Cf. Murphy (1974: 104). Al igual que en el diálogo socrático, el punto de partida de la disputación es una pregunta; pero la forma en que se lleva a cabo la disputación es completamente diferente a la del diálogo. La marcha de una disputación, sus tipos y sus reglas se han descrito muchas veces (p.ej. en Mandonnet, 1918: 266-270; una descripción reciente, sucinta y clara en Weijers, 2007). Aunque vieja e incompleta, la historia del surgimiento y desarrollo del método escolástico de Grabmann (1909, 1911) sigue teniendo autoridad.
7 Uno de los mejores manuales es el de Laycock y Scales (1904; revisado y ampliado en O’Neill, Laycock & Scales, 1917). Vale la pena mencionar un hecho revelador: mientras que en en la Europa continental la retórica dejó de ocuparse de cuestiones de argumentación prácticamente desde el siglo XVII, esto no ocurrió en los países anglosajones. Así, puede verse que no hay solución de continuidad entre los manuales tradicionales de retórica y composición, por un lado, y los nuevos manuales de argumentación y debate que comienzan a proliferar desde la segunda mitad del siglo XIX, por otro lado (véase por ejemplo Lee, 1880).
8 El texto original de la disertación en holandés se publicó en 1982 bajo el título “Reglas para discusiones racionales: una contribución al análisis teórico de la argumentación en la solución de disputas” (Regels voor redelijke discussies: een bijdrage tot de theoretische analyse van argumentatie ter oplossing van geschillen, Dordrecht, Foris). La traducción al español, por Cristián Santibáñez, acompañada de una introducción substancial, se publicó hasta 2013 (Santiago de Chile, Universidad Diego Portales). Pero es la versión en inglés, hecha por los autores, la que tuvo impacto internacional.
9 Algunos lectores podrían pensar que soy injusto con las importantes tradiciones del pensamiento crítico y la lógica informal. Soy el primero que admira esas tradiciones, pero ni con la mejor voluntad veo en ellas nada que se parezca a una teoría, siquiera parcial, de la argumentación. La lógica formal es sin duda una teoría (o incluso dos: una teoría de la demostración y una teoría de los modelos), aunque no de la argumentación; la lógica informal por su parte trata de la argumentación, pero no teóricamente; en cuanto al critical thinking, se trata de una amalgama de elementos diversos, tanto formales como informales. Por su parte, Perelman y Olbrechts-Tyteca lo que lograron (y tiene mucho mérito) fue despertar el interés por los esquemas argumentales, un tema central aunque refractario a la teorización, algo así como el pariente pobre de la forma lógica. Finalmente, Toulmin lo que hizo fue crear un innovador e importante modelo alternativo general para los argumentos ordinarios. En ninguno de ellos, como tampoco en los demás autores que les precedieron y sucedieron nos encontramos todavía con una teoría de la argumentación. Este juicio se pretende puramente descriptivo, no valorativo; muchas cosas que no son teoría pueden tener un gran valor. Todavía podría pensarse que los enfoques formales acerca de la argumentación (Lorenzen, Hamblin, Barth, Hintikka) son ejemplos de teoría de la argumentación; pero cualquiera que se asome a ellos verá que el interés lógico priva sobre el propiamente argumentativo. Para no ser incompleto, cabría mencionar por último el trabajo de Anscombre y Ducrot (1983), del que diría que su teorización es altamente heterodoxa respecto del mainstream de la lingüística e infla el concepto de argumentación al grado de hacerlo prácticamente idéntico con el de comunicación, en una especie de reductio as absurdum, de la que en mi opinión la ha comenzado a rescatar la labor extraordinaria de Marraud (2013).
10 La pragma-dialéctica estándar cuenta además con un estupendo libro de texto (van Eemeren, Grootendorst & Snoeck Henkemans, 2002; tr. esp. 2006) y pronto habrá un tratamiento similar para la pragma-dialéctica extendida (van Eemeren, comunicación personal). En el cap. 22 de este libro el lector encontrará un breve comentario de los méritos del libro de texto mencionado.
