Frente a ella tenía al hombre que habitó en sus sueños por muchos años, al hombre que puso su vida patas arriba cuando tan solo era una jovencita inocente y sin experiencia; al hombre que, para su desgracia, aún seguía amando y odiando con la misma intensidad.
—Flor, te presento a nuestro nuevo socio Fernando. Fernando, ella es mi mejor amiga, Florencia. —Ana miró a uno y luego a otro con una gran sonrisa en la cara. Al fin tenía el placer de presentarlos. Fernando se había convertido en un gran amigo tanto para ella como para Pablo.
—Un gusto, he oído hablar tanto de ti que tenía muchas ganas de conocerte —dijo con su mejor sonrisa y se acercó para saludarla con un beso en la mejilla.
—Yo no tanto —le dijo con insolencia apartando la cara para evitar el contacto de sus rostros. Verlo le recordó el mal día que había pasado y los miles de sentimientos que la embargaron, por lo que no pudo controlar su reacción. Lo que menos quería en ese momento era recibir un beso de su parte.
Todos los presentes la miraron extrañados porque ella era una persona educada, amable, atenta y que siempre se mostraba contenta y alegre cuando conocía a alguien. Nada que ver con la persona que acababa de comportarse insolente, y que, además de haberlo rechazado, se lo quedó mirando con una sonrisa maliciosa y con ojos cargados de tanto odio que podían taladrar una pared.
—Fer, ¿a qué no es la mujer más linda? —le dijo Esteban, intentando sonar divertido, para aflojar la tensión que se había creado en el ambiente ante la reacción desmedida de Florencia. Le tomó la mano y le dio un beso para atraer la atención de ella, cosa que no logró porque esta no dejaba de fulminar con la mirada a Fernando. Notó como le temblaba la mano bajo sus dedos. No lograba comprender el motivo de sus nervios, ya que ellos no se conocían para nada, o al menos eso tenía entendido. Sin dudas había algo que se le escapaba.
—No voy a negar algo tan evidente —le respondió Fernando sin dejar de mirar a Florencia extrañado por su comportamiento e intentando de entender que ocurría allí. Esa mujer no se parecía nada a la mujer que sus amigos habían descripto, aunque debía suponer que ese comportamiento fue producto del temor que sintió al pensar que le preguntaría por lo ocurrido esa mañana, pero lo dudaba.
—Y hablando de mujeres lindas, ¿dónde te dejaste a la tuya? —le preguntó Esteban intentando llamar su atención. Le extrañaba que no se dejaran de mirar.
—Natalia no se sentía muy bien y prefirió quedarse en su casa —le respondió desviando la mirada hacia Esteban y rompiendo el contacto visual con Florencia a pesar de no quererlo. No entendía lo que le sucedía con esa mujer. Desde que la salvó de su inminente caída, no se la había podido sacar de la cabeza y ahora, después de ese recibimiento efusivo, las cosas empeoraron. Algo en ella lo cautivaba y desconcertaba.
—Si me disculpan, necesito ir al baño —dijo Florencia aprovechando que Fernando había centrado su atención en Esteban.
Necesitaba huir de allí, no estaba preparada para volver a encontrárselo; era demasiado pronto para que volviera a ocurrir y muchos menos en ese lugar, rodeada de sus amigos. Tenerlo frente a ella despertaba sentimientos que quería sepultar y olvidar para siempre, como se había jurado que haría después de habérselo encontrado esa mañana y de que él la hubiera tratado con indiferencia. Durante muchos años deseó volver a encontrárselo, preguntarle qué significó para él, si a pesar de no querer nada con ella la recordaba de vez en cuando; contarle lo que le había pasado, recriminarle por haberla abandonado cuando más lo necesitaba, ahorcarlos con sus propias manos, provocarle el mismo dolor que le había causado a ella. En dieciséis años, sus caminos jamás se habían cruzado, y, en menos de doce horas, el destino se había empeñado en juntarlos. Necesitaba alejarse de allí, ordenar sus pensamientos, pensar bien qué haría ahora que sabía que lo vería con frecuencia, que estaría cerca. Muy cerca. Al fin tenía la oportunidad que durante tantos años había añorado y ansiado, pero él no se lo estaba poniendo fácil al tratarla con indiferencia. No lograba entender por qué lo hacía y eso la indignaba.
