—dijeron al unísono, sin dejar de reírse.
—Amor, se nos hace tarde —le recordó a Ana. No le gustaba tener que separar a las amigas, pero tenían obligaciones que atender si querían que todo saliera como lo habían planeado—. Voy sacando el auto —le hizo saber. Ana asintió—. Nos vemos más tarde, Flor —se despidió de su huésped y amiga.
—Te voy a estar esperando con una cerveza bien fría —le dijo antes de que se marchara. Pablo levantó el pulgar aprobando el plan y desapareció por la puerta.
—Me tengo que ir —le dijo apenada Ana, levantándose del sillón y acomodándose la ropa, que le había quedado toda desarreglada después del jaleo que habían montado.
—Lo sé, ve tranquila. —Intentó que no se sintiera mal por dejarla sola. Buscó su mano y se la apretó para darle aliento. Ella entendía bien cuando había que cumplir con las obligaciones—. Además, sabes que te necesito lejos para terminar de organizar los últimos detalles de tu fiesta de despedida —le recordó.
—Cierto —se había olvidado de que Florencia tenía algunos pendientes que resolver—. En la cocina te dejé preparado café, lo hice como te gusta —le hizo saber. Le encantaba consentirla. Odiaba tener que separarse de ella cuando apenas habían tenido tiempo para ponerse al día—. Te quiero —le dijo cuando se inclinó para darle un abrazo y un beso de despedida.
—También te quiero —le dijo con adoración.
2
Se desperezó feliz. No podía tener mejor comienzo de mañana que despertar y tener a su amiga a su lado. Que la despertara llamándola por su nombre, con su voz chillona, era la mejor música para sus oídos. Le recordó los viejos tiempos, aquellos en los que vivían juntas mientras estudiaban y cuidaban de Lucas, su hijo. Le dio un buen trago al café que Ana le había preparado; como siempre estaba riquísimo, y se preparó algo para comer porque estaba hambrienta. Su estómago no paraba de rugir enojado. Le encantaba la cocina, era amplia y muy funcional, ideal para albergar una gran familia y cocinar para ella. Cuando había acompañado a los chicos a ver esa fabulosa casa, se quedó fascinada con ese espacio y supo que tendrían un perfecto porvenir. Allí iban a formar una linda familia repleta de mucha alegría y mucho amor.
Estaba feliz por Ana. Al fin, después de tanto buscar, había encontrado al hombre de sus sueños, la casa de sus sueños y en pocos días empezaría a vivir una nueva vida; en pocos días daría el primer paso para formar una linda familia. Como siempre, ella estaría a su lado para acompañarla y disfrutar de su buena fortuna. Con el estómago lleno, decidió darse una ducha rápida antes de salir a dar un paseo. Si bien le había dicho a Ana que necesitaba tiempo a solas para terminar de organizar los últimos detalles de la despedida, lo cierto era que ya tenía todo listo y organizado. Solo restaba que llevara al lugar donde sería la fiesta de despedida las cosas que había comprado en su ciudad para decorar y los juegos que usarían para divertirse y pasarlo genial. De las bebidas, de la comida y de la música, se había encargado por teléfono desde su casa y había contado con la ayuda de Paula y Paola para lograrlo. Ambas eran amigas de Ana en esa ciudad. Paula no solo ofreció su ayuda, también ofreció su quincho para realizar la fiesta. Junto con Paola, se encargaron de decorar el lugar con las cosas que les había enviado desde Bahía y también ellas se encargarían de recibir las bebidas, la comida y al DJ. Florencia, agradeció contar con la ayuda de las chicas, que también querían que esa despedida fuera inolvidable, era lo menos que se merecía Ana. Se puso en marcha de inmediato, iba a llevar las cosas que faltaban hasta casa de Paula y luego iba a disfrutar de la mañana que se presentaba radiante.
Se sentó sobre una roca que había cerca de la orilla del lago. Desde allí, contempló el majestuoso paisaje que se presentaba ante sus ojos. Respiró hondo inundándose de ese aire puro y dejó que el sol acariciara su pálida piel. El vaivén suave del agua la relajaba y se recriminó por no haber tomado un libro prestado de la biblioteca de Ana para leerlo allí; era el momento ideal para empezar una nueva novela y ese era el lugar ideal para hacerlo. Agradeció haberse puesto un pantalón corto y una remera de tiritas, de lo contrario no podría haber lidiado con el calor agobiante que ya hacía a esa hora de la mañana. La tarde se pronosticaba muy calurosa, perfecta para disfrutar de la pileta que había en casa de Ana y Pablo, y para aprovechar a tomar un poco de sol, que nada mal le vendría para darle un poco de color a su piel blanca.
Había tenido suficiente sol por el momento, aprovecharía las horas que le restaban antes de encontrarse con Ana. Caminó por las veredas del centro cívico observando a su paso cada una de las vidrieras. Entró en una librería y compró libros, uno para Ana, otro para Lucas y un tercero para ella. Luego, entró en una tienda de ropa de adolescentes porque vio, en la vidriera, una remera que le gustó para su hijo. Apenas había pasado un día desde que se había despedido de él y ya lo extrañaba.
Lucas era su sol y todo su mundo giraba en torno a él. Apenas vio su carita al nacer, supo que era la persona más importante en su vida y lo amaba con desmesura. En ese momento no le importó que el hombre del que estaba enamorada hubiera jugado con sus sentimientos para obtener lo único que quería de ella, sexo, porque gracias a eso tenía a su hijo en brazos. Lucas era el recordatorio constante de que el amor solo debilitaba a la persona y la dejaba vulnerable y propensa a salir lastimada; por eso se había jurado nunca más caer en las redes del amor ni exponer su corazón a ser lastimado. Las cicatrices de su primer amor seguían doliendo a pesar del tiempo transcurrido y no quería volver a pasar por esa dolorosa experiencia nuevamente.
Hacía un buen rato que estaba caminado y el calor era cada vez más asfixiante. Necesitaba sentarse a descansar y beber algo fresco antes de que la presión se le bajara o terminara por deshidratarse. Había mucha gente yendo y viniendo, muchos turistas que al igual que ella, andaban de paseo por esa hermosa ciudad, mirando vidrieras y haciendo compras. Bariloche era bella en cualquier época del año, pero según su criterio, fines de enero era la mejor época. El clima era excelente, permitía hacer cualquier tipo de actividad, desde caminatas en la alta montaña, hasta de disfrutar de las aguas del lago. Lo que más le gustaba era hacer senderismo y disfrutar del hermoso paisaje que las montañas le regalaban. En esa ocasión, esas actividades deberían esperar a que pasara la boda de su amiga. Como había planificado, se tomaría unos cuantos días de vacaciones para disfrutar junto a su hijo. Quería gozar de su compañía, sin nada ni nadie que los interrumpiera, antes de volver a su casa y a sus responsabilidades.
Lucas ya era todo un hombrecito y su vida social era muy activa, pero a pesar de eso no dudó en salir de viaje con ella, aunque ello significara alejarse de sus amigos y de su noviecita. Por unos días lo tendría solo para ella y pensaba disfrutarlo al máximo. Primero pasarían unos días en Bariloche y luego irían a la costa para disfrutar del mar y la arena.
Vio una confitería al otro lado de la calle y se dispuso a cruzar antes de que el semáforo cambiara a rojo. La gente a su alrededor la atropelló y casi se cae de bruces al suelo, pero una mano la sostuvo con fuerza, la ayudó a recobrar el equilibrio y la arrastró hasta la vereda, sacándola del peligro que representaba quedarse en medio de la calle. Cuando se giró para agradecerle a la persona por la ayuda brindada, el suelo bajo sus pies tembló y se quedó sin habla. El corazón comenzó a latirle descontrolado y sintió una fuerte opresión en el pecho que le quitaba el aliento y le impedía respirar con normalidad.
El hombre que se había quedado parado a su lado, y que aún la sostenía del brazo, le preguntaba preocupado qué le pasaba, si necesitaba ayuda, si llamaba a una ambulancia. La miraba desconcertado, sin comprender qué le pasaba; no sabía cómo reaccionar y ella no podía hacer otra cosa más que mirarlo, completamente aturdida. Su mundo perfecto y calmo había sido arrasado por un tornado, dejándola desorientada y aterrada.
Durante mucho tiempo pensó en que haría si volvía a tenerlo frente a ella, cómo reaccionaría, si lo enfrentaría o haría como si nada hubiera pasado entre ellos. Jamás imaginó un encuentro de ese tipo, tan repentino y abrupto. No podía salir de su asombro, frente a ella tenía al hombre que le había arrebatado el corazón dieciséis años atrás, enamorándola tan locamente que nunca pudo