voy ser más feliz”, dicen algunos, pero la Biblia dice: “No cometerás adulterio” (Éxodo 20:14). Otros piensan: “Siento que este trabajo va a ser mejor remunerado y ese dinero me va a sacar de apuros”. Pero si esa “plata” usted la obtiene a través del robo, del fraude o del engaño, la verdad es muy diferente a lo que usted siente. Usted debe ser guiado por la verdad y no por lo que siente. Ríjase por lo que está escrito en la Biblia y así nunca perderá el camino. Muchas mujeres dicen también: “Me quiero casar con ese hombre, pues siento que se va a convertir.” Este es el engaño más grande en el que una persona puede caer, pues la Biblia dice: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos” (2 Corintios 6:14). La vista y los sentimientos son engañosos y no son guía. Debemos ser guiados por la fe. Pero, ¿qué es la fe? Es creer lo que Dios dice en su Palabra.
La Soberanía de Dios y el Libre Albedrio
Finalmente, analicemos la crucifixión de Jesús. El apóstol Pedro dice: “Porque verdaderamente se unieron en esta ciudad [de Jerusalén] contra tu Santo Hijo Jesús, a quien ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel, para hacer cuanto tu mano y tu consejo habían antes determinado que sucediera” (Hechos 4:27-28).
Pilato, Herodes y todos los que se juntaron para matar a Cristo hicieron lo que Dios les permitió hacer. Nadie le puso una mano encima a Cristo sin que Dios lo permitiera. Pero al mismo tiempo, sus verdugos fueron condenados en el infierno. Esta aparente incongruencia entre lo que Dios permite y la responsabilidad humana, es lo que va a ser el centro de nuestra reflexión.
Comencemos a despejar incógnitas para limpiar nuestro camino y verlo más claramente:
¿Significa esto que Dios es el creador del mal?
La Biblia nos dice: “La corrupción no es suya; de sus hijos es la mancha, generación torcida y perversa” (Deuteronomio 32:5). Y Salomón escribió: “He aquí, solamente esto he hallado: que Dios hizo al hombre recto, pero ellos buscaron muchas perversiones” (Eclesiastés 7:29). Estas Escrituras nos revelan que Dios ha permitido el mal dentro de sus propósitos eternos, pues si Él no tuviera el control de todo lo que sucede, el universo sería un caos. Pero que Dios haya permitido la maldad que entró al universo, no significa que Él es el Creador y autor del mal.
Cuando Dios creó a Lucifer, creó a un ser que no tenía igual en el universo. No había serafín, querubín, ángel o ser viviente más perfecto, sabio, bello, hermoso y dotado de conocimiento e inteligencia que Lucifer (significa: “El que porta la luz”). Al mismo tiempo, Dios le dio a Lucifer la libertad de escoger entre el bien y el mal, y con esto, la posibilidad de rebelarse contra Él; de otra manera, ¡habría sido un robot!
De la misma manera, Dios creó a Adán y Eva como seres perfectos. Dios creó al hombre recto, pero le dio la posibilidad de escoger entre el bien y el mal y de elegir entre un camino u otro; de otra manera, ¡Dios habría creado una raza de robots!
Dios le dio al ser humano el libre albedrío. Este fue un riesgo que Él tomó porque sabía que al darle a sus criaturas la capacidad de escoger, posiblemente se rebelarían. Sin embargo, Dios anticipó que todo esto iba a suceder y si Él no lo hubiera permitido, habría sido un universo donde todos hubiéramos amado a Dios mecánicamente, diciéndole “Te amo, te amo”, como quien le da cuerda a un juguete, sin la posibilidad de amarlo libremente, y por lo tanto, sin la capacidad de amar. Nadie puede forzar a alguien a amar, pues no sería amor verdadero. Si no pudiéramos escoger y determinar entre el bien y el mal libremente, no seríamos agentes morales libres y responsables de nuestras acciones, y esto es algo muy importante que tenemos que entender.
¿Por qué sufren los justos?
No debemos asumir tampoco que siempre que ocurre una tragedia o un desastre significa que estamos bajo maldición o que nos cayó el juicio de Dios. Cuando nos adelantamos y comenzamos a decir que lo que le sucedió a tal o cual persona fue porque se lo merecía, en ese momento nos estamos erigiendo como jueces. Debemos tener mucho cuidado de no caer en la trampa en que cayeron los amigos filósofos de Job. La serie de tragedias que le sucedieron a Job reflejan la hostilidad, el odio y la animosidad de Satanás contra el pueblo de Dios. Este libro comienza diciendo que “era este [Job] hombre perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal” (Job 1:1). Estas características no quieren decir que Job fuera como Jesús (sin pecado), o que él no fuera un ser humano, pues la palabra perfección, en el hebreo “tamim”, y en el griego “teletastai”, significa “maduro, completo humanamente”.
