Patricia Pinto

Patricia Pinto, artista


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esto de salir del “detrás del escritorio”. ¡Acepto tu propuesta!

      (E): ¿Te gustó esto de verdad?

      (PP): Me interesa lo de estar del otro lado, del lado del público. Sentarte en la silla del requirente es algo así como ponerte en sus zapatos. Ser más humanos. Muchas veces he sentido que estaba atravesando la misma problemática de las personas a las que, en la oficina, denominamos “requirentes”, esas personas que atendemos en la oficina día a día…, y he sentido los mismos miedos, el mismo dolor que ellos… la misma angustia, los mismos tormentos...

      (E): ¿Cuáles fueron los temas o asuntos que te hicieron sentir así?

      (PP): Creo que el primero fue el tema del divorcio, especialmente el tránsito hasta llegar al trámite que tuvimos que hacer. Me casé muy joven, a los veinte años. Conocí a ER en el trabajo y estuvimos de novios casi tres años. Yo estaba por empezar con mi tercer año de Facultad cuando nos casamos...

      (E): ¿Qué estudiaste?

      (PP): En ese momento estaba cursando la Licenciatura en Ciencias de la Educación.

      

      (E): ¿Y qué pasó entonces?

      (PP): Como todo comienzo de relación, estábamos llenos de proyectos; hacer la casa, comprar el cero kilómetro, tener un hijo… El primer inconveniente fue justamente ese: no quedaba embarazada. Ese fue un gran primer obstáculo, el primer proyecto que se frustraba mes a mes. Fue lo primero que “no podíamos” de una lista larga de otras cosas que por el contrario se venían dando de manera favorable.

      (E): ¿Y de qué manera enfrentaron esa situación?

      (PP): Empezaron los tratamientos médicos, la frustración, la culpa..., los miedos y la depresión. En la primera fase, que duró tres años aproximadamente, el impedimento, “la falla”, recaía sobre mí, hasta que un día mi ginecólogo habló con él y le dijo: “Querido acá no hay nada más que buscar…” A él le costó mucho empezar con ese proceso de estudios médicos, y efectivamente, con los primeros resultados, pudimos saber que las dificultades las tenía él... Y el mundo se le vino abajo, parecía que no había ninguna solución, ninguna alternativa. Fue algo muy doloroso para los dos.

      

      (E): Y vos, ¿Qué alternativas propusiste?

      (PP): Le propuse que adoptáramos un bebé, pensándolo bien..., esa fue una de las primeras veces que me aproximé al otro lado del escritorio... ¿Qué notable esto, no? Mirá lo que surgió hablando del divorcio. No tenía a nivel consciente el recuerdo de aquella situación.

      (E): ¿A qué te referís?

      (PP): En aquel tiempo... [Toma agua], en la Defensoría Pública se hacía el trámite de adopción. Con el correr de los años fue cambiando eso, ahora se inicia en otra organización que se llama Oficina de Adopciones, que funciona con intervención de la Asesoría de Familia. En esa época, atendí a muchas personas que venían a iniciar el trámite o a inscribirse en la lista de adoptantes. Leí entonces, en sus expedientes, muchos “relatos de hechos”. Son escritos donde se justifica la pretensión para hacer las peticiones al juez. Intervine en casos de adopción de niños abandonados y con distintos padecimientos como ceguera, desnutrición, meningitis, sida, tabaquismo. Todos los adoptantes habían pasado por esa primera etapa que atravesábamos nosotros también... sentir un vacío y el anhelo de conformar una familia, de dar amor…, todo eso los llevaba a esa decisión tan altruista: querer adoptar. Y bueno...

      (E): ¿Y él cómo lo tomó?

      (PP): Al principio, no dijo nada... se quedó callado. Yo pensé que le daba vergüenza o algo así... Los dos trabajabamos en el Poder Judicial, y se estaría haciendo público el tema de una infertilidad. Todos nuestros compañeros estarían enterándose del problema, a eso me refiero. En un punto también me sentí desnuda y expuesta, especialmente sentí que se hacía evidente ese “no poder”, esa “falla”, eso que en el plano de los prejuicios, implica la infertilidad… Yo era una “chica 10”, excelente estudiante, comprometida y cumplidora en mi trabajo, reconocida en lo que hacía, ayudaba a mi familia económicamente, una “buena hija”. Era bastante omnipotente… Me costaba mucho ese “no puedo”. Ambos estábamos llenos de prejuicios… En su caso, también había una gran presión en términos de la “continuación del apellido”, un mandato muy fuerte en su contexto familiar. Yo tenía miedos y me sentía al descubierto… Ahora que pasó el tiempo y lo pienso, me doy cuenta con absoluta claridad de eso...

      

      (E): Volvamos a esta aproximación, al “otro lado del escritorio”...

      (PP): Sí. Siento que todo esto se relaciona porque pasé por todos esos fantasmas y miedos de manera idéntica a quienes yo misma atendía, a esos adoptantes que venían a las entrevistas. Pude entonces darme cuenta de lo que era realmente imaginar el momento de la entrega del niño…, ¿cómo sería?, si sería un bebé o un chico más grande; si sería nena, si sería varón...; si estaría sano o tendría algún padecimiento; si estaríamos en condiciones de darle realmente educación, de criarlo. Finalmente nada de esto pasó...

      

      (E): ¿Por qué?

      (PP): Porque él no aceptó pasar por ese proceso de adopción... Se desencadenaron otros desencuentros vinculados a cuestiones familiares y económicas... y todo esto pasó a un segundo plano.

      

      (E): ¿Y cómo siguieron adelante?

      (PP): Poniendo, en mi caso, toda la energía y la concentración en el estudio. Estaba por terminar con el cursado de la Licenciatura y me becaron para hacer una investigación en la cátedra Política Educativa. Viajé a Buenos Aires, Rosario y Paraná por un tiempo extenso, más de un mes. Antes de que yo volviera, él, que estudiaba Geología, se fue a Río Negro a hacer un trabajo y estuvimos casi tres meses separados. Recuerdo un día en el hotel de Paraná... Pensaba que no tenía ganas de volver, no tenía más ganas de ese “no se puede...” Aquella relación me resultaba una carga. Ese tiempo, distanciados, sin comunicación ni siquiera telefónica, porque en la mina de Valcheta donde él estaba, no había teléfono…, y no había celulares en esa época. No podíamos comunicarnos. El tiempo y la distancia descomprimieron los enojos y cuando nos reencontramos, todo empezó a estar mejor. Quedé embarazada... Y aparecieron otras preguntas ¿Por qué sucede esto ahora que la relación está debilitada? ¿Cómo seguir adelante? ¿Soy capaz de dar vuelta la página en todo lo que hemos venido viviendo y construir algo nuevo? Y la más dolorosa de las preguntas que tuve que enfrentar, no me la hice yo, sino algunos integrantes de su familia: ¿Cómo que estás embarazada? ¿No era que no podían?... Fue muy difícil todo, realmente muy complejo. Me sentí bajo sospecha... culpable sin saber muy bien ¿de qué?.

      

      (E): ¿Cuántos años tenías en ese momento?

      (PP): Veintiséis. Estaba muy confundida, me sentía como las chicas que entrevistaba en la oficina, llenas de miedos por tener que anunciar un embarazo a sus padres... o las que estaban atormentadas después de haberse hecho un aborto...

      

      (E): ¿Pensaste en la posibilidad de un aborto?

      (PP): No. En esa época practicaba la religión católica y no cabía esa posibilidad en mis pensamientos. Además, físicamente, la sola idea me daba mucho