loco y sin saber por qué deseó perderse en esos labios y recorrer cada centímetro de ese cuerpo con sus manos. Su mente se lo pedía a gritos y su corazón latía descontrolado y ansioso por a sentirlos. No entendía por qué sentía, en el fondo de su ser, que ya lo había hecho miles de veces.
—Supongo que no podrá ser. Me urge entrar —le dijo y entró al baño rápidamente. Necesitaba alejarse de él; poner, de momento, una puerta de por medio.
Tenerlo cerca no deparaba nada bueno, todo lo contrario, hizo que deseara perderse en esa boca con la que había fantaseado por años a pesar de saber que no la amaba y que había jugado con ella. No podía permitirse ser débil, ya no era una muchachita ingenua. Debía pensar antes de actuar y no podía dejarse guiar por el corazón, porque por escucharlo se lo destrozaron y a pesar del tiempo que había pasado seguía pagando las consecuencias.
—Pero… —no logró preguntarle nada. Florencia no le había dado la oportunidad y, por la manera en que se había escabullido, tampoco lo haría.
Si sus ojos y su voz no lo dejaron en paz a lo largo del tedioso día, el aroma de su perfume y el diminuto vestido que lucía lo perseguirían por años. Volvió frustrado a la mesa. Más que nunca necesitaba de un trago fuerte. Por esa noche sabía que no iba a lograr develar el misterio que encerraba esa mujer. Tenía que encontrar el momento indicado para hablar con ella si quería entender.
4
A pesar de estar sentados en la misma mesa, logró mantener las distancias y evitar conversaciones con Fernando. La llegada de otros de sus amigos la ayudó a relajarse un poco y volver a ser, por momentos, la Florencia divertida y distendida que todos conocían. A pesar del esfuerzo terrible que hacía para no mirarlo, no podía evitar que sus ojos se desviaran hacia él y se lo devoraran enterito. Si bien habían pasado varios años desde su último encuentro, Fernando seguía igual de sexi y para su desgracia, aún más. Los años habían sumado madurez a su belleza, y le sentaban perfectamente. Por momentos sentía la necesidad de salir huyendo de ese lugar y poner más distancia con Fernando. Si bien no habían cruzado palabras más que las intercambiadas en la puerta del baño, necesitaba alejarse de él lo más que pudiera, porque tenerlo cerca despertaba sentimientos que quería acallar.
Fernando no intentó ningún tipo de acercamiento y eso le producía sentimientos encontrados. Por un lado, se sentía agradecida porque no sabía cómo hubiera reaccionado de no haber sido así. Por el otro, la enojaba sobremanera porque eso solo le recordaba que no había significado nada en su vida. Cada vez le costaba más contener la imperiosa necesidad de decirle todo lo que tenía guardado en el fondo de su corazón, y si eso sucedía, solo saldrían de su boca palabras hirientes y oscuras de las que luego se arrepentiría. Tuvo que contener su lengua viperina en varias ocasiones para evitar preguntarle con cuántas mujeres se había divertido en su juventud y si eso le traía satisfacción. Si hubiera estado presente su novia, dudaba que hubiera podido controlarse; seguramente lo hubiera atosigado con una serie de preguntas impertinentes para hacerlo sentir incómodo, calmando su sed de venganza.
Necesitaba descargar la tensión que sentía y solo había tres maneras de lograrlo. La primera era gritar hasta quedar afónica, la segunda era teniendo sexo duro hasta caer rendida, y la tercera era bailar hasta que los pies se le ampollaran. La primera opción la descartó de inmediato, no quería quedar como una loca delante de sus amigos. La segunda la descartó ni bien Esteban le contó que estaba saliendo con una chica que había conocido hacía un tiempo y con quien las cosas parecían marchar bien. Así que se decantó por la tercera opción; bailar hasta que sus pies se ampollaran, y, si tenía algo de suerte, quizás conociera a alguien con quien pudiera llevar a cabo la segunda opción. Sin dilatar más el momento, propuso al grupo acercarse hasta un boliche para bailar. Como era de esperar, no todos se mostraron de acuerdo, ya que al día siguiente algunos tenían que levantarse temprano para trabajar, entre ellos Fernando y Pablo; pero como también era de esperar, Esteban y Ana no dudaron en prenderse a su propuesta.