La madurez de Job era la de un hombre completo, cabal, pero no sin pecado, pues a través de todo el libro lo encontramos enfrentando calamidades: perdió a su familia, perdió a sus hijos, perdió sus propiedades y además de todo eso, también perdió la salud (estaba enfermo de la punta de los pies hasta la coronilla de su cabeza). Y en medio de toda esta desesperación, Job le dijo a Dios tres o cuatro veces: “¿Por qué vi la luz? ¿Para qué nací? ¿Por qué son todas estas desgracias que me han pasado? ¿Cuál es la razón de mi existencia?” (ver Job 3). Job expresó algo que es normal en un ser humano que ha atravesado por diversas tragedias y notemos que Dios no se enojó porque él le hizo todas
estas preguntas. Job no le reclamó a Dios de manera desafiante y grosera: “¡¿Por qué me pasó esto!? ¿Dime por qué?!”. Son las mismas palabras anteriores, pero con diferente actitud. Dios no se enoja porque usted caiga de rodillas y lo cuestione sobre su vida con una actitud de quebrantamiento, pues cuando Él ve ese espíritu quebrantado, manifiesta su misericordia y muestra las razones, muchas veces semanas o meses después, por las cuales nos sucede lo que nos sucedió.
Dele usted la oportunidad a Dios de hablarle y acérquese a Él como el soberano gobernante del universo. ¡Cuidado con el orgullo y la soberbia! Dios no le va a contestar con esa actitud desafiante. Él le contestó a Job por su humildad, pues nunca pretendió ser soberbio y por eso le permitió que expresara sus más profundos sentimientos de desánimo y angustia. Más adelante, Jehová exhibe a Job como un ejemplo delante de Satanás, diciendo: “¿No has considerado a mi siervo Job?” (Job 2:3).
Dios le dice esto al diablo porque anteriormente, Satanás le había dicho que Job vivía feliz y lo adoraba porque Él lo protegía y lo bendecía. Dios tuvo que responder a esa acusación de Satanás, para que los mismos ángeles fueran testigos y su carácter santo y justo se vindicara. De esta manera aprendemos a través de la vida de Job que sí hay personas que mantienen su integridad y siguen amando a Dios a pesar de perderlo todo. No aman a Dios por lo que reciben de Él, sino simplemente porque… ¡Él es Dios!
Tenemos también a los mártires del Coliseo Romano, durante los primeros siglos del cristianismo, que fueron devorados por los leones, quemados como antorchas humanas, despojados de todos sus bienes y jamás negaron su fe, sacrificando sus vidas a Dios. Lo amaron simplemente por lo que Dios es y no por lo que Dios les dio.
Dios le estaba diciendo a Satanás: “Quiero mostrarte a un hombre que me ama y me sirve no por lo que le doy”; y Satanás y le dice: “¡No es cierto, te ama por lo que le has dado, pero si le quitas todo, comenzará a renegar de ti!” Job pues, es el ejemplo del ser humano que ama sinceramente a Dios y que no busca al Dador de dones o beneficios, sino al Dios que merece ser adorado por lo que Él es y significa para nuestra vida.
Dios estaba al mismo tiempo, ejerciendo su control soberano poniendo límites a las acciones de Satanás: “Y dijo Jehová a Satanás: He aquí que todo lo que tiene está en tu mano; solamente no pongas tu mano en él” (Job 1:12). Satanás no puede hacernos nada si Dios no se lo permite. Si algún demonio entra a su vida y le empieza a causar problemas físicos o mentales, es porque Dios se lo permitió. La pregunta es: ¿Por qué lo permite? Porque cuando Dios permite un ataque demoníaco en nuestra vida, generalmente se trata de una disciplina o por haberle cedido nosotros derechos al diablo por pecados no confesados.
Hay excepciones, como Job y Pablo. Éste último recibió a un mensajero de Satanás que le envió una enfermedad y Dios lo permitió para mantenerlo humilde (2 Corintios 12:7).
¿Cómo saber cuándo Satanás nos ataca por nuestros pecados o por un juicio de Dios? Cuando Dios permite que el diablo nos toque (como en el caso de Job), es porque