evitar mirarlo y notar que seguía siendo tremendamente sexi, que la edad le sentaba muy bien, haciéndolo más atractivo y tentador que cuando era un jovencito de veintiún años. Sintió bronca y ganas de ahorcarlo por el sufrimiento que le provocó, por haber jugado con ella, por haberla abandonado, y a la vez estaba feliz porque volvía a tenerlo frente a ella. Su corazón traicionero volvió a latir con el mismo brío que cuando lo conoció.
Todo a su alrededor se volvió borroso y oscuro, no cabía duda de que estaba a punto de caer desmayada; no podía creer que le estuviera pasando eso justo en ese momento. Respiró hondo varias veces, necesitaba recobrarse, no podía desmayarse y perder la oportunidad de hablar con él, decirle cuánto lo odiaba por haber jugado con sus sentimientos; ni loca le diría que a pesar de todo el daño que le había hecho, su corazón latía por él. Agradecía que aún la siguiera sosteniendo porque no sentía las piernas y el cuerpo le temblaba como gelatina. Cuando su mente logró difuminar la nebulosa que la cubría, sintió como si alguien le hubiera lanzado un balde de agua helada al percatarse de que él la trataba de usted, la trataba como si nunca la hubiera visto, la trataba como si fuera cualquier persona, la trataba como si no la conociera.
No entendía qué le pasaba, por qué no había reaccionado a su encuentro, por qué no se mostraba contento o enojado con ella y por qué se mostraba indiferente. Nada, no demostraba nada, solo preocupación por una persona desconocida que casi cae despatarrada en plena calle y que casi se desmaya en sus brazos. Solo se mostraba preocupado como lo haría cualquier ciudadano. Eso la enfureció y enardeció sus sentimientos por él.
Que la tratara con indiferencia solo le confirmaba que había jugado con ella, que había sido una más del montón, una conquista más de su fantástico verano, como se había repetido miles de veces, cada día de su vida, cuando no se puso en contacto con ella como le había prometido que haría apenas pusiera un pie en su ciudad. A pesar de haber pasado varios veranos desde la última vez que se vieron y de tener treinta y tres años, seguía siendo una boba estúpida y se maldijo por ello. En aquel entonces, por haber caído tan fácilmente en sus redes, dejando que le arrebatara el corazón, y en ese momento, por haberse permitido por unos instantes dejar que su corazón se alegrara por su cercanía.
Quería salir huyendo de allí, quería dejar de sentir las manos de él sobre su brazo y el calor que le transmitían. Quería dejar de sentir el estremecimiento que le provocaba ese contacto. El solo hecho de verlo despertó en ella recuerdos que había intentado olvidar y escondió en el fondo de su mente. Apenas sus ojos se cruzaron, fue como si en su cabeza se activara un interruptor y volvieron a su memoria todos esos recuerdos que la dañaban. El dolor que sintió en aquel entonces volvió con la misma intensidad, como si no hubiera pasado el tiempo. Lo odió entonces y lo volvía a odiar en ese momento; lo amó entonces y, por cómo reaccionó su corazón, lo seguía amando todavía. Quería gritar con todas sus fuerzas para liberar la frustración y la indignación que la quemaban por dentro. Necesitaba estar sola con su pena y llorar, llorar hasta quedar vacía. El dolor y el amor nunca habían desaparecido de su corazón, solo se habían aplacado por el tiempo, pero al verlo volvieron con mayor intensidad que aquel entonces, y lo aborreció por ello.
—Estoy bien, gracias —logró articular enojada y frustrada, sintiéndose una imbécil, cuando recobró la compostura.
—¿Segura? ¿No quiere llamar a alguien para que venga por usted? —se ofreció realmente preocupado por su estado.
—Estoy bien, gracias por todo… —quiso sonar agradecida y educada, pero sonó más bien insolente y desagradecida. La bronca y la indignación se adueñaron de ella al verlo tratarla como todo un caballero, con su voz suave y seductora, la misma que había usado con ella cuando intentaba conquistarla, método que le funcionó muy bien en aquel entonces. No pudo llamarlo por su nombre porque le dio repulsión mencionarlo, pues era reconocer en voz alta que le seguía afectando y que había significado algo en su vida, y no pensaba darle ese gusto.
—Me quedaría hacerle un poco de compañía, pero voy a tarde a una reunión —le dijo a modo de disculpa.
