Jesús Zamora Bonilla

Argumentación y pragma-dialéctica


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de los políticos”— dejar, en principio al menos, abierta la argumentación para que otros interlocutores puedan aportar diferentes premisas de las que se han expuesto hasta el momento y, así, eventualmente, modificar las conclusiones a que se ha llegado. Por eso, señala van Esmeren que es una contribución específica de la perspectiva pragma-dialéctica al dominio político subrayar que “la democratización es un acto por el que la incertidumbre se institucionaliza. Es dentro del marco institucional para procesar conflictos que ofrece la democracia que compiten múltiples fuerzas. Aunque lo que pase depende de lo que hagan los participantes, no hay una sola fuerza que controle el resultado”.

      La breve enumeración que acabo de realizar acerca de unos pocos —¡sólo unos pocos!— de los numerosos materiales que aporta la perspectiva pragma-dialéctica en teoría de la argumentación —tanto en su nivel fáctico como contrafáctico o crítico—, creo que, al menos, sugiere ya las enormes contribuciones de esta perspectiva, y lo mucho que podemos aprender tanto para analizar mejor nuestras argumentaciones privadas y públicas, como para mejorar llevarlas a cabo. Pero adelanté que en este libro nos encontramos con virtudes de distinto tipo.

      En tercer lugar, además de la excelente traducción de los textos de van Eemeren por parte de Fernando Leal Carretero, el traductor introduce aquí y allá brevísimas pero iluminadoras notas. Esas notas no tanto buscan hacer más comprensible o comentar el texto de van Eemeren —que es muy claro y preciso— sino introducir algo así como ventanas en el tiempo. Son pequeños apuntes de alta filología que, al menos, hacen recordar que las reflexiones sobre la argumentación son tan antiguas como la reflexión humana. Además, estas notas de algún modo nos invitan a proseguir investigando la pregunta —cuya respuesta se deja un poco en suspenso— del último texto seleccionado de van Eemeren en la primera parte: “¿En que sentido se relacionan las teorías modernas de la argumentación con Aristóteles?”

      No obstante, hay que indicar todavía otra virtud —¡otra más!— de este libro. En cuarto lugar, esta antología de textos sobre una de las perspectivas —insisto— más ricas en teoría de la argumentación de nuestro tiempo, es, él mismo, una fecunda y, en algunos casos, inquietante argumentación. En efecto, en la segunda parte del libro nos encontramos con una serie de brillantes trabajos que, en parte prolongan y elaboran las propuestas de la pragma-dialéctica, en parte la complementan aplicándola a asuntos que ésta no ha abordado, en parte también rechazan alguno de sus aspectos o ponen en duda algunos presupuestos centrales. Sin duda, cada uno de estos trabajos merece una lectura atenta y minuciosa que, por supuesto, es una de las tareas que tiene por delante el lector, o lectora, de este libro. Sin embargo, una vez más no resisto introducir una breve —¿y alarmante?— duda. Casi al comienzo del último de estos trabajos, “El tratamiento pragmadialéctico de las falacias y el reto de Hamblin”, Luis Vega Reñón, uno de los patriarcas de la teoría de la argumentación en nuestra lengua, alude a otro de nuestros patriarcas, a Carlos Vaz Ferreira, quien desde finales del siglo XIX comenzó a preocuparse por estos problemas. Así, frente a señalamientos de Hamblin y de van Eemeren acerca de la ausencia o presencia y, en cualquier caso, sobre la necesidad de una teoría de las falacias, Vega anota: “No es una exigencia que vaya de suyo o sea obligatorio afrontar. Hay quien, a propósito de paralogismos, prefiere atenerse a unas ‘ideas para tener en cuenta’ antes que a ‘sistemas’ teóricos”.

      Luis Vega se refiere a la distinción que hace Vaz Ferreira en su Lógica viva (primera edición de 1910) entre pensar por sistemas y pensar por ideas para tener en cuenta. Podemos reelaborar esa distinción y, ante todo, enmarcarla, a la luz de distinciones muy diferentes —pero que apuntan a varias importantes inquietudes que, creo, pertenecen a la misma familia— como la distinción aristotélica entre theoria y phronesis, o la distinción kantiana entre juicios determinantes y juicios reflexionantes. Es claro que sólo quien tiene phronesis y, así, capacidad de juicio, puede orientarse pensando no sólo por sistemas, sino ayudado por cambiantes ideas que, de situación en situación, se consideran pertinentes.