Se pusieron en marcha inmediatamente. Ella iba al frente del grupo, enojada consigo misma porque se sintió desilusionada ante la negativa rotunda de Fernando a acompañarlos… aunque lo que más quería, cuando propuso salir a bailar, era poner kilómetros de distancia entre ellos para aclarar sus pensamientos contradictorios y olvidarse por un momento de él.
La cola para entrar era de una cuadra, pero como siempre sucedía, ellos no la hicieron y se acercaron a la entrada donde se encontraba un amigo de Esteban, quien los hizo pasar apenas los vio acercarse. Una vez dentro, Esteban desapareció sin decirles nada, dejándolas completamente solas entre ese mar de gente joven y con las hormonas revolucionadas. Se acercaron a la barra y pidieron un par de tequilas, su bebida favorita. La noche recién empezaba y a pesar de haber tomado varias cervezas, Florencia aún no tenía la mente nublada como pretendía. Primero, brindaron por la felicidad de Ana y a la cuenta de tres lamieron la sal de la mano, tomaron de un trago el tequila y chuparon el limón. Gritaron para liberar el ardor que les dejó el líquido cuando bajó por sus gargantas quemando todo a su paso. Repitieron la secuencia por segunda vez, con grito y todo, luego de brindar por su amistad. Estaban riéndose tanto por su comportamiento anormal que no se percataron de que Esteban se acercaba a ellas con una chica de la mano y, sin rodeos, se las presentó como su novia.
Ambas se quedaron de piedra. Primero, porque Esteban acababa de presentar a su novia, cosa que jamás había sucedido desde que se conocían; y segundo, porque frente a ellas estaba de pie una jovencita varios años menor que ellas, vestida para infartar. Llevaba un vestido diminuto, al cuerpo, de color rojo sangre; tenía piernas delgadas y bien torneadas, piel bronceada, cintura de avispa, senos grandes, rostro de modelo, ojos azules y para completar el esquema, su pelo era lacio, largo y de un rubio platino. Era una mujer envidiablemente perfecta. Sin dudas, la envidia de las de su raza. Se acercó a ellas, que la miraban embobadas, y las saludó con un abrazo afectuoso, feliz por haberlas conocido finalmente.
—Es un gusto conocer a la persona que finalmente logró atrapar en sus redes a Esteban —le dijo Ana a Micaela luego de salir de su asombro—. Ahora entiendo por qué no querías presentarla —le dijo a Esteban quien se rio con su comentario.
—Micaela, tienes que contarnos cómo hiciste para atraparlo —le dijo Florencia, a los gritos para hacerse entender por sobre la música.
Florencia estaba feliz por Esteban. No le molestaba que se hubiera enamorado de otra mujer, era algo que siempre había deseado. Tampoco sentía celos, lo apreciaba mucho pero solo como amigo y quería lo mejor para él, y si para él Micaela era lo mejor que le podía pasar en la vida, la aceptaba con los brazos abiertos.
—Por supuesto, cuando quieran —dijo feliz por haber sido recibida tan bien—, pero por favor llámenme Mica, así es como me llaman mis amigos. —A pesar de haberlas conocido en ese momento, las consideró inmediatamente como tales.
—Me hace feliz que estén juntos y enamorados. Para serte sincera, me caes muy bien; así que bienvenida al grupo —dijo Ana un poco más achispada que de costumbre.
—Esto se merece un brindis —dijo Florencia aprovechando el motivo para atiborrarse de alcohol. Se giró hacia la barra y pidió cuatro tequilas—. ¡Tomamos a la cuenta de tres! —Todos asintieron con sus vasos en las manos—. Uno, dos, tres. —Y al mismo tiempo los cuatro repitieron el ritual para tomarse el tequila.
—¿Otra ronda? —preguntó Micaela y Florencia asintió completamente de acuerdo. Le hizo señas al barman para que les preparase otra ronda de chupitos.
—Brindemos por una nueva amistad —dijo Ana cada vez más achispada y todos entrechocaron sus vasos. Contaron hasta tres antes de beber el tequila de un trago sin cumplir el ritual del limón y la sal.
El tequila estaba obrando su milagro. Al fin había apaciguado el mal genio y el torbellino de pensamientos de Florencia, que no la habían dejado disfrutar plenamente de la noche junto a sus amigos. En ese momento, ella solo quería disfrutar del resto de la noche, bailar, saltar y vibrar al ritmo de la música. Tomando de la mano a Ana y a Micaela, las arrastró hacia la pista y se pusieron a bailar al ritmo de la música. Esteban no se quedó