sonó el timbre anunciando la llegada de alguien a la casa. Como Ana y Pablo estaban en su recámara terminando de prepararse, Florencia no tuvo opción y abrió la puerta. Se quedó helada al ver a Fernando parado frente a la entrada, mirándola con una sonrisa seductora que la dejó sin aliento. La barba apenas visible, el pelo corto a los lados y con flequillo despeinado, la sonrisa cautivadora y la mirada penetrante le recordaron lo peligroso que era. Siempre le había gustado dársela de chico malo, y se le daba muy bien cuando dibujaba en su rostro esa media sonrisa y miraba con esos ojos escrutadores.
Llevaba puesto un jean negro chupín y una camisa rosada que se le adhería al torso dejando entrever su cuerpo musculoso y trabajado. La llevaba arremangada hasta los codos. Era la viva imagen del hombre sexi y peligroso, toda una tentación para las mujeres. No estaba preparada para volver a verlo tan pronto y menos tan atractivo. Su porte la había excitado y solo la hacía desear perderse en su cuerpo. Hacía mucho que un hombre no hacía que se sintiera así de excitada con su mera presencia y con solo respirar su mismo aire.
Pablo no le había comentado que Fernando era la persona que lo pasaría a buscar para llevarlo a su fiesta de despedida. Si bien había hecho mención de que tendría chofer, nunca dijo de quién se trataba y se lamentaba por no haber preguntado. De haberlo sabido, hubiera estado preparada mentalmente, incluso se hubiera refugiado en su dormitorio para no cruzarse con él. Aún no podía creer que había vuelto a su vida y le costaba lidiar con el hecho de que tenía que acostumbrarse a verlo casi a diario. Verlo le provocaba un sinfín de emociones. Se asombraba que siguiera afectándola como dieciséis años atrás. Le robaba el aliento ver que seguía siendo igual de sexi y que su cuerpo se excitara con solo mirarlo. Le dolía que la siguiera tratando con indiferencia y que no hiciera ningún comentario sobre su pasado juntos. También recordaba el dolor que seguía sufriendo por su culpa, y que la había abandonado cuando más lo necesitaba.
Lo hizo pasar antes de que se percatara de su turbación, haciéndose a un lado para que entrara. Fernando le dio un beso en la mejilla y le dijo al oído lo bella que estaba, aprovechando la cercanía. Florencia sintió un estremecimiento por todo el cuerpo ante aquel simple contacto y se apartó rápidamente para que Fernando no notara cómo la afectaban su cercanía y sus palabras. Cerró la puerta y se tomó unos segundos para recobrarse, respiró hondo y se giró para hacerle frente. No debía olvidar que él formaba parte de un pasado, que debía olvidarlo, aunque le desgarrara el alma. Él estaba a punto de casarse, como se había enterado esa tarde; esa noticia que la impactó sobremanera. Si bien sabía que tenía novia, su corazón, en lo más profundo, había guardado la esperanza de que fuera una aventura pasajera y quizás pudiera nacer una nueva relación entre ellos. Pero un casamiento cambiaba rotundamente las cosas.
Fernando estaba a punto de iniciar una nueva vida y ella no pintaba nada allí, como nunca lo pintó. Se lo había dejado bien en claro hacía ya dieciséis años y no debía olvidarlo jamás. Si ella lo seguía amando a pesar de todo el dolor que le provocó, era un problema de ella y solo ella debía resolverlo. Fernando, con su indiferencia, le estaba dejando clara su postura: ella formaba parte de su pasado y seguiría allí. La vida le había dejado claro que Fernando no era hombre para ella y, si había guardado alguna duda a lo largo de esos años, se lo volvía aclarar. Fernando no era para ella y nunca lo sería. Tendría que lidiar nuevamente con el duelo de perderlo a pesar de no haberlo tenido jamás.
—Pablo no tarda en bajar —le dijo luego de aclararse la garganta, pero a pesar de su esfuerzo la voz le tembló. Le hizo señas para que pasara a la sala de estar—. Puedes esperarlo sentado —le ofreció con un nudo en la garganta. Tenerlo tan cerca la sofocaba y aprovechó para sentarse ella también. Le temblaba el cuerpo y no quería que Fernando lo notara.
—Gracias. —Se sentó en el sillón de al lado para estar bien cerca.
—¿Tuviste suerte anoche? —preguntó Florencia sin rodeos.