11 De esta tercera capa en principio debe desprenderse una cuarta, de carácter pedagógico, en la que el punto es enseñar a los estudiantes a argumentar. Sobre esto véase la nota anterior. Los dos últimos capítulos de van Eemeren, Grootendorst y Snoeck Henkemans (2002) buscan capacitar a los lectores para producir y presentar sus propias argumentaciones sobre la base de la capacitación previa en la identificación, análisis y evaluación de argumentos. La presentación oral y escrita de argumentos serían así el tema final del programa pragma-dialéctico, al cual solamente se podrá hacer justicia según surjan resultados sólidos de la investigación empírica y aplicada.
12 Huelga decir que Platón probablemente habría objetado a ciertos aspectos de la doctrina aristotélica; pero nadie hasta ahora ha propuesto una versión alternativa que haga justicia a las peculiaridades de la visión platónica y satisfaga a los eruditos. Igualmente podemos decir que la disputatio en general, y la disputatio de obligationibus en particular, carecen de uno u otro de los elementos enlistados arriba. En cuanto al debate parlamentario y el escolar derivado de este, podemos decir que los manuales al uso utilizan alguna versión más o menos híbrida e incompleta del modelo tradicional de las falacias; y las propuestas que en su momento hicieran Bentham (1816, 1824) y después Mill (1843, lib. V) y Pareto (1916), no han sido nunca incorporadas a una teoría de la manipulación política. Desde Hamblin (1970) ha quedado claro que las falacias, motor primero de cualquier teoría de la argumentación, son el talón de Aquiles de prácticamente cualquier propuesta teórica que se haga (cf. Bermejo-Luque, 2014). Sobre el tema de las falacias y los intentos de teorizar acerca de ellas contamos ahora con un estudio histórico de gran elegancia y profundidad en Vega Reñón (2013).
Notas preliminares
Nota a la traducción
El inglés de van Eemeren es excepcionalmente claro, sencillo y directo. Es claro que no tiene ninguna pretensión literaria, lo cual es en más de un sentido digno de agradecimiento. El autor recurre con cierta frecuencia a repeticiones de tal o cual aspecto, a menudo elemental, de su teoría de la argumentación. Esto ofenderá el sentido estilístico de algunos y pondrá a prueba la paciencia de otros. Por mi parte, considero que van Eemeren tiene siempre dos razones para hacerlo que son ambas muy respetables. Una, y probablemente la principal, es que prefiere repetir de más a correr el riesgo de perder a su lector. Por ello, a quien considere que ya entiende suficientemente el punto de que se trata y no necesita que se le reitere yo le invito a que sobrevuele el pasaje sin detenerse en detalles conocidos. La segunda razón, de particular importancia en artículos publicados en revistas diferentes, es la de mantener la coherencia del texto. En cada artículo se trata naturalmente de algún aspecto diferente de la teoría, pero al autor le importaba que se viera con claridad su vínculo con otros más elementales y lógicamente anteriores.
Dada la complejidad de la teoría, van Eemeren ocasionalmente utiliza oraciones largas y con una estructura sintáctica compleja, en las que el número de sintagmas y cláusulas incrustadas supera al usual. Sin embargo, nunca lo hace cuando no es necesario y muy rara vez resultan tales oraciones obscuras. En todos los casos que lo parecieron, le propuse interpretaciones alternativas al autor, a quien agradezco su amabilidad y su paciencia aparentemente sin límites. El texto en español contiene en ese sentido ciertas mejoras respecto del original, todas ellas aprobadas por van Eemeren. En algunos casos, sobre todo pensando en los principiantes, se optó por añadir notas a la traducción, aclarando tal o cual término o principio, pero nunca sin obtener el consentimiento del autor. Todas las notas del traductor están contenidas entre corchetes; y cuando son largas van acompañadas de la leyenda “nota del traductor”, para que no quede duda.
Por otra parte, el vocabulario que van Eemeren utiliza es chico y se percibe siempre un esfuerzo por no alejarse demasiado del habla cotidiana. El uso de sinónimos es