—Voy a estar bien —aseguró ella con voz irritada, dándole la oportunidad de desaparecer de su vista antes de que empezara a despotricar toda su rabia y dolor contra él.
Lo vio alejarse. Tuvo que apoyarse contra la pared para no caer. Sintió un escalofrío recorrer su cuerpo; temblaba como si a su alrededor hicieran varios grados bajo cero a pesar del calor abrasador. Aquello no podía estar pasándole a ella, era imposible. Esa situación parecía una escena sacada de una película o de una novela de muy mal gusto. El único hombre que había amado con toda su alma y todo su corazón, había estado frente a ella, le había hablado, pero había pasado de ella con elegancia y astucia. El corazón y el cuerpo le dolían, era un dolor agudo y muy doloroso que la ahogaba, el mismo que sintió cuando se supo sola hacía dieciséis años. Su reacción ante ella solo confirmaba sus sospechas de que había sido un juguete más en su lista, que no había sido nada importante. Después de ese mágico verano, él había pasado página como si nada y ella era una pobre tonta que había creído en sus palabras, que había creído en su amor. A pesar de todo el dolor que le provocó y el odio que sentía por él, no pudo dejar de amarlo, no pudo arrancarlo de su corazón; era como una espina que se había clavado muy hondo, prueba de que era bueno en su trabajo de enamorar a chicas inocentes y estúpidas. Después de esa mala experiencia, intentó abrirse a otros hombres, darse y darles una oportunidad, pero solo comprobó que todos eran iguales. Solo les importaba una sola cosa y hacían todo lo necesario para conseguirla. El sudor helado que cubría su cuerpo llegó a su corazón y lo convirtió en un témpano.
Caminó sin fuerzas hasta el auto arrastrando su alma y su corazón herido como si pesaran una tonelada. Solo quería volver a casa de Ana y esconderse bajo las sábanas y llorar. Llorar por el amor que nunca tuvo y nunca tendría, llorar porque se sentía una completa estúpida, llorar porque necesitaba sacar de su corazón el dolor que la estaba matando como si lo experimentase por primera vez. No podía olvidar cuando, después de volver de esas vacaciones que cambiaron su vida para siempre, todos le decían que ese muchacho se había aprovechado de su inocencia de niña, y a pesar de comprender que lo que le decían era cierto, lo seguía amando con todo su corazón, aunque lo odiara con todas sus fuerzas. Siempre deseó volver a verlo, y se imaginaba que él la saludaba como si fueran dos viejos amigos, que hablarían de lo que había sido de sus vidas y ella aprovecharía el momento para decirle que era un ser despreciable, que lo odiaba por haberla lastimado. Pero nada de eso pasó, él la había tratado como a una completa desconocida, no se había puesto alegre al verla, había sido completamente indiferente y nada hacía suponer que guardara recuerdos de ella. Florencia, por el contrario, no había reaccionado; se había quedado como petrificada, las palabras no le salían, le costaba respirar y el corazón le latía a mil por el dolor y la alegría que sentía por haberlo encontrado después de tantos años. La vida le volvía a demostrar una vez más, que no había significado nada para él, que ella solo había sido un juguete con el que entretenerse, pero a pesar de ello, su corazón no escuchaba razones y se odió por ser tan débil y estúpida, y por seguir sintiendo por él algo que no se merecía.
Al mediodía Ana llamó para avisarle que se le había complicado en el trabajo y que no la esperara para almorzar, que llegaría por la tarde, con Pablo, y que llevaría una rica torta para merendar juntos. La fortuna estuvo de su parte, tenía unas horas para regodearse en su dolor antes de dejar ese capítulo de su vida cerrado para siempre. Ya ansiaba que Ana llegara con esa torta, porque no había mejor remedio que darse un atracón de algo dulce para aliviar un corazón herido. No iba a contarle nada a Ana sobre lo sucedido; eran los días previos a su boda y no quería arruinar esa felicidad con sus dilemas. Ya tendría tiempo, después de que volviera de la luna de miel, para contarle de su infortunado y desagradable encuentro.
Fernando formaba parte de su pasado desde hacía muchos años y así debía seguir, aunque el dolor y el amor que sentía por él nunca desaparecieran de su corazón. Seguiría viviendo como lo había hecho hasta ese momento, abocada a su hijo y a su trabajo.
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El pub rebosaba de gente. Era, sin dudas,