Conocía demasiado bien a los hombres como Fernando. Si bien iba a casarse, no creía que fuera hombre de una sola mujer. La forma en que la había mirado cuando le abrió la puerta y las palabras susurradas a su oído cuando la saludó se lo confirmaban. Ya había caído en sus redes una vez, no lo haría una segunda ocasión. Tantos años de sufrimiento le habían enseñado a no ser tan ingenua. Si bien sabía que su pregunta había sonado fuera de lugar e impertinente, debía dejarle claro que su presencia y su cercanía no la afectaban y que con ella no conseguiría nada. Fernando la miró como si no lograra comprender su pregunta.
—¿A qué te refieres? —le preguntó confuso. No entendía a dónde quería llegar con esa pregunta tan impertinente y fuera de lugar.
Le molestaba que le preguntara eso y que, además, fuera tan directa y se mostrara fría y desafiante. Había ido al boliche solo para verla a ella e intentar descifrar qué le pasaba porque no podía sacársela de la cabeza, y ella lo trataba como si fuera un mujeriego sin darse la posibilidad de conocerlo. Incluso esa noche había llegado un rato antes para tener la posibilidad de hablar con ella sin interrupciones, para conocerse un poco.
—Es una pregunta muy sencilla. Solo quería saber si lograste romperle el corazón a alguna jovencita —le preguntó con malicia, como si fuera una pregunta muy normal.
Florencia no podía con su mal genio. Si bien se había repetido una y otra vez que debía olvidarse de él y comportarse como si no lo conociera, necesitaba desahogar la frustración que sentía por su cercanía e indiferencia. Si lo tenía que hacer con pequeñas indirectas, lo haría; quizás así lograra calmar lo que le provocaba y, de paso, si tenía un poco de suerte, lograría que aceptara que la conocía y dejara ese teatro de lado. Fernando la miraba desconcertado, con una expresión de asombro dibujada en su bello rostro; rostro que a pesar de los años transcurridos recordaba con claridad.
Él seguía conservando su apariencia de chico malo, el cuerpo trabajado como resultado de varias horas de gimnasio, su piel morena más bien clara, esa sonrisa que cada vez que asomaba en sus labios gruesos la volvía a cautivar con la misma intensidad con que lo hizo en su juventud. Debía de dejar de mirarlo, de recordar cada parte de su fisonomía y de recrearse en ella. No debía olvidar que formaba parte de su pasado y debía seguir allí, aunque le hubiera gustado que no la evadiera como lo estaba haciendo y reconociera que tuvieron un pasado.
—No fui con esas intenciones —le aclaró molesto ante su impertinencia. Le fastidiaba que pensara eso de él, aunque esas palabras le hacían pensar que encerraban algo más. Estaba tenso. Esa mujer lo desconcertaba, esa voz le resultaba familiar pero no lograba saber de dónde.
—Cierto, qué tonta de mí. Cómo voy a pensar eso de un hombre que está a punto de dar el sí —le dijo sonriéndose y burlándose de él.
—¿Te molesta que me case? —le preguntó con una sonrisa alegre y maliciosa. Si ella quería divertirse a su costa, él también lo haría; le seguiría el juego, no perdería nada al hacerlo. Quizás de esa manera lograría sonsacarle algún tipo de información que lo ayudara a aclarar los sentimientos que ella le despertaba y el motivo de su mala actitud para con él.
—Dime, ¿por qué crees que me molesta que te estés por casar, si apenas nos acabamos de conocer? —le preguntó indiferente, aunque deseó decirle otras cosas, como «Lo que me molesta es que me trates como una completa desconocida».
—En eso tienes razón. No nos conocemos tanto como para pensar eso, aunque hay algo en tu forma de tratarme que me hace creer lo contrario. —Se acercó unos centímetros más a ella—. Desde que te salvé de caer en medio de la calle, te mostraste impertinente y recelosa, típico de cuando uno se encuentra con alguien que le cae mal —le hizo saber su impresión—. Fue como si te molestara mi presencia, por eso fui al boliche anoche… —La miró a los ojos buscando algo en ella que la pusiera en evidencia—. Quería intentar entender qué ocurre con nosotros, quería hablar contigo, pero no tuve suerte —reconoció molestó. Sus ojos demostraron furia.
—Cierto, no voy a discutir que me he mostrado un tanto insolente. Es que tu rostro me recuerda al maldito que me destrozó la vida —le dijo esperando que él dijera algo al respecto. No iba a ser ella quien reconociera que se conocían. Como se había