Verlo hizo que su corazón volviera a latir con brío y eso la enojó muchísimo. Ya no era una niña tonta, era una mujer hecha y derecha que debía poder controlar sus sentimientos, pero eso no estaba sucediendo, todo lo contario. Fue como si el tiempo no hubiera transcurrido y le recordó la primera vez que sus miradas se cruzaron. La atracción fue intensa.
Su mente era un ir y venir de miles de pensamientos que la abrumaban y, como si tuviera poco, tenía que lidiar con la idea de una mujer. Saberlo le provocó unos celos terribles. No entendía por qué sentía eso, si él formaba parte de su pasado aunque su corazón no lo dejara ir. Además, lo odiaba con toda su alma por el dolor que le provocó y que aún le provocaba. Eso no debía olvidarlo jamás.
—Te acompaño, necesito lavarme las manos —se ofreció Fernando. Al hacerlo, Florencia lo fulminó con la mirada. Él no entendía qué le pasaba a esa mujer, por qué se mostraba tan insolente y por qué lo miraba tan mal si no se conocían.
Florencia caminó delante de él con urgencia, necesitaba alejarse y perderlo, poner varios metros de distancia entre ellos o terminaría por enloquecer. Su mente y su corazón eran un amasijo de emociones revueltas; por un lado, quería gritarle, insultarlo, dejar salir todo el dolor que le provocó por su abandono; por el otro, quería lanzarse en sus brazos y abrazarlo, sentir que era real, saborear sus labios. Los sentimientos de aquel entonces volvieron con la misma intensidad, solo bastó volver a verlo para que reaparecieran. Era como si las llamas del amor nunca se hubieran apagado y volvieran a arder con mayor intensidad. Lo más sensato en ese momento era tratarlo con la misma indiferencia con que él la trataba, por lo menos hasta aclarar su mente confusa y saber qué hacer.
—Quería saber cómo seguías, me fui preocupado cuando te dejé sola —le dijo ni bien estuvieron lejos de la vista del grupo y antes de que entrara en el baño, dejándolo solo en el pasillo. Jamás reconocería que no pudo dejar de pensar en ella en todo el día y que apenas la vio con ese vestidito no podía dejar de pensar en recorrer cada centímetro de ese perfecto cuerpo con sus manos. No entendía qué le pasaba con ella, ni por qué su pulso se aceleraba con solo verla. Necesitaba respuestas y las necesitaba ya; nunca nadie lo había alterado de esa manera.
—Como ves, estoy muy bien; y si mal no recuerdo, creo que te agradecí por tu ayuda —le dijo sin girarse y con una mano en el picaporte de la puerta. El dolor y el amor en su interior la quemaban como si tuviera una llaga ardiente y necesitaba sofocarla. Le seguiría el juego y haría como que no lo conocía, como si nunca hubiera ocurrido nada entre ellos; esa era la mejor solución a su problema por el momento. Se giró para mirarlo a los ojos—. También te agradezco por no haber dicho nada delante de Ana. —Su voz sonó realmente agradecida por ello, si había algo que no quería era que Ana descubriera la verdad y que su casamiento dejara de ser el tema principal de sus conversaciones.
—Debo suponer que no le contaste de lo ocurrido. —Se extrañaba de que no lo hubiera hecho, ya que siempre oía de la complicidad que había entre ellas; además, no había pasado nada grave. Si había algo que le costaba entender, era a las mujeres, y especialmente a esa.
—No quise preocuparla con pequeñeces, demasiadas preocupaciones tiene estos días —intentó sonar convincente—. ¿Supongo que no necesito pedirte que esto quede entre nosotros? —la pregunta sonó más como una orden.
Se guardó el orgullo y se mordió la lengua para no gritarle a la cara unas cuantas verdades que tenía atragantadas en su garganta desde esa misma mañana, más bien desde hacía dieciséis años. Ese no era momento, ni el lugar; además, no pensaba rebajarse. Si él había pasado página, ella debía hacer lo mismo y comportarse como una mujer madura. No debía olvidarse de eso, por unas horas al menos. Lo miró desafiándolo, pero lo único que logró fue que él diera un paso hacia ella y la mirara con el ceño fruncido, escudriñando sus ojos, como buscando en ellos, algo perdido. Tenerlo tan cerca, mirarlo a los ojos, la hacía recordar viejos tiempos. La hacía anhelar que todo fuera diferente, volver el tiempo atrás, pero eso solo sucedía en las películas y su vida no lo era.
—¿Te puedo hacer una pregunta? —él no se molestó