Yanina Vertua

Amor predestinado


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todavía. Florencia y Ana bailaban como poseídas por el demonio. El alcohol había nublado sus acciones y dejaron que sus cuerpos se movieran libres al compás de la música. Esteban y Micaela bailaban bien pegaditos, frotando sus cuerpos, elevando la temperatura a su alrededor. Florencia, al verlos, deseó tener a Fernando a su lado para bailar de esa manera y recordar viejos tiempos, pero así como lo había deseado, se recriminó por querer algo que no necesitaba ni quería en su vida. No debía olvidarse de que Fernando era quien la había abandonado y quien no quiso nada con ella. Tenía que recordarlo si no quería volver a salir lastimada. Pasado su momento de debilidad, continuó disfrutando de su baile sensual junto a Ana. Bailaba como lo hacían en su juventud, bien pegaditas, meneando y contorneando sus cuerpos al compás de la música. Varios jóvenes a su alrededor las miraban con lujuria y alucinados ante su despliegue de sensualidad.

      Florencia vio a Pablo apoyado en la barra con un vaso de cerveza en la mano, observándolas con ojos ardientes de deseo. Como sabía cuánto lo ponía a su amigo ver bailar tan suelta y desenfrenadamente a su futura señora, se acercó más a ella y la instó a bailar de manera más sensual y provocativa. Darle el placer de ver bailar a su futura esposa con movimientos lujuriosos iba a ser su regalo de soltero. Pablo seguía manteniendo las distancias, deleitándose con su baile sensual, hasta que Florencia le hizo señas para que se acercara a Ana, que estaba cada vez más excitada, y lo mismo mostraba el rostro de él. Le dijo a Ana que iría a la barra por bebidas y la obligó a quedarse bailando para no perder el lugar.

      Pablo, que se había acercado lentamente, mezclándose entre la gente para no ser descubierto, se paró detrás de ella. Ana se quedó quieta al notar que un cuerpo se pegaba a su espalda y que unas manos se cerraban con fuerza a sus caderas. Quiso girarse para plantarle cara al ser que se dignaba a tocarla de esa manera tan íntima, pero la fuerza con que la sostenía era demasiada para ella y no pudo lograr su cometido. Quiso llamar a Florencia para que la ayudara a deshacerse del individuo, pero no la localizó por ningún lado. Se quedó perpleja cuando el individuo le corrió el pelo del cuello y acercó su rostro para inspirar su aroma; no podía creer semejante desfachatez, pero nada podía hacer para alejarlo. El ronroneo que emitió y la manera en que se meneó contra su cuerpo le resultaron conocidos. Solo había una persona que la agarraba de esa manera y se deleitaba con su aroma.

      Florencia observaba la escena a la distancia, con una gran sonrisa dibujada en sus labios. Si sus amigos eran felices, ella también lo era. Observó cómo el rostro de Ana cambió de semblante cuando se percató de que se trataba de Pablo y no de un desconocido que la aferraba con fuerza, por la espalda. Conocía demasiado bien a su amiga como para saber que, si bien no tenía inconveniente en salir sola, no podía estar mucho tiempo alejada de su gran amor. Y sabía que a Pablo le pasaba lo mismo, por eso no le extrañó verlo apoyado en la barra, embobado, observándola bailar.

      Pidió un tequila. Si bien tenía la mente nublada por el alcohol, necesitaba nublarla más. Sus pensamientos la traicionaban y le hacían desear lo que una vez tuvo; pero la vida se había burlado de ella, o mejor dicho: Fernando se había burlado de ella.

      En cuanto se acercó a la barra, lo primero que hizo fue buscar a Fernando entre la gente, y eso no se lo podía permitir; debía dejarlo en el pasado como había hecho él. No debía olvidar que, gracias a Fernando, que había jugado con su inocencia, había perdido la fe en los hombres y en el amor. Tenía que olvidarse de él y dejar sus sentimientos en el pasado, donde siempre debieron estar. Tenía que lograr en poco tiempo lo que no pudo hacer en dieciséis años, que le dejara de doler su abandono y olvidarse de que lo amaba. Esos sentimientos tenía que desterrarlos de su corazón. Tenía que lograrlo costara lo que le costara, sin importar si para hacerlo quedaba vacía por dentro, más vacía de lo que ya estaba.

