —¡Buah!, el profe es un plasta. Con los presocráticos casi me dormí. Bueno, cuéntame eso tan importante que querías decirme. ¡Estoy en ascuas!

      Después de una breve exposición de los hechos, el rostro de Yves mostró sorpresa y curiosidad, luego, mientras fruncía el ceño, duda y reflexión. Entre sus manos, estaba la prueba de lo que en un principio parecía una idea descabellada. Levantó la cabeza y miró fijamente a su amiga.

      —¿Y bien? —preguntó ella esperando una pronta respuesta.

      —No estoy muy seguro, así a bote pronto, no sé que decirte, yo…

      —¡Pero bueno! ¿No ves nada de extraño en todo esto? ¿Piensas que es normal lo de esos números en círculo? ¿Qué opinas?

      —La verdad es que resulta intrigante, curioso y desde luego tienes razón en que no es habitual un documento con esas características.

      —¿Entonces?

      —Yo diría que… aunque tal vez remotamente, es posible que detrás de esos números se esconda una clave o un mensaje que evidentemente no conocemos. Pero por otra parte, si el original es auténtico, cabe la posibilidad de que haya perdido todo su significado y ya no tenga ningún sentido con el paso del tiempo. ¿No crees?

      —Tal vez… Por cierto, ¿Oíste alguna vez hablar de la Qabbalah y de la complejidad de su sistema de análisis?

      —Naturalmente, pero jamás me dediqué a estudiarla. Sé que llegan a efectuarse combinaciones entre letras y números y poco más… —de repente Yves abrió los ojos como platos—. ¿Piensas lo mismo que estoy pensando?

      —Exactamente, y a pesar de la opinión de Paul, creo que no perdemos nada si intentamos algunas comprobaciones, ¿no te parece?

      —Bueno, ya conoces a Paul, para él los enigmas históricos son inexistentes y sólo obedecen a creaciones de mentes ávidas de misterios o de autores que desean convertirse en bestseller.

      —¿Sabes de alguien que pudiera echarnos una mano?

      —Tal vez el profesor Moreau. Si no estoy mal informado, creo que tiene algún familiar rabino. Podría ser un buen comienzo.

      —Intenta esta misma semana concertar una entrevista con él.

      —Eso está hecho.

      El optimismo de Yves contrastaba con el aspecto siempre taciturno de Paul. Su pragmatismo, razonamientos y reflexiones, chocaban frontalmente con la disposición siempre abierta de su amigo ante situaciones fuera de lo común y poco corrientes. El hecho de haberse interesado en su momento por los llamados fenómenos paranormales, terminaron por convertirle a los ojos de sus compañeros, en alguien excesivamente crédulo e incluso algo ingenuo. A pesar de todo, a Yves poco le importaba ese sanbenito, pues sabía desde hacía tiempo que la ignorancia había sido siempre extremadamente atrevida, y madre de muchos males. No hay nada peor que tratar sobre un tema sin tener conocimiento del mismo. Así era la inmensa mayoría de sus compañeros. Universitarios a punto de licenciarse o doctorarse, creían estar en posesión de grandes verdades por el mero hecho de acceder a unos llamados grandilocuentemente estudios superiores que les otorgaban la autoridad suficiente para poder rechazar todo aquello que no estuviese dentro de los cánones de lo establecido. El diálogo con ellos era del todo imposible y en consecuencia, su número de amigos quedaba reducido a escasa media docena. Paul era uno de ellos, pues a pesar de no querer demostrarlo, se encontraba a medio camino del ortodoxo y encorsetado academicismo y el de los heterodoxos de mente abierta.

      Aquel lunes, Yves tuvo la fortuna de localizar al rabino, quedando citados para el miércoles después del almuerzo, coincidiendo precisamente en que aquella tarde no tenían que asistir a la universidad.

      —¿Corinne?, ¡Hola!, ¡Hemos tenido suerte! El rabino nos espera