      De esta manera se reintroduce tanto en las prácticas de la argumentación como en su teoría otra tarea: la necesidad de tener en cuenta que, por más reglada que sea una práctica y por más precisas que sean sus reglas, quienes argumentan obedeciéndolas, lo pueden hacer bien, regular, mal o —como ya se indicó— incluso de manera perversa; tales modos de comportarse dependen de las habilidades y de la moralidad de los argumentadores. Entonces, ¿hay también que incluir en el teorizar sobre la argumentación reflexiones e indagaciones sobre la educación de quienes argumentan, de su phronesis o, dicho en términos más kantianos, de su capacidad de juicio, teorizaciones ambas que, inevitablemente, remiten al cultivo de las virtudes tanto epistémicas como prácticas?

      Una vez más, como siempre, la discusión racional —el ir y venir de argumentos que aspiran a ser buenos argumentos—, queda abierta a nuevas exploraciones.

      La pragma-dialéctica en la historia de la teoría de la argumentación

      Fernando Leal Carretero

      El libro que el lector tiene en sus manos quiere ser un homenaje hispánico a Frans H. van Eemeren, profesor emérito del Departamento de Comunicación Verbal, Teoría de la Argumentación y Retórica de la Universidad de Amsterdam. Este homenaje se concibió desde el principio en dos partes principales. En primer lugar, se trataba de darle la palabra al homenajeado, traduciendo al español una selección de artículos que permitiera a los lectores hispanohablantes hacerse una idea cabal de la amplitud del programa de investigación que van Eemeren instigó hace treinta años y que ha venido desarrollando y enriqueciendo desde entonces con un grupo de colaboradores cercanos. Como veremos, este programa, llamado “pragma-dialéctica”, no ha concluido todavía sino que se encuentra en vigorosa marcha. En segundo lugar, la intención era dar la palabra a todos aquellos investigadores hispanos e hispanoamericanos de la argumentación de los que sabemos que tienen un particular interés por, y conocimiento de, la pragma-dialéctica. Desgraciadamente, no todos pudieron acudir al llamado, de forma que no están aquí todos los que son, aunque, eso sí, son todos los que están.

      Para llevar a cabo la selección de artículos que constituyen la primera parte de este volumen procedí de la siguiente manera. Primero le pedí a van Eemeren que hiciera una lista de aquellos textos que en su opinión deberían ser traducidos al español. Viendo que faltaban algunos que yo creía importantes, le pregunté si tenía algo en contra de incluirlos. Como dijera que no, los añadí a la lista original, que ahora ascendía a unos 25 títulos. En vista de que traducirlos todos hubiera implicado un libro entero, y con ello la necesidad de hacer dos volúmenes, hice una nueva revisión y apliqué a la lista un cedazo formado por tres criterios. El primero obviamente era que los textos seleccionados pudieran juntos dar una idea de la profundidad y amplitud del programa pragma-dialéctico, ya que ese era el objetivo primordial de la selección, El segundo criterio era que se tratase de artículos no publicados antes del año 2000, con lo cual tendríamos textos que tienen en cuenta los desarrollos teóricos más recientes. Finalmente, el tercer criterio era que no hubiese demasiado translape entre uno y otro trabajo. Advierto a los lectores que un cierto translape es inevitable, sobre todo en vista de que van Eemeren prefiere reiterar los aspectos básicos de su teoría antes que perder a quienes pudieran no conocerlos. De esa manera, hay en este libro algunas repeticiones doctrinales; pero confío en que no sean más de las requeridas por la pedagogía, y conste que no comparto del todo el optimismo del viejo precepto spenceriano de que “sólo con variada reiteración es posible vencer la resistencia de las mentes a conceptos que les son extraños”.

      La riqueza del material así elegido no me parecía, sin embargo, suficiente para que los lectores hispanos se hicieran bien cargo de la marcha del programa pragma-dialéctico, del movimiento intelectual que lleva de un trabajo al siguiente. Por ello le pedí a van Eemeren si podía escribir, especialmente para este volumen, una especie de autobiografía intelectual. Amablemente así lo hizo e incluso me hizo saber que esta idea lo había llevado a concebir un nuevo proyecto de investigación acerca de la historia de la teoría pragma-dialéctica de la argumentación. Este libro cuenta así con un inédito de van Eemeren (el capítulo 1) y no solamente con trabajos anteriormente publicados