      Miró a la gente a su alrededor, buscando a alguien con quien pudiera terminar la noche, alguien que no fuera parecido a Fernando, sino todo lo contrario a él. Las mujeres también podían jugar el mismo juego que los hombres y ella lo iba a hacer… como lo había hecho muchas veces. Necesitaba satisfacer sus necesidades y para eso debía encontrar a un hombre que pudiera estar a la altura.

      —¿Buscas a alguien? —le preguntó una voz grave al oído.

      —A ti —le contestó sin evasivas, luego de girarse y de pasear su mirada por el musculoso cuerpo que tenía parado frente a ella.

      Era tan hermoso y perfecto que se quedó aturdida. Si no estuviera pasando por el caos de sentimientos que la estaban torturando, quizás lo hubiera mirado con otros ojos y no como a alguien que necesitaba para terminar de deshacerse de la tensión que experimentaba. Le agradó que se acercara a ella cuando a su alrededor había chicas muchos más jóvenes y lindas, ahorrándole el trabajo de encontrar a un compañero de noche.

      —Veo que te andas sin rodeos —le dijo impresionado por su sinceridad y mirándola con hambre, con deseo, acercándose bastante para que pudiera escucharlo.

      —Me gusta ser directa —le dijo al oído con voz sensual. Ese hombre era la personificación del sexo. Se imaginó esas manos recorriéndole su pálida piel y se estremeció ´de cuerpo completo.

      —Te noto muy sedienta. —Él usó el doble sentido.

      —Atrevido… —Fue su respuesta, dejando en claro que entendía su indirecta. Se mordía el labio inferior; le gustaba provocar a los hombres, jugar con ellos. Estaban tan cerca que podía sentir el calor que desprendía su cuerpo.

      —Me gusta serlo cuando encuentro lo que ando buscando —dijo con voz ronca.

      —Somos dos. —Puso su mano sobre su pecho y le gustó sentir la dureza de sus pectorales debajo de la camisa—. ¿Qué te parece si primero me invitas un trago? —le sugirió.

      —Tus deseos son órdenes. —Hizo señas al barman para que le pusiera dos chupitos—. Fue lo único que te vi tomar esta noche —con ese comentario le dejó claro que la había estado observando desde hacía un buen rato.

      —Eres muy observador —le dijo antes de entrechocar sus vasos y tomarse de un trago el tequila.

      —Para serte sincero, el vestidito fue lo primero que llamó mi atención cuando cruzaste la puerta de ingreso, y supongo que te lo pusiste con la idea de atraer miradas —le dijo al oído, con voz ronca cargada de deseo.

      —Cumplí con mi objetivo —le dijo con picardía.

      —Vaya que sí. Desde ese momento no pude quitarte ojo de encima. Además, eres muy linda y tienes un cuerpo perfecto… —la rodeó con el brazo por la cintura, atrayéndola contra él para que notase su dureza— y con el espectáculo que montaste con tu amiguita solo lograste seducirme más. —Acercó su rostro hasta casi rozar sus labios—. Me traes loco —remató su confesión.

      —¿Te imaginabas bailando conmigo? —le preguntó con voz seductora para provocarlo sin dejar de mirarlo fijamente.

      —Me imaginé tantas cosas —le dijo al oído con voz cargada de deseo. Aprovechó la cercanía para inspirar su aroma y rozarle el cuello con sus labios.

      —¿Cómo te gustaría terminar esta noche? —Usó apenas un hilo de voz mientras disfrutaba de las atenciones que su cuello estaba recibiendo y de cómo su cuerpo empezaba a arder.

      —Contigo en mi cama —le dijo sin rodeos—. Me gustaría demostrarte lo que es un hombre de verdad. —Sus palabras eran más que directas, le estaba ofreciendo sexo del bueno. Le acarició las piernas hasta casi rozar su entrepierna para demostrarle que le hablaba muy en serio.

      Florencia se giró y pidió otra ronda de tequilas, como si esas manos no la hubieran excitado. Necesitaba apagar el incendio que había empezado a arder en su interior. Sus deseos se estaban haciendo realidad: el hombre que tenía parado frente a ella y que la rodeaba por la cintura con su fuerte brazo era el indicado para terminar de sacar fuera toda su tensión. Era de su edad, o al menos aparentaba eso; era alto y musculoso, tan hermoso que robaba el aliento.

      Si bien quería salir de allí y disfrutar de una buena noche de sexo, primero quería disfrutar de bailar con ese hombretón, quería sentir sus manos deslizándose por su cuerpo,