Yanina Vertua

Amor predestinado


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por ello. Tuvo que alejarse un poco de ella para que no viera su perturbación y desconcierto.

      Florencia despertaba en él una parte de sí que desconocía, algo que no había sentido con Natalia. Era como si sus sentimientos por Florencia hubieran estado siempre ahí: quería protegerla, cuidarla, abrazarla, besarla. Se estaba volviendo loco. No lograba a entender por qué esa mujer, que apenas conocía, lo podía perturbar tanto. Desde que la salvó de caer de bruces en el piso, su cabeza era un amasijo de emociones que no podía comprender. El vacío que sintió por años, como si le faltara algo, se desvaneció apenas la vio. Eso era lo que más lo confundía y desconcertaba.

      —No pasa nada. Son cosas de la vida, forman parte del pasado. —Ella intentó sonar indiferente, aunque solo quería gritarle que él era el único responsable de todo el dolor que sufrió y aún sufría, pero se mordió la lengua. Ya llegaría el momento de decirle todo lo que tenía atravesado en la garganta, pero no esa noche, no quería ser la responsable de arruinar la mejor velada de sus amigos—. Intentaré cambiar mi actitud —le ofreció una tregua. Quizás si cambiaba su actitud con él, algún día reconociera que la conocía demasiado bien. Además, ayudaría a que la relación entre ellos fuera más amena por el bien del grupo y por el de ella, al menos por unos días. No debía olvidar que Fernando era socio de sus amigos en el estudio de abogados—. ¿Te molestó verme con otro hombre? —Necesitaba entender lo que vio en sus ojos la noche anterior; si bien estaba bastante ebria, vio un destello de ira en ellos, era como si eso lo hubiera molestado. Le recordó cómo la miraba cuando estuvieron juntos y algún jovencito la invitaba a bailar. Quería quitarle de la cabeza la esperanza de que pudiera pasar algo entre ellos.

      —Dime, ¿por qué crees que debería molestarme verte con otro hombre cuando apenas nos conocemos? —le preguntó utilizando sus mismas palabras y con la misma indiferencia con que ella había hecho la pregunta anteriormente.

      Ese tira y afloja continuo lo atraía, lo seducía, lo mantenía alerta. Sintió un deseo imperioso de tenerla entre sus brazos y volver a besar esos jugosos labios… Esa sensación lo desquiciaba. ¿Cómo era posible que sintiera eso si jamás la había besado?, ¿o sí? No solo le molestaba no tener respuesta a esas preguntas que le rondaban la cabeza y no lo dejaban en paz, sino que también le molestaba que el cretino con el que se fue del boliche la noche anterior y con el que pasó una noche extraordinaria, o al menos eso suponía, tuvo la suerte no solo de devorar esos deliciosos labios sino, además, de deleitarse con ese bello cuerpo…, cuerpo y labios que sentía que le pertenecían. Esos sentimientos se los guardaría para sí. Los celos lo estaban carcomiendo, jamás pensó sentir nada parecido por una mujer. Por nada del mundo reconocería que le afectaba en demasía a pesar de que recién se conocían. Por nada del mundo reconocería que sí le molestó verla irse del brazo de otro hombre que no fuera él y que estuvo a punto de ir a arrancarlo de su lado cuando los vio bailando tan pegaditos y con movimientos sensuales. Ese no era él, no entendía qué le pasaba. Necesitaba respuestas pronto o se volvería loco. Ella estaba haciendo todo lo posible para desencantarlo, pero estaba logrando todo lo contrario; se estaba obsesionando cada vez más con ella.

      —Me contestas con mis palabras, muy inteligente de tu parte… —Sonrió complacida. No había perdido la picardía que lo caracterizaba en su juventud. Si mal no recordaba era muy posesivo y celoso, dos emociones que pudo ver reflejadas en sus ojos antes de volver a poner distancia entre ellos—. Te voy a dar un consejo, no intentes entender qué pasa entre nosotros porque no hay un nosotros. Simplemente eres el socio de mis amigos y si tengo trato contigo es por ese simple hecho; de lo contrario no hubiéramos cruzado ni una sola palabra, ni te hubiera registrado como lo hiciste ayer por la mañana conmigo; no eres mi tipo —le aclaró con el corazón palpitándole a mil por tenerlo tan cerca y no poder decirle que lo seguía amando a pesar del dolor que le provocó y que le seguía provocando con su indiferencia. Mentir la hacía ponerse nerviosa. Jamás fue buena en eso cuando se trataba de él.

      —Eres muy rebuscada con las palabras. Por un lado, intentas decirme que no hay un nosotros y que de no ser por los chicos jamás lo habría, pero… —respiró hondo, frustrado, y se aclaró el rostro con las manos— ¿por qué me dices que no me hubieras registrado como hice contigo cuando te rescaté de caer? ¿Qué es lo que intentas decirme? —le preguntó mirándola, confundido—. Necesito que seas clara conmigo, te juro que no te entiendo —le dijo apesadumbrado, como derrotado.

      —Tú lo has dicho… —Le pegó en el pecho con el dedo índice, pronunciando cada palabra con desprecio—. Soy muy rebuscada. Lo mejor que puedes hacer es mantenerte alejado de mí como ya has hecho. Supongo que no te resultara difícil —lo apremió sin dejar de apretarle el pecho con su dedo y muy enojada porque siguiera con ese juego absurdo de no reconocerla.

      —Ahí estas de nuevo con tus palabras en código —Fernando le aferró la mano con la suya antes de que retirar el dedo de su pecho y sintió un cosquilleo en todo el cuerpo. No la soltó, le gustaba sentir su piel suave entre sus dedos. La miró a los ojos; esos ojos verdes que lo persiguieron en sueños, enloqueciéndolo, y pudo ver cómo le afectaba su cercanía—. ¿Sabes? Eres muy distinta a como te había imaginado —le dijo cuando logró recobrar el aliento. Tenerla tan cerca no lo dejaba pensar con claridad—. Los chicos siempre me decían que el día que nos conociéramos íbamos a ser grandes amigos —Florencia sonrió con malicia—, pero eso no es lo que está pasando entre nosotros.

      —Dudo que eso pueda llegar a ocurrir algún día. Simplemente tendremos trato por poseer amigos en común, pero entre nosotros no habrá nada de nada —le aclaró cada vez más ofendida y enojada, al mismo tiempo que se deshacía de su agarre. Necesitaba recuperar su mano y dejar de sentir el contacto de sus pieles. No podía pensar con claridad, su cercanía le nublaba la mente—. Lamentablemente, no doy segundas oportunidades —le aclaró molesta.

      Florencia no lograba entender hasta dónde quería llegar Fernando con ese juego. ¿No se daba cuenta de que demasiado la había hecho sufrir con su abandono? Todo hubiera sido más fácil si hubiera reconocido que se conocieron en la juventud. Ella podía haberle dicho unas cuantas cosas y si a él tanto lo perturbaba volver a verla por haberse comportado como un cretino, le pediría disculpas y solucionado el problema; cada cual con su vida. Pero no, tenía que buscarla para pedirle explicaciones que no pensaba darle, haciéndose el pobrecito, intentando dar lástima, mostrándose confundido. Debía olvidarlo, solo estaba jugando con sus sentimientos. Ya había caído una vez y no pensaba tropezarse con la misma piedra. Si pensaba que podía divertirse a su costa estaba muy equivocado, ya podía irse buscando a otra ex con la que llevar a cabo su malicioso plan.

      —¿Qué quieres decir con eso? —preguntó extrañado. Esas palabras encerraban mucho más—. Todos dicen que eres directa y franca. Quiero que lo seas conmigo y me hables directamente —le exigió exacerbado, fuera de sí. Se acercó a ella con ganas de exigirle una respuesta, obligándola a mirarlo a los ojos, pero no estaba preparado para ver el dolor y la ira reflejada en esos ojos verdes que lo tenían cautivado.

      Se recostó en el sillón completamente anonadado y molesto con él mismo. No entendía lo que acababa de pasar, por qué había reaccionado con tanta desmesura, tan impropia en él. ¿Por qué había dolor en los ojos de Florencia? El enojo lo podía comprender, pero el dolor era otra incógnita más. Necesitaba tranquilizarse y hablar con calma. De lo contrario, encontraría cada vez más incógnitas que respuestas y sabía que solo ella podía dárselas. Algo en su interior le decía que se conocían muy bien, que ella podría ayudarlo a llenar las lagunas que inundaban su mente dañada. Aún no había logrado procesar su reacción desmedida, ni pedirle disculpas a Florencia, cuando la voz de Pablo lo sobresaltó.

      —Fer, has llegado temprano. —Pablo se acercó para estrechar su mano.

      —Estaba listo y no sabía qué hacer con el tiempo. —Intentó sonar tranquilo y que no se notara su turbación. Se levantó del sillón y lo saludó.

      —Bien pensado, ¿qué te parece si nos tomamos unas cervezas mientras esperamos que se haga la hora? —le ofreció Pablo camino a la cocina sin esperar la respuesta, en busca de un par de cervezas.

      —Te ha salvado la